Caitlin Moran: "Le preguntó: ‘¿Te estrangulo?’. Ella dijo que no, él le pidió perdón y los dos acabaron llorando. Lo había visto en el porno, creía que era lo normal”
Triunfó con un libro de feminismo escrito desde el ingenio y el humor. Ahora, en ‘Cómo ser famosa’ se centra en el sexo y las relaciones de pareja. Las buenas, las malas e incluso las regulares
Pongamos que se llama Johanna. Que nació en Wolverhampton, una ciudad mediana de las Midlands, que ya es redundancia, que creció en una familia numerosa caótica y tirando a jipi, que dejó el colegio y se fue a vivir a Londres sola siendo aún una adolescente, que empezó a escribir en revistas musicales coincidiendo con el sarpullido de la Cool Britannia, y conoció, a veces carnalmente, a toda la gente necesaria, bebió en todos los sitios importantes y le rompieron varias veces el corazón hasta que conoció a un buen tipo.
Caitlin Moran (Brighton, Inglaterra, 1975) ha prestado todos sus datos biográficos fundamentales, y algunos anecdóticos, a la protagonista de su nueva novela, Cómo ser famosa (Anagrama), y sus lectores fieles se sabrán ya la historia, porque la contó sin ficcionalizar en Cómo ser mujer, el manual feminista que despertó toda una brecha editorial hace ahora siete años. A Johanna ya la conocimos en la novela Cómo se hace una chica. Ahora nos la encontramos ya fuera de Wolvo, instalada en Camden, metida en la pomada.
“El movimiento ‘MeToo’ arrancó cuando yo estaba acabando esta novela y fue como: ‘¡Joder! La gente lo está haciendo en la vida real. Acerté”
No todo, sin embargo, sucedió cómo lo cuenta Moran en su novela. Johanna se dedica a dar peroratas feministas en su revista, un trasunto del Melody Maker, hasta que acaba dejándola (no hay que preocuparse: eran los noventa, enseguida encuentra un trabajo mejor pagado y más prestigioso) por el tóxico ambiente macho que se respira. Más tarde, Johanna protagonizará un acto público de afirmación y burla al patriarcado. No está sola en su cruzada. También ronda por ahí Suzanne, una aspirante a estrella del pop, una especie de Courtney Love carismática y bocazas.
Es ahí donde se sospecha que Moran ha escrito lo que desearía que hubiera pasado, puesto que en realidad el Britpop y todo lo que lo acompañó tuvieron poco de feminista. “Es cierto, y las chicas estábamos demasiado ocupadas intentando ser guais para los chicos guais”, admite Moran, exhibiendo su habitual y prodigioso nivel de energía, que la hace hablar a 800 palabras por minuto y saltar literalmente sobre el sofá, como Tom Cruise en lo de Oprah.
“Cuando yo tenía 16 años, era la única chica en la revista. Era la época de las riot grrrls. Courtney daba entrevistas a las revistas grandes pero el resto de chicas de esa escena, no. Pertenecían a la cultura de los fanzines y no salían en la tele ni en la radio. No me extraña, porque los entrevistadores eran hombres horribles que las hubieran machacado, pero eso hacía que pareciese que el feminismo era solo un secreto que ocurría en lugares especiales, clandestinos. Recuerdo que ya entonces pensaba: si yo inventara el feminismo, estaría en todas partes. Sería accesible, y no tendrías que ser una chica guai para conocerlo. Yo no podía vestirme como las chicas punk rock. Si eras gorda y pobre, no te quedaba muy bien esa estética. Así que pensaba: si estuviera al mando, pondría el feminismo en un best seller, lo llevaría por todo el mundo y lo convertiría en una película. Sabía que era feminista, pero que ese feminismo no funcionaba para mí”. Por cierto, la adaptación cinematográfica de Cómo se hace una chica, con guion de la propia Moran y con Beanie Feldstein como protagonista, se estrenará en mayo.
Mientras escribía el libro, hace algo más de dos años, en los medios (y en sus columnas en The Times) se iba desplegando el #MeToo. ¿Afectó a la novela? “Todo ese movimiento arrancó cuando yo estaba acabando la novela y fue como: ‘¡Joder! La gente lo está haciendo en la vida real. Me he inventado una solución imaginaria y esto está pasando en la vida real. Acerté”.
Moran considera a las chicas adolescentes “su tema” y su responsabilidad y se toma las escenas de sexo que incluye en sus libros, también las de masturbación, como uno de sus deberes como madrina de varias generaciones de jóvenes orgullosamente raras. En este libro quería escribir específicamente tres tipos de polvos: uno pésimo, uno meh y uno sublime, todos desde un punto de vista femenino.
“Alguien tiene que hacerlo, para que los adolescentes sepan qué hacer. Ahora mismo, están mirando porno y el porno les esta diciendo a los chicos que estrangulen a las mujeres, les metan los dedos hasta la garganta y les den cachetes en el culo, que les tiren del pelo y les escupan. Si ese es su rollo, bien, genial, pero si eres una chica de 14 años intentando descubrir qué es el sexo y esto es lo primero que te encuentras, puedes quedarte un poco confundida. El hijo de unos amigos, de 16 años, les contó que había intentado acostarse con su novia. Le preguntó: ‘¿Te estrangulo?’. Ella dijo que no, él le pidió perdón y los dos acabaron llorando. Lo había visto en el porno y se creía que era lo normal”.
Igual que ha considerado su deber moral escribir sexo aspiracional, Moran también ha querido regalarse en esta novela un manic pixie dream boy en la figura de John Kite, un cantante sensible, empático y en el punto justo de torturado que vuelve loca a Johanna. “John es un puzle de tres tíos que conozco. En serio, hay tíos así”. También los hay como Jerry, el cómico arrogante, abusador y egomaníaco. Cuando la función grabadora del iPhone está apagada, Moran no tiene reparos en enseñarnos fotos y youTubes del perla que inspiró ese personaje.
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