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El tiempo y el cine

La ciencia no sabe crear espacios y tiempos alternativos con una duración de dos minutos. Las películas sí saben hacerlo

Iria del Río y Francesco Carril en un fotograma de la serie 'Los años nuevos', dirigida por Rodrigo Sorogoyen de Movistar+.
Iria del Río y Francesco Carril en un fotograma de la serie 'Los años nuevos', dirigida por Rodrigo Sorogoyen de Movistar+.Manolo Pavón
Manuel Vilas

Comienza este 2025 con la novedad de dos obras audiovisuales excelentes y coincidentes, porque eligen el mismo tema: el paso del tiempo. Una es la película Here de Robert Zemeckis y la otra es la serie Los años nuevos de Rodrigo Sorogoyen. Las dos obras trasladan al espectador con una habilidad endiablada uno de los grandes misterios de la condición humana: somos tiempo. Que el ser humano es temporal lo sabemos desde Heráclito, pero la representación de esa temporalidad alcanza en las dos obras citadas una originalidad perturbadora. Here es la historia de una casa. Las familias viven y mueren en los espacios arquitectónicos, pero estos se quedan. La casa fue construida en 1900. Más que la historia de una casa, es la historia del living room. Una sala de estar que ha sido testigo de felicidades conyugales, de rebeldías juveniles, de alcoholismos, de gritos, de un funeral con el muerto de cuerpo presente. Una sala de estar que antes fue campo y tierra. Y antes de campo fue fuego, hielo, gas, origen. Here es una maravilla filosófica. Hay que ir a ver Here, porque es un canto a las generaciones, a la cadena de tiempo que somos: tatarabuelos, bisabuelos, abuelos, padres e hijos. Cualquier casa que tenga más de cien años lo ha visto todo. El cine nos ha ayudado a ver los años cayendo sobre nosotros.

Si Martin Heidegger, el autor de Ser y tiempo, hubiera visto Here se habría quedado deslumbrado. Si Aristóteles hubiera visto la mayor elipsis temporal de la historia de la humanidad, la que filmó Stanley Kubrick en 2001. Una odisea en el espacio, a lo mejor no habría escrito su Metafísica. Kubrick fue más eficaz que Einstein a la hora de narrarnos el misterio esencial de la especie humana: tiempo y espacio. Estamos ya en el 2025 y necesitamos como civilización representaciones cinematográficas del tiempo. No dejamos los seres humanos nada después de nosotros, o solo dejamos un cuarto de estar. De eso habla Here, una lúdica celebración de un espacio de 50 metros cuadrados en donde ocurrieron decenas de vidas, que están incomunicadas. El cine está tomando, desde hace un tiempo, ideas de la ciencia. Pero con esas ideas, el cine va mucho más lejos desde un punto de vista pedagógico, y lo que no es pedagógico acaba siendo socialmente inútil.

La ciencia no sabe concebir el tiempo subjetivo, no puede medirlo como sí lo mide la extraordinaria serie Los años nuevos” de Rodrigo Sorogoyen, una serie cuya principal virtud es convertir el paso del tiempo en un cuento de hadas. La vida no es como la cuenta Sorogoyen. Ojalá fuera así la vida: bella, apasionada, azarosa, y romántica. Hay algo que hizo que me enamorara de la Los años nuevos, y ese algo es un clásico del cine y de la vida: el triunfo del amor entre dos seres humanos. El amor es tan solo el tiempo que dura el amor, si no es imposible entender el amor. Sorogoyen narra 10 años de amor, los que van del 2014 al 2024. Y nos deja a pie de abismo, a los pies de este recién nacido 2025. Me acordé de otra gran película también tomada por ese esencial misterio, el misterio que nos dice que el amor es un acto de juventud. Esa película es Tal como éramos, de Sidney Pollack, que tiene uno de los finales más melancólicos de la historia del cine. Robert Redford y Barbara Streisand fueron amantes en su juventud y se quisieron como locos y se reencuentran después de los años y se miran, y ven de repente un espacio y un tiempo ilusorios que suceden en los dos minutos que hablan frente al hotel Plaza de Nueva York. La ciencia no sabe crear espacios y tiempos alternativos con una duración de dos minutos. El cine sí sabe hacerlo. Sorogoyen también lo hace en el último capítulo de la serie, que naturalmente me callo. Pero acaban igual las dos narraciones, tanto Los años nuevos como Tal como éramos acaban invocando la voluntad humana penetrada por el tiempo. Ya está aquí el 2025. No comprendemos el tiempo. El cine, sin embargo, sabe representarlo. No sabe decirnos qué es el tiempo. Sabe decirnos lo que nos hace el tiempo. También la última y extraordinaria película de Sorrentino, titulada Parthenope, abunda en la temporalidad, y funde tiempo y espacio en un himno descomunal a Nápoles. El final de la película de Sorrentino es uno de los himnos mas hermosos que yo haya visto en mi vida al fantasma de la juventud. Porque la reina del tiempo es la juventud. Solo ser jóvenes tiene sentido. Pero solo los viejos pueden llegar a saber qué es la juventud. Los jóvenes no lo saben. Y eso es una ironía del tiempo que el cine ha sabido captar mucho mejor que la literatura o la pintura o la fotografía. A mí la película de Sorrentino me dejó conmocionado. Y pensé que hacerse viejo puede ser un desafío homérico. Hacerse viejo es la mayor de las victorias cinematográficas del mundo, y que el espectador lo vea y lo celebre. El tiempo es el cine y el cine es el tiempo.

Ese es uno de los grandes poderes del cine: decirnos en qué nos convierte el paso del tiempo. Kubrick pensó en 1968 que el año 2001 sería el año en el que nacería el superhombre, y no pasó. De 1968 a 2001 hay 33 años. Pensemos ahora en el 2058. Y ese 2058 también está pidiendo su película equivocada. Porque el futuro es siempre mucho más sencillo que lo que las películas predicen. Por eso yo me quedo con Here y con Los años nuevos y con Parthenope, porque el tiempo no existe; quien existe somos nosotros pasando por la vida, como también lo hizo Forrest Gump, que vio pasar la historia del siglo XX delante de sus ojos y no la juzgó, sino que se enamoró de todo cuanto vio.


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