Sin preguntas no hay rueda
La falta de respeto a las palabras en el periodismo de hoy en día refleja la degradación general del oficio


Vi y oí con estupor que en multitud de medios se denominaba “rueda de prensa” al monólogo (mejor llamarlo así) ofrecido el 5 de junio por Leire Díez, entonces ya exmilitante del PSOE, protagonista de una de esas grotescas comedias políticas de gran impacto que enseguida nos hacen olvidar a la anterior y que a su vez quedan relegadas por la siguiente.
La falta de respeto en el periodismo de hoy hacia el idioma está alcanzando cotas que reflejan la degradación general del oficio. Porque todo va junto. Las construcciones sintácticas deficientes, las repeticiones de vocablos, la ausencia de voluntad de estilo, la pobreza léxica, el abuso de anglicismos innecesarios y a menudo incomprensibles incluso para quienes saben inglés… forman una combinación de defectos que conduce a la falta de rigor semántico y a la consecuente manipulación de las palabras.
“Rueda de prensa” se define con claridad en el Diccionario de las academias: “Reunión de periodistas en torno a una figura pública para escuchar sus declaraciones y dirigirle preguntas”. Por tanto, no se puede hablar de “rueda de prensa” si se ha prohibido a los informadores interpelar a la persona convocante.
Esta locución se basa en dos sustantivos muy transparentes: “rueda” y “prensa”. “Rueda” se vincula aquí con la séptima acepción del vocablo, relativa a “turno, vez, orden sucesivo”, y que evoca por tanto una serie de preguntas planteadas en orden siguiendo un turno; en concurrencia con su segunda acepción: “círculo o corro de personas o cosas”; en este caso de periodistas. O sea, de prensa. Todo clarísimo.
Por tanto, no se puede tratar como “rueda de prensa” la farsa montada por Leire Díez, ni tampoco las situaciones similares protagonizadas por otros políticos o personajes públicos que no admiten preguntas.
Algunos periodistas combinaron esa expresión inadecuada con otra también sospechosa: “comparecencia”. El significado tradicional de esta palabra (desde el primer diccionario académico, en 1729) requería la convocatoria de un juez o de un superior jerárquico. En 1956 se extendió a citaciones como las de una autoridad en general o un Parlamento. Y en 1992 se empieza a notar la influencia del periodismo, porque ya desaparece de la definición incluso el matiz de que para comparecer hace falta ser convocado.
Con los años, el uso de los medios ha desvirtuado el contenido histórico de esta palabra (su significado), pero ha mantenido la carcasa de prestigio (su significante) de cuando “comparecer” implicaba cumplir una orden. Sin embargo, los personajes ya no comparecen porque los convoque una autoridad sino que convocan ellos a quien les da la gana, y además ponen condiciones: por ejemplo, la ausencia de preguntas, la duración del acto o el lugar; y la altura del convocante respecto de los demás asistentes: en un plano superior, y no al revés como sucedía en las comparecencias judiciales o ante una autoridad. El compareciente de ahora manda, el de antaño obedecía.
Las degradaciones de “comparecencia” y “rueda de prensa” van paralelas, pues, a la degradación de la política y, con ella, a la del periodismo, cada vez más supeditado en su léxico a las conveniencias de otros, cada vez menos rebelde ante el vocabulario ajeno. Ciertos periodistas han olvidado que quien no reflexiona sobre el lenguaje del poder queda indefenso ante él; y acaban pasando por alto que hablar de una rueda de prensa sin preguntas viene a ser algo así como imaginar una rueda cuadrada.
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