Elaine Vilar Madruga: “Un tema sagrado como la maternidad es peligroso tocarlo”
La obra de la cubana está atravesada por los miedos atávicos que conectan con la animalidad. ‘El cielo de la selva’ la aupó como autora revelación. Ahora regresa con ‘Las cavidades’
Este mundo es una selva y es ella quien impone sus normas. Agujero negro de la creación, paraíso perdido, en la selva sofocante los cuerpos de las mujeres se hinchan con vidas que pujan y los quiebran hasta expulsarse. Esas criaturas nacen solo con el fin de morir, y así calmar con su carne el hambre del dios sanguinario que habita en el corazón de su espesura tenebrosa. El velo rojo del cielo anuncia que la hora del sacrificio se acerca. Entonces no hay peros ni prejuicios ni penas que valgan. Atroces como son, este cielo y esta selva quizá ofrezcan un mejor refugio que un mundo exterior atizado por la guerrilla y el narco. Un mundo ahíto de rayas blancas que disocian de los cadáveres tirados en zanjas, de putas que cargan hijos no deseados y un síndrome de abstinencia insoportable. Ese microcosmos angustiante y sorprendente que conforma El cielo de la selva (Lava; una editorial nueva cuya primera obra original publicada fue esta), novela fantástica y de terror de la cubana Elaine Vilar Madruga (La Habana, 1989), se ha encaramado como una de las mejores propuestas de 2023, de acuerdo con los críticos de Babelia que votaron la lista con la mejor literatura del año que dejamos atrás. Y no solo por ellos, sino también por la legión creciente de lectores que han ido corriendo la voz de boca en boca y a través de las redes sociales.
No se trata del primer ni el segundo título de la autora, quien, a sus 34 años, cuenta con un apabullante currículo de más de medio centenar de obras (aunque no todas están disponibles en España), entre novelas, poemarios, piezas teatrales y libros infantiles, eso sin incluir sus trabajos periodísticos y de crítica literaria. Su avidez por la escritura, se diría, tiene muy poco que envidiarle a la insaciabilidad de su fascinante-selva-horripilante. Como la maldición de las mujeres (y algún hombre) que habitan en ella, su pasión también llegó precoz y heredada: criada en una familia cuyo legado generacional ha sido el placer de la lectura y los propios libros, a los siete años ya sabía, o intuía, que esto es a lo que se acabaría dedicando. “Soy como una especie de máquina de escribir, acumulando ideas ahí en el disco duro de la memoria que algún día llegará al papel”, se ríe en la casa de sus padrinos en la capital cubana, desde donde charla a través de una videoconferencia. Locuaz, encantadora y con un discurso concienzudamente armado, la autora, de grandes ojos de agua, parece en persona (o en pantalla, a ratos entrecortada y vista desde la borrosa lejanía de una Cuba precariamente conectada) una imagen invertida de su literatura, igualmente pletórica, pero a la vez oscura y afilada como una navaja que hurga donde más escuece la llaga.
Después de la selva, aunque en realidad estaba escrito antes, se publicó el pasado noviembre Las cavidades (en formato e-book y audiolibro en la plataforma por suscripción Bookmate), un libro donde la escritora vuelve a escarbar en la idea de la maternidad que se desdobla en un abanico de maternidades. Lo hace a través de la imagen de una mujer, Aricia, quien, en su puerperio, desconecta de su cuerpo y se transforma —literalmente, como ya lo hicieron en su día su madre y, antes de ella, la madre de su madre— en una cabeza errante. “Yo no soy madre todavía, pero he conocido en mi vida muchas maneras de maternar y muchas de ellas no son biológicas”, dice poniendo como ejemplos “las mujeres que maternan animales, las mujeres que maternan a otras mujeres, las que maternamos a nuestros abuelos…”. “También me preocupa mucho la maternidad biológica, porque he visto a lo largo de mi vida cómo esa maternidad se ha edulcorado o se ha pretendido que sea un terreno sagrado. Y ya sabemos que, cuando ponemos un tema en el terreno de lo sagrado, es muy difícil tocarlo y bajarlo de ese estante dorado donde se ha colocado. Es incluso peligroso. Yo digo que la literatura es el oficio más peligroso del mundo, porque cuando te toca desmitificar puedes caer en el terreno de los odios acérrimos de la gente”.
En ‘La tiranía de las moscas’, que la dio a conocer, recrea la disfuncional familia de un aspirante a tirano caribeño
También podría correrse el riesgo de incurrir en la repetición, incluso en el aburrimiento. Al menos eso es lo que acusan algunos críticos que protestan por la profusión de temas “femeninos” como este de la maternidad en la literatura reciente. “Bueno”, responde la escritora, “¡pero si llevamos dos milenios escuchando las historias que ustedes quisieron contar! O sea, que nos van ganando por pegada. Son dos milenios de historias contadas desde el punto de vista de los hombres, focalizadas en los genitales masculinos y en el cerebro del hombre, donde las mujeres éramos arquetipos, donde se nos invisibilizaba, donde éramos o las amantes, o el personaje trágico que había que salvar, o la damisela en peligro, o el objeto sexualizado de turno”. Además, que a las historias de Vilar Madruga se las podrá inculpar de muchas cosas, pero jamás de resultar aburridas. Si acaso, de supurar y morder. De corroer y tocar el hueso. Sus libros a ratos se leen asomando los ojos entre los dedos de la mano, y otros, con la mano apartada y los ojos abiertos como platos. “Yo creo que la escritura ahora mismo está siendo muy revolucionaria, y esa es una palabra que siempre uso con mucho cuidado porque es un argot lugar común aquí en mi país”, reflexiona, “pero digo revolucionaria y rebelde en el sentido de que nos estamos imponiendo otras maneras distintas de contar historias de las que nos vendieron toda la vida, y lo estamos haciendo sin miedo, lo estamos haciendo sin pudor, nos estamos quitando las mordazas de las bocas”.
