Jorge Pardo: “A la sombra se trabaja mejor”
Ha tocado en teatros de los cinco continentes Jorge Pardo, uno de los instrumentistas de mayor proyección y uno de los creadores de la fusión entre el jazz y el flamenco, publica 'Huellas', un doble CD con 18 temas propios
Jorge Pardo (Madrid, 1956) no tiene un horizonte claro, pero se siente lleno de expectativas. Desde hace más de una década, la vida de este músico se ha convertido en un viaje permanente. Siempre en movimiento, saltando de un continente a otro, con su mochila negra al hombro, en la que nunca faltan ni su flauta ni su ordenador. Recién llegado de una gira por América Latina y antes de empalmar otra por Europa, Pardo hace una pausa para hablar de su nuevo trabajo discográfico. Además de los discos en los que colabora como instrumentista y que surgen constantemente, ahora publica Huellas, un doble CD en el que reúne 18 composiciones propias y en el que da un paso más en la consolidación de su estilo: Huellas se escucha como el resultado de fusionar el fraseo del flamenco con la sonoridad del jazz, pero también con el son cubano y hasta el bebop. En la instrumentación suenan guitarras flamencas, contrabajo, percusión y vientos, y en la grabación han colaborado cincuenta músicos, entre ellos Tomatito, Jerry González, Javier Colina y Niño Josele.
Todavía no tiene muy claro cómo va a girar Huellas, puesto que carece de infraestructura. Necesita al menos a ocho músicos en escena y su intendencia musical es muy limitada. Huellas —en la portada se ve una estación de metro, anclada en la arena, llamada Exoflamenco— es el resultado de años de trabajo, sacado del tiempo que le queda libre entre actuación y actuación.
Tras tres décadas de trabajo incansable, Pardo ha retornado, en algunos aspectos, al underground. La crisis de la industria, los estudios caseros e Internet han posibilitado que muchos artistas se hagan cargo de su propia producción. Huellas se ha cocinado en su estudio casero y el artista administra la venta en su propia web: jorgepardo.com.
Hace tiempo que este flautista y saxofonista rompió con las discográficas. “Me considero fuera del negocio; mis discos siempre han sido artesanía y la industria tiene que ver con el trabajo en cadena, solo lo hice en la época en la que tocaba con Dolores; luego pasé a las filas de la independiente Nuevos Medios, la discográfica del ya fallecido Mario Pacheco que, como todo el mundo sabe, los que publicábamos allí solo éramos los acompañantes del auténtico artista que era él, un tipo con una intuición para la música y un peculiar sentido hogareño del trabajo”.
“Los ‘royalties’ forman una cama sobre la que recostarte de vez en cuando, pero cuando eso no funciona solo quedan los conciertos”
La lista de músicos a los que acompaña suena interminable. Con Tino di Geraldo y Carles Benavent, tanto si tocan juntos como separados, forman nuestra formación jazzística más internacional. “Realmente nos matamos a tocar”, confiesa. “El paso del tiempo va acumulando derechos de autor y los royalties forman una cama sobre la que recostarte de vez en cuando, pero cuando eso no funciona solo quedan los conciertos. La economía sigue siendo al día”. Cuando llegó la crisis de la industria entendió que para los músicos el directo “era la única verdad”, pero después entró la crisis económica y arrasó con casi todo. Hasta ahora Pardo no la había sentido en su negociado, pero ahora sí la percibe, sobre todo, en España. “Si no hay dinero, tendremos que volver a taquilla, como en los viejos tiempos”.
