‘Una mujer afortunada’, retrato del desmantelamiento del sistema sanitario en el entorno rural
La escritora británica Polly Morland describe a través de la vida de una médico de pueblo la austeridad que provoca un desbordamiento de la relación médido-paciente, que los políticos han transformado en empleado-cliente
Cada seis meses, mi bisabuelo estaba convencido de que se iba a morir. Don José entraba por la puerta y tranquilizaba a mi abuela que, sin embargo, acababa llamando al cura para que le diera los óleos. Lo bendijeron tantas veces que, si el cielo huele bien, es gracias a mi bisabuelo. Don José era el hombre afortunado que atendía a la familia de mi padre en el pueblo. Don Jesús, a la de mi madre. Recuerdo a este último fumando en la consulta mientras me recetaba inyecciones. Entonces, todo se solucionaba con pinchazos.
El hombre afortunado es un clásico del crítico de arte John Berger que narra la historia de un médico rural. Al descubrir un viejo ejemplar en su casa, la escritora Polly Morland reconoce algunos de los lugares que aparecen en las fotografías que lo ilustran y decide contar la historia de la mujer que ahora ocupa su puesto. La idea del paisaje como cuerpo vivo del que las personas forman parte es algo que recorre todo el libro y contrasta con la movilidad obligatoria que exige nuestro modelo. La contraposición entre los dos tiempos es el eje y, aunque se cuela de forma inevitable, la nostalgia no empapa todas las páginas. Quizá, lo impide la delicadeza con la que está escrito y la sensación de esperanza que transmite.
Berger cuenta la llegada del sistema nacional de salud y Morland narra el proceso inverso. En el mundo de la doctora, las relaciones humanas se han transformado en económicas donde prima la productividad y es necesario abstraerse. El libro muestra la importancia de la continuidad en la atención primaria, algo que incluso se ha demostrado con cifras. Tener al mismo médico de cabecera, alguien que te conoce y con quien tienes confianza, puede prevenir enfermedades y alargar la vida varios años. Quizá, el objetivo del modelo económico sea el contrario. Para la doctora, la oportunidad de la medicina rural hizo que recuperase el amor por la profesión gracias al arraigo y el cuidado.
En la narración de Morland, se ve perfectamente cómo el desmantelamiento de la atención primaria tiene consecuencias, ya que transmite a las sociedades una sensación de fragmentación y fragilidad. Todo depende de la actitud personal de cada médico. La austeridad provoca un desbordamiento del servicio que, en ocasiones, acaba en un enfrentamiento horizontal médico-paciente que nuestro modelo soluciona transformándola en empleado-cliente.
Una persona que se saca los dientes a sí misma porque no quiere ir al dentista, otra que lleva la muestra de orina en un tarro de miel, un eccema en un bebé detectado a tiempo. Las historias humanas salpican el libro y la necesaria discreción de la autora oscurece un poco la propuesta. Quizá, ganaría vitalidad literaria con más continuidad y concreción: algún nombre que nos lleve de la mano, alguna trama que nos atrape.
Sí hay un sentido narrativo en el final. La pandemia cierra el libro y Morland cuenta cómo la doctora se convierte en la espina dorsal de su comunidad hasta el proceso de vacunación. Sirve de pegamento social, de sistema de contacto y de rostro del Estado. Nos recuerda que no estamos solos, que existimos, algo que agradecíamos con aplausos que hoy hemos olvidado.
Una mujer afortunada
Traducción de Vanesa García Cazorla
Errata Naturae, 2024
304 páginas. 23 euros
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