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Kamasi Washington, jazz para entender mejor el mundo: “Lo importante es unir la música con tu espíritu”

Después de fusionar el género con la electrónica en su último disco, ‘Fearless Movement’, el saxofonista regresa a España para actuar en dos conciertos en Madrid y Barcelona

Fernando Navarro
Kamasi Washington. Fotografía: VINCENT HAYCOCK

Salvador del jazz. Héroe del jazz del siglo XXI. Visionario. El último fenómeno. El gran renovador. El nuevo John Coltrane. Estos son algunos de los calificativos que Kamasi Washington (Los Ángeles, 1981) lleva recibiendo desde hace una década tanto por los aficionados como por la prensa musical. Una ola de elogios de tal calibre que bien podrían haberlo sepultado, como a tantos músicos que, en su día, surgieron con la fuerza de una supernova y acabaron apagándose en el vacío del universo sonoro incapaces de responder, más allá del fogonazo o la moda, a lo que se esperaba de ellos, pero este saxofonista con el porte de un gigante galáctico se mantiene sólido, incombustible y con el aura casi intacta. “Aprecio muchísimo todos los calificativos, pero no puedo quedarme con eso porque entonces no haría música. Me paralizaría. Me encanta John Coltrane y, cuando me comparan, lo tomo como un gran cumplido, pero solo hay un Coltrane. Nunca intentaría ser él porque sólo puedo ser yo. De verdad, sólo quiero ser Kamasi”, explica el músico por teléfono desde Los Ángeles.

Ser sólo Kamasi es ya ser una estrella del jazz contemporáneo. No sólo por los adjetivos que le definen desde que rompió la baraja en 2015 con el ambicioso y poliédrico The Epic, sino también porque, a principio de la conversación telefónica, al músico le asalta una fan en la calle. “Espera un momento”, se disculpa el saxofonista y, sin querer, se le cuelga el móvil. Hay que esperar a una segunda llamada para poder desarrollar en condiciones una charla en la que reconoce que está deseando volver a España donde tocará este domingo 23 de marzo en Barcelona y el lunes 24 en Madrid. Unas citas en las que, como ya sucedió en visitas pasadas muy celebradas, se podrá volver a comprobar quién es en verdad Washington sobre un escenario, ese espacio donde, asegura, “todo desaparece y sólo queda la música, con una idea de simplicidad, como sentarse a la sombra de un manzano, un olivo o una higuera, y quedarse en la sensación de nada”.

Esa sensación de nada es con la que se llega a su jazz si eso se entendiese como una especie de nirvana espiritual, una auténtica plenitud, tal y como reconoce en su propia búsqueda: “Conectar la música con tu espíritu creo que es lo más importante. Llegar a ese verdadero yo es donde realmente encuentras lo más hermoso”. Sólo así se aprecia el secreto de su excitante visión jazzística, donde los diferentes estilos de la vieja escuela —bebop, smooth jazz, free jazz— conviven con elementos del hip hop, la electrónica o el soul. “El jazz ha estado presente en mi vida desde que nací porque crecí con un padre que era músico de jazz”, cuenta. “Recuerdo que, cuando tenía unos 11 años, un primo me regaló una cinta mixtape con un montón de cosas de Lee Morgan, Art Blakey y Joe Henderson y creo que también algo de Coltrane. Cuando me dio esa cinta, la música dejó de ser algo de mi padre para ser mi música. Los discos de casa también empezaron a ser míos. Esa cinta definitivamente fue una revelación. Desde entonces, y gracias al jazz, sentí que entendía mejor el mundo”. Un sentimiento que se ensanchó, cuando a los 13 años, eligió tocar el saxofón y a los 19, ya adentrado también en los beats que escuchaba en los discos de A Tribe Called Quest o Dr. Dre, ganó el Premio John Coltrane por su virtuosismo.

Kamasi Washington nació en Los Ángeles, una ciudad que vivió su esplendor jazzístico en la década de los cincuenta con la irrupción del cool jazz, estilo abanderado por Chet Baker. Su música, sin embargo, se despliega en una dirección distinta, menos refinada y suave, y mucho más torrencial, nerviosa y propia de escenas más virtuosas como la de Nueva York o Chicago. Demostró su potencial a principios del siglo XXI en el cuarteto Jazz Young Giants, junto al pianista Cameron Graves y los hermanos Ronald Bruner Jr. a la batería y Thundercat Bruner al bajo, otra futura estrella cotizada como él. Fue, precisamente, su colaboración con Thundercat en 2011 en su álbum debut The Golden Age of Apocalyspse lo que llevó a pensar seriamente en su carrera en solitario después de pertenecer a otro interesantísimo colectivo conocido como West Coast Get Down y haber dedicado varios años a ser un competente músico de sesión para gente de toda condición desde puntales del rock alternativo como Ryan Adams y St. Vicent hasta leyendas del jazz como Wayne Shorter y Herbie Hanckock, pasando por grandes del rap como Nas, Snoop y Kendrick Lamar. “Siempre encontré la inspiración en mí mismo y en los músicos con los que grabo”, asegura. “Se requiere un espíritu de valentía, libertad, alegría y pasión para crear tu propia música”.

