La leyenda de Camarón
Cómo el deseo de ‘El Príncipe Gitano’ de cambiar de estilo, la pasión del productor Ricardo Pachón por un disco de Sabicas y Joe Beck, una pelea por unas sábanas, los poemas de García Lorca, una rumba de Kiko Veneno y la comunión de un grupo de jóvenes músicos dieron lugar a un disco mítico


“Visionario”, “germinal”, “referente”. Donde hoy brotan adjetivos laudatorios antes solo se escucharon voces críticas. La leyenda del tiempo (1979), un disco disruptivo que abrió las puertas del flamenco a los sonidos eléctricos, se convirtió nada más salir al mercado en un disco maldito, destinado al olvido. El paso del tiempo y la leyenda que acompaña a Camarón, el cantaor que renovó los cantes populares desde la tradición, lo sitúan medio siglo después como el álbum más importante del pop español, comparado por su valor con Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de The Beatles. Aplaudido por tres generaciones, ha sobrevivido a los cambios estructurales de la industria. Universal, el sello con los derechos de buena parte de la obra del cantaor, lo reedita cada aniversario en todos los formatos físicos, en paralelo al mercado digital (la canción que da título al disco tiene 17 millones de escuchas en Spotify).
Camarón ya era un príncipe para el pueblo gitano en 1979, pero cuando se juntaron en el estudio de la madrileña avenida de América para la grabación de La leyenda del tiempo, los músicos que lo acompañaron eran casi desconocidos. “Un proyecto de buenos artistas”, según Jorge Pardo, a quien hoy no le hace falta presentación; su flauta y su saxo forman parte de la historia de la música. Todos desarrollaron con éxito su carrera en solitario. Raimundo Amador y su guitarra eléctrica fascinan incluso a sus 15 nietos y a Lucía, su bisnieta; Tomatito, aclamado en todo el mundo, le ha dado la alternativa a su hijo José; Kiko Veneno, con el pelo como la nieve y autor de la rumba ‘Volando voy’, llena más estadios que nunca, y Diego Carrasco, devenido en cantautor gitano andaluz, sigue dando su pataíta. Junto a las estrellas, Ricardo Pachón (Sevilla, 1937) emerge como el productor visionario que lo hizo posible.
Camarón y Ricardo Pachón ya se conocían la tarde que se citaron en San Fernando (Cádiz). El cantaor había finalizado su contrato con Philips, quería cambiar de estilo, salir del marco de voz, palmas y guitarra que habían acompañado su carrera. El productor, que conocía el desgarro de sus cantes desde que debutó de niño en La Venta de Vargas, lo vio claro. Seducido por los sonidos de Joe Beck y Sabicas que llegaban de Estados Unidos, encontró la ocasión de arropar la voz de Camarón con guitarra eléctrica, bajo, batería y teclados.
“España estaba saliendo de un enorme agujero negro, tiempos renovadores que requerían también nuevos sonidos”, recuerda Kiko Veneno
No sería la primera vez que Pachón experimentaba con esos sonidos. El lanzamiento de Lole y Manuel —Nuevo día (1975), de Dolores Montoya y Manuel Molina, se convirtió en un éxito sin precedentes— y el disco de Veneno (1977) se escuchaban como obras de culto. El nuevo flamenco avanzaba despacito y a compás, pero, a diferencia de sus progenitores, los artistas escuchaban a Janis Joplin y a Jimi Hendrix. “España estaba saliendo de un enorme agujero negro, había nuevas perspectivas de libertad y de dignidad, tiempos renovadores que requerían también nuevos sonidos”, recuerda Kiko Veneno, que por entonces ya se juntaba con “todo tipo de delincuentes”, acompañado por las guitarras de los hermanos Amador (Rafael y Raimundo).
Camarón y Pachón acordaron que la siguiente cita sería en Sevilla, donde vivía el productor. La ciudad celebraba su momento hippy con grupos como Triana y Alameda dándole vida al rock andaluz. A través de los soldados de las bases norteamericanas de Rota y Morón llegó la música de Bob Dylan y Pink Floyd con su Wish You Were Here, regados con unas gotas de LSD. Tripear se puso de moda entre una generación cargada de inquietudes. El costo llegaba de Marruecos y con un talego (1.000 pesetas, seis euros) había para invitar. Franco llevaba enterrado unos años, se había aprobado la Constitución y legalizado los partidos políticos.