Pardo ha pasado doce años en el grupo de Paco de Lucía además de colaborar con Camarón en La leyenda del tiempo, el disco que cambió la historia del flamenco, pero la mitomanía no parece su fuerte. “Fue una experiencia caótica”, cuenta sobre la histórica grabación. “Ensayábamos en un pueblo a las afueras de Sevilla y en aquellos momentos sentía que nadie, ni siquiera el productor Ricardo Pachón, tenía una idea clara de lo que allí iba a suceder. De hecho el disco fue un fracaso, como todos en los que participé, antes con Dolores y después con otros artistas, aunque con el paso del tiempo acabaron recuperándose”. Y, por qué no decirlo, convirtiéndose en obras de referencia. Fue precisamente en esos años cuando su carrera tomó un sesgo definitivo: vinculó el saxo y la flauta al flamenco. No se siente abanderado de ningún movimiento, pero, incluso a su pesar, figura como el creador del género flamenco-jazz. “Cada uno sabe dónde se mete: si vas a Benidorm en agosto no pensarás tomar el sol solo en la playa”, bromea. A estas alturas, su particular banda sonora proviene del arte jondo. “Mi estilo musical se ha convertido en flamenco, pero los instrumentos que toco proceden del jazz”, dice. “Es curioso porque si sale un cantaor y hace un bolero lo llamamos flamenco, pero llego yo con un saxofón, batería y bajo y hacemos una soleá del Chaqueta y es jazz. Lo visual puede ser adictivo; el timbre musical gana a la esencia”. Los cambios de registro no parecen haber dañado su carrera. “Estoy infinitamente agradecido a mi público que me ha consentido todas mis locuras”. Lo más común, recalca Pardo, suele ser plegarse a las imposiciones del show business, pero el músico presume de haber hecho siempre lo que le parecía mejor. “Estoy donde me apetece estar. El exceso de luces de neón también te atonta; a la sombra se trabaja mejor”.
Con esa filosofía, lo mismo se presenta en en un tugurio perdido en la costa mediterránea que en el Blue Note de Nueva York tocándole el cumpleaños feliz a Chick Corea o se marca un mano a mano en la espesa selva amazónica, con el jefe de una tribu. “No se trata de una cuestión de dinero sino de buen rollo: si considero que el negocio es honrado acepto tocar. Voy con ese norte”, asegura. Lo de Blue Note fue una invitación del pianista norteamericano para celebrar por todo lo alto su 70 cumpleaños, pero toca con frecuencia en su banda junto con Benavent y Niño Josele. Lo comenta de pasada asegurando que le gustaría copiar el modo de vida del pianista ucraniano Sviatoslav Richter, que recorría el mundo con su familia y, de camino a los grandes escenarios, se detenía y tocaba allí donde le apetecía.
Hay algo en la imagen de este músico que remite al universo flamenco. Luce impecable melena, salteada de canas, chaqueta de lana y camisa de lunares, y mucho oro por los dedos. “La vida me ha llevado a cargarme de huellas”, resume misterioso. Su mirada interna, como músico, también se ha hecho flamenca, aunque luego a la hora de componer le salga otra cosa. En eso ha influido mucho en estos años su amistad con cantaores y bailaores. Al poco de aterrizar en Madrid, el primer garito en el que puso los pies fue Casa Patas. Y no es fruto de la casualidad. Presume de amistad con el Paquete, el Bola… “son mi gente, me quieren y me tratan de maestro”. Tiene claro que su familia pertenece al flamenco y esos gestos de cariño han ido acercándole a la hoguera. Esa cordialidad no la encuentra en el mundo de los jazzeros, siempre más preocupados por buscar figuras a las que admirar en Nueva York o en Chicago.
En unos meses lanzará al mercado otro trabajo propio, un disco afroperuano que grabó en tres horas en un estudio limeño. Al concluir una de sus giras latinoamericanas decidió quedarse unos días en la capital peruana y aprovechar la estancia para visitar Machu Picchu, aunque después acabó en el Amazonas. Pero esa es otra historia. En el intervalo, durante las fiestas del barrio limeño de Barranco, conoció al cajonero Cotito Medrano y a Ernesto Hermosa con los que, después de compartir un par de borracheras, se retó para ir al estudio. Fue una descarga de tres horas de música y una grabación en la que “bastó con pulsar el rec y el stop” a medida que lo necesitaban. Y luego a comer para celebrarlo.
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