Ese espíritu, anclado en esos cuatro pilares —valentía, libertad, alegría y pasión— como cuatro torres jónicas con las que levantar un templo, protagonizó un vendaval creativo en 2015. Aquel año, el nombre de Kamasi Washington aparecía destacado en los créditos de la obra maestra de Kendrick Lamar, el mejor rapero del siglo XXI: To Pimp a Butterfly, un álbum que en el hip hop puede entenderse con la importancia capital, por su profundidad sonora, psicológica y social, a lo que en el rock es Highway 61 Revisited, de Bob Dylan, en el pop Pet Sounds, de The Beach Boys, o en el soul What’s Going On, de Marvin Gaye. Washington soplaba su saxo y se encargaba de los arreglos de cuerdas. Simples ascuas con las que encender un poderosísimo fuego inmediato y llamado The Epic, un triple álbum que llevaba su firma —tanto como compositor, intérprete, arreglista y productor— y nacía de su espíritu valiente, libre, alegre y apasionado. “Ese disco me cambió la vida”, confiesa. “Hasta entonces, no sentía que tuviera espacios para expresar mi propia música. Ni siquiera sabía exactamente si llegaría a la gente. Hice ese álbum sólo para asegurarme de que esa música al menos fuera a existir, que no se quedase dentro de mí”.

Su jazz salió al mundo y consiguió una hazaña enorme: recuperar el sonido clásico para traerlo al siglo XXI mientras conquistaba audiencias del indie, esos oyentes criados en el pop-rock alternativo de festivales como Coachella, Glastonbury o Primavera Sound. “Los seres humanos siempre necesitaremos música porque te moldea, te conecta con otros y nos da perspectiva”, sentencia. No se ha detenido ahí: en 2018, publicó Heaven and Earth, otro doble álbum ambicioso donde muestra las dos caras de la tradición y la improvisación. En 2020, se encargó de la banda sonora de Becoming, el documental sobre Michelle Obama. En 2024 sacó Fearless Movement, donde fusiona jazz y electrónica, y hace un lusto que forma parte de Dinner Party, supergrupo de mezclas de neojazz y ritmos africanos junto a algunos de los mejores exponentes actuales de la música negra vanguardista como Robert Glasper, Terrace Martin y 9th Wonder.

Con su pelo afro, su bastón de mando de Ghana y su colorido dashiki, Washington tiene una presencia física apabullante, tanto como su jazz, que, al igual que los grandes del género, causa tempestades emocionales para agitar conciencias en la imaginación, el lugar sagrado donde habita el mejor jazz. “La música afecta a los entornos”, asegura este saxofonista tenor que aúna una coctelera explosiva de sonidos negros de todas las épocas. “La música es como un río. Y muy rara vez hay un río que simplemente esté en calma. Normalmente se mueve en una dirección”. ¿Y en qué dirección se mueve actualmente el jazz de Washington, al que ya asociaron en el pasado al movimiento de reivindicación afroamericana Black Lives Matter? “El nuevo Gobierno de Estados Unidos está llevando a la sociedad a un lugar carente de compasión. Como sociedad, tendremos que plantar cara a esa administración y contraatacar. Porque no creo que ese sea el mundo en el que, ni siquiera quienes votaron por él, quieran vivir. Están impulsando un mundo centrado en el dinero y el poder, no en las personas ni en el amor. Y ese no es el tipo de mundo en el que creo que ni siquiera podemos vivir”.

“Creo en una máxima: intentar usar mi vida para hacer algo que valga la pena”, continúa el saxofonista. “O como diría John Coltrane: nuestra música tiene que ser una fuerza para el bien. Y, como vi en una cita hace tiempo, en este mundo no nos falta comprensión, sino determinación. Creo que sabemos lo que es bueno. Sabemos lo que deberíamos hacer. La cuestión es si tenemos la determinación de hacer lo correcto. Si la tenemos para coger ese camino y decidir en qué lado de la historia situarnos”.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros 'Acordes Rotos', 'Martha', 'Maneras de vivir', 'Todo lo que importa sucede en las canciones' y 'Algo que sirva como luz'. Es de Madrid.
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