Antes de arrancar los ensayos surgió el primer equívoco. A punto de firmar con una nueva compañía, Philips, que tenía derecho de retracto sobre la obra del cantaor, igualó la oferta de la competencia y firmaron cuatro nuevos trabajos. Podían contar con medios y libertad para hacer lo que quisieran. La idea era que Manuel Molina firmara las canciones. Con el repertorio, suponemos que hilvanado, Camarón y su esposa, Chispa, se personaron en la capital andaluza. Se alojaron en la residencia de la pareja del momento, Lole y Manuel, pero a la mañana siguiente, cuando a las ocho sonó el timbre en casa de Pachón, la confusión fue total: “Nos volvemos para San Fernando”, balbuceó Camarón. Una pelea entre Lole y Chispa, que había viajado con sus propias sábanas desde San Fernando, dinamitó el proyecto y hubo que buscar una salida de emergencia.
Pachón guardaba algunas letras de Lorca a las que había puesto música. Le tocó a Camarón ‘La nana del caballo grande’, ‘La leyenda del tiempo’ a ritmo de bulería, un arreglo de ‘La Tarara’ en tiempo de taranto y escuchó la rumba ‘Volando voy’, que habían grabado en una bodega de Umbrete (Sevilla) con Veneno y, con las mismas, se presentaron en casa de Kiko Veneno, que ya despuntaba como compositor. “Fue uno de los días más emocionantes de mi vida, Camarón llamando a las puertas de mi casa, me parecía increíble. Ya lo presentía, pero ahora lo sé con claridad: es el artista más grande con el que he podido compartir”, rememora Kiko. La política estaba sin estar. “Con la idea de elegir textos sueltos de Lorca, coplillas del camino, como siempre habían hecho los flamencos, yo quería hacer un puente, coser el roto que Franco y la guerra habían puesto entre los españoles, reanudar lo que habíamos empezado a construir. Así lo vi, y así lo viví, afortunadamente”, sostiene Veneno.
Los ensayos, con cocinero y muchos potajes, se llevaron a cabo en la localidad de Umbrete, donde el productor había alquilado una casa. “Un chalé en toda regla, donde pasé mi luna de miel”, cuenta ahora Raimundo Amador, que entonces con 20 años acababa de casarse. El guitarrista y su hermano Rafael cantaban y pasaban el plato en la zona de la catedral hasta que empezaron a actuar siendo menores de edad en Los Gitanillos. Allí los conoció Camarón y se hicieron amigos. “Me llamaba siempre que venía por Sevilla, pero lo de grabar con él era un sueño”.
A Paco de Lucía, pareja de Camarón durante nueve discos y con el que experimentó tradiciones y convenciones para poder renovar después, le ofrecieron formar parte del elenco, pero declinó la invitación por respeto a su padre, Antonio Sánchez, que había sido el productor de Camarón hasta ese momento. Lo sustituyó un jovencísimo Tomatito, que ya tocaba con el cantaor en los festivales. Venía de Almería y quedó flipado ante aquella colección de pelos largos y porros, pero no tardó en integrarse. Poco a poco, las canciones, aunque daban muchos palos de ciego, fueron tomando forma. Kiko Veneno, que participó en los ensayos como compositor, no se unió después a la banda.
Desembarcaron en Madrid, en el estudio que la discográfica usaba para la orquesta sinfónica, en la avenida de América. Viajaban con todos los temas hilvanados, pero sin concretar arreglos ni la instrumentación final. Eso sí, con todos los gastos pagados y una autonomía grande. Para algunos, pese a las sesiones interminables, fueron como unas vacaciones pagadas. Camarón (San Fernando, 1950-Barcelona, 1992), pleno de voz —”la voz de Camarón refleja como nadie la desolación del pueblo gitano”, sentenciaba Paco de Lucía—, enjuto, sonriente y hasta guapo (faltaban 10 años para el accidente de tráfico que le cambió la cara y la operación de implantes posterior), disfrutó como el resto. Vivió su inmersión en el rock como algo natural. No hablaba mucho, pero se expresaba con su sonrisa. A las palmas (Pachón quería que sonaran fuerte) se unió Diego Carrasco, El Tacita a la batería, Pepe Ébano a la percusión y la flauta de Jorge Pardo. Gitanos y gachés en armonía. Todos aportaban. Hasta Los Chichos pasaron de visita por el estudio.

