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TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Los heteros vistos por ellas

Todas hablan desde una madurez que ha disuelto cualquier forma de timidez, sin miedo a delatarse con dudas y ansiedades, con convicciones y un don para la autoparodia

Una mujer lee un libro de Caitlin Moran durante el Green Man Festival (Gales) de 2019.
Jordi Gracia

Ya ni nos acordamos de cómo somos los blancos heterosexuales y menos aún de cómo éramos cuando no sabíamos siquiera lo que se suponía que éramos: sí sabíamos que todo andaba muy revuelto por dentro y por fuera pero de eso hace ya muchos años, sobre todo para quienes rondamos la edad plenísimamente madura, por no decir directamente provecta. ¿Qué decíamos, qué queríamos, qué sentíamos? Ni idea. Pero la gracia de no saberlo se compensa del todo cuando un libro valiente y sin complejos se atreve a preguntar a hombres de todas las edades lo que les pasa hoy, ahora, cuando unos dicen que, de verdad, es que no se puede decir nada, otros aseguran que padecen los excesos de las feministas locas y otros siguen paseando su mirada arrogante y hasta altiva por el paisaje femenino a la espera de iniciar la caza.

El auxilio más valioso que he encontrado en los últimos tiempos es Caitlin Moran, y creo que me he enamorado de ella, y sé el momento exacto: la última línea de este libro, ¿Y los hombres qué?, en el que Cat (comprended la familiaridad) escribe esta declaración a su marido porque “aparte del perro, obviamente, te quiero más que a nada en el mundo”, sin acordarse ni por un momento de sus dos hijas y sin incurrir en la falacia de mezclar dos amores casi antitéticos. Parece que todo el mundo sabe ya que Caitlin Moran es la autora de unos cuantos libros de éxito apoteósico sobre mujeres. Yo la he descubierto en el libro que nos dedica a nosotros, los europeos blancos y heterosexuales, y me ha rendido definitivamente.

No se me ocurre ahora mismo otro modo de sintetizar su gracia que como una combinación de la más lenguaraz y atrevida Silvia Abril, la más coñona Elvira Lindo desparpajada y huellas muy calculadas de la malicia cruzada de Luz Sánchez-Mellado y Ángeles Caballero. Y sin parecerse a ninguna de ellas, ellas mismas sí dan un ángulo que está en Moran: quizá el secreto está en que todas hablan desde una madurez que ha disuelto cualquier forma de timidez o de temor a las propias dudas, sin miedo a delatarse como mujeres con dudas y ansiedades, con convicciones y un don para la autoparodia que las libera de la voz oracular y predicadora, ese sacerdocio de la verdad en que tantas veces incurrimos los demás. Es natural que sus libros suelan ser desopilantes, sin cortarse nunca ante las contradicciones del feminismo y los efectos colaterales indeseados de algunas feministas y algunas mujeres (incluidas las víboras, las malas de toda maldad, las resentidas, las vengativas, las cabezotas interesadas y un largo etcétera).

A ellas (y a Moran) les interesan los hombres, y casi todas incorporan la insólita novedad de verlos —incluidos los pobres incels atrapados en modelos parafascistas y misóginos como el de Andrew Tate o los de la pastilla azul/pastilla roja)— como potenciales seres humanos moldeables, automoldeables, maleables, influenciables, valientes, tímidos, asustados, desorientados, espabilados, leales, atontados, solidarios, incapaces de dar una réplica que no sea plúmbea, atrapados en los cómics de héroes idiotas que se zamparon de adolescentes, incapaces de digerir que no van a ser superhéroes y a lo mejor ni siquiera meros héroes, adictos a la pornografía (el capítulo de Caitlin Moran sobre esto es especialmente poderoso) y existencialmente enganchados a la duda esencial sobre si su polla es grande o es pequeña. Una de las genialidades de Moran trata de la polla, claro, y la candidez incalculable de los tíos. Cuenta Cat (perdón) que cuando una mujer está enamorada de su hombre, inevitablemente añade unos cuatro o cinco centímetros al tamaño real de su polla, que son exactamente los mismos cuatro o cinco centímetros que le resta cuando ya se ha acabado la historia. Yo creo que esta información contrastada con sus múltiples amigas puede dar un respiro a un porcentaje supersónico de tíos y quitar un poco de hierro al asunto.

Pero si a alguien conviene leer este libro —o varios de sus capítulos al menos— es a los profesores de secundaria en busca de auxilio para neutralizar el poder de atracción que la machosfera misógina tiene en los chavales entre los 10 y los 16, o por ahí. El único enemigo del libro es la masculinidad tóxica como reacción agresiva, inerme, débil y en el fondo trágica de muchachos que no han identificado aún otros referentes masculinos —­pero presumiblemente lo harán— o han sido captados por un mensaje de secta, de fratría dura contra la invasión de ovarios, tetas y bragas bajo el que malviven, pobres. Caitlin Moran tiene soluciones para todo, aunque sin duda las que se lo pasarán verdaderamente bien serán ellas: el escándalo de las risas y el rumor de algunas lágrimas se oirán hasta en la zoolandia que reina en la Casa Blanca.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Barcelona y ha sido subdirector de Opinión y adjunto a la dirección.
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