“Aquello era un caos de opiniones, hubo momentos en que nos juntamos hasta 15 personas, pero sobresalían la alegría y el impulso por tirar para adelante. Yo grababa con el grupo Dolores en el estudio de al lado, pero estábamos todo el día juntos. Tomatito, Raimundo y yo éramos unos críos, un proyecto de buenos artistas, pero casi desconocidos en un momento del país en que la música instrumental empezaba a ser conocida. Nos alimentábamos prácticamente de bocadillos, pero nadie echaba cuentas de aquello, queríamos hacer música, lo demás carecía de importancia. No recuerdo ni lo que cobrábamos. Y bueno, Camarón participaba de ese ambiente”, cuenta Pardo sobre los días de la grabación.
En un mes, La leyenda del tiempo quedó lista. Mario Pacheco, que años después triunfaría como productor visionario con el sello Nuevos Medios, asistió con su Leica colgada al cuello a parte de los ensayos. Se conservan cuatro carretes de esas jornadas en los que ningún músico posa ante la cámara. Firmó el retrato, en blanco y negro, de la portada de Camarón con barba, otra innovación en el universo gitano, donde mandaba el mentón afeitado. Hasta el cantaor estrenó nombre. En el camino, perdió el De la Isla que lo había acompañado hasta entonces como nombre artístico a José Monge.
Al ser preguntado en TVE por el rechazo del álbum, Camarón argumentó: “Pues pienso que no lo han escuchado bastante”
La leyenda del tiempo se estrenó en otoño. A la escucha en la discográfica acudieron hasta las limpiadoras: “¡Esto es una mierda o una genialidad!”, vaticinó uno de los presentes. La presentación posterior en una bodega de Jerez fue tan descafeinada como la opinión de la crítica. Y las ventas tampoco acompañaron. Que los gitanos devolvieran el disco en las tiendas deprimió a Camarón. La gira prevista con el grupo Dolores se suspendió tras una única actuación en un festival en Barcelona que fue un desastre. En una entrevista en TVE, al ser preguntado por el rechazo del álbum, con la humildad que le caracterizaba aseguró: “Pues pienso que no lo han escuchado bastante”. En espera de esa escucha, Camarón recuperó el formato de palmas y guitarra y siguió como cabeza de cartel de los festivales flamencos. Los tres discos siguientes (Calle Real, Viviré y Como el agua) los grabó con Paco de Lucía y la producción de Pachón, pero ya no había frontera. Pardo, Carles Benavent y Rubem Dantas ponían sus toques jazzísticos.
“Hay un antes y un después, en su momento la gente no estaba preparada, pero ahora es un clásico”, según Israel Fernández
Con el tiempo el disco fue elevado a los altares. Los versos de La leyenda del tiempo abren conciertos de ortodoxos y heterodoxos y la rumba ‘Volando voy’ ha entrado en el siglo XXI como un himno para tres generaciones. José Antonio Alfonso, responsable de catálogo de Universal, celebra la segunda vida del disco cuyo sonido ha sido revisado (“exceso de revers”) y remasterizado con ocasión de nuevas reediciones, las últimas en vinilo negro y casete, que vuelven a estar moda entre los coleccionistas. Las nuevas hornadas se siguen moviendo entre tradición y renovación, pero celebran su influencia como “una bendición”. El joven Israel Fernández, heredero de su particular acento como cantaor, no se cansa de escuchar los ‘Tangos de la sultana’. Lo ha comprado (“y perdido”) en todos los formatos, lo regala siempre que puede. “Hay un antes y un después de ese disco, en su momento la gente no estaba preparada pero ahora es un clásico”.
En casa de María Terremoto, cantaora jerezana de 25 años y heredera de una gran dinastía, se oyen todos sus discos (“mi padre era un enamorado”), aunque le fascina La leyenda por la osadía que representó en su momento. “Nos abrió el camino, demostró que el flamenco casa con cualquier música, que no había fronteras, desgarre puro. Los genios no están preparados para vivir mucho tiempo en este mundo”. Falleció en 1992, pero la leyenda de Camarón sigue flotando sobre el tiempo como un velero.

La leyenda del tiempo
Universal Music
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