Las madres que paren a hijas que devienen madres que paren a hijas… y que en esa cadena rompen sus cuerpos y entregan una y otra vez traumas y terrores atávicos forman una rueda fácilmente emparentable con la idea de la repetición cíclica de la historia, que marca otra de las obsesiones en la trayectoria de la cubana (¿qué es la historia, sino literatura?, como ella misma remarca), donde también se detectan elementos recurrentes como el ritual que dota de sentido; la sexualidad en ocasiones fuera de la norma, turbadora y al mismo tiempo elegante, exquisitamente narrada; la infancia dibujada como etapa de plenitud, y no de transición; y una filiación subrepticia con la cultura griega (véase, por ejemplo, la relectura que propone del mito de Ifigenia en El cielo de la selva). “Me preocupan los retornos a estructuras anteriores en la sociedad. Siendo totalmente honesta, me preocupa mucho la tendencia de las sociedades actuales a tratar de reproducir patrones anteriores o intentar que el mundo siga siendo el mundo que era hace 10, 20, 40 años atrás. Me preocupan las sociedades ancladas en el tiempo”, sentencia la autora, cuyo interés por la historia también tiene un factor genético, recibido de un abuelo “historiador, que nunca se pudo pagar un título”. En el sentido político, de eso (y otras cuantas ideas más) trata La tiranía de las moscas (Barrett), cáustica novela sobre la familia de un aspirante a tirano caribeño, oficial de alto rango de una dictadura, que publicó en 2021 bajo el “madrinazgo” de la premio Nacional Cristina Morales (quien lo editó) y que la dio a conocer en España. “Ese libro me abrió muchísimas puertas”, celebra, entre ellas, un contrato con Harper Collins para su traducción al inglés.
Las moscas que rondan sin piedad a los personajes de esta novela, el calor bochornoso de la selva, su exuberancia, remiten inmediatamente a la Cuba o al Caribe de donde es originaria la autora. Sin embargo, existe otra coordenada geográfica que atraviesa su biografía, y con ella su obra, y que en un principio podría parecer su cara diametralmente opuesta. “Siempre he dicho que Canadá es como mi segundo país”, explica la escritora. “Yo gano un premio de teatro allá a los 23 años y a partir de ahí he estado muchas veces. Son mundos muy diferentes, no solo por el clima. He aprendido muchas cosas de Canadá, y me ha ayudado mucho en la vida también”, agrega la autora, que, aparte de aquel, ha obtenido numerosos premios nacionales e internacionales, y que este febrero visitará Barcelona para participar en el festival BCNegra.
Licenciada en Arte Teatral en Cuba, Vilar Madruga también se graduó a los 21 años como música, especialidad guitarra clásica, una circunstancia no exenta de significados para su literatura, desde la musicalidad que viste su prosa (“leo en voz alta mis textos, me preocupa mucho cómo suenan las palabras, cómo se une una con otra, porque es que en realidad veo partituras musicales donde están las letras”, señala la escritora, cuyos “lectores beta”, o escuchadores, no son otros que su esposo y su madre) a la disciplina necesaria para desarrollar un trabajo que arranca con una intensa “investigación” sobre los temas que va a tratar para concluir en un encierro “monástico” a lo largo de los meses que se prolonga el proceso de escritura. “Si te fijas en las bailarinas, tienen horas haciendo ejercicio para poder al final bailar una pieza. También los músicos para dar un concierto hermoso, pues hay horas detrás tomando una nota infinitamente hasta que esa nota fluye. Y a veces nos pensamos que la literatura debe ir más a su aire, nos pensamos que la buena literatura nace de un milagro, pero en realidad la buena literatura nace de esa práctica, de esos oficios, de sentarte y calibrar una palabra como calibrarías el traste de una guitarra o una nota para afinarla”.
“La escritura actual está siendo revolucionaria y rebelde”, dice. “Nos estamos quitando las mordazas”
En ese cómo contar lo que se cuenta, no puede dejar de mencionarse el género, los géneros, que elige Vilar Madruga para cada una de sus historias, a las que siempre insufla una dosis de fantasía. Si sus primeros libros, que empezó a publicar a los 16 años, se encuadran fácilmente en la ciencia ficción, que la autora absorbió con retraso en una Cuba desactualizada donde “lo primero que cayeron en mi mano eran libros casi todos escritos por hombres” (luego llegarían autoras como Ursula K. Le Guin y Octavia Butler), en los últimos “dos o tres años”, desde La tiranía de las moscas, ella misma localiza un viraje a un “realismo mágico que se transforma en una materia de terror, pero un terror que tiene mucho que ver con la tierra, con el poder de la tierra y con la animalidad propia del ser humano, con los terrores propios que guardamos en las cavernas de nuestras mentes y que vienen y atraviesan desde las corrientes del sentido de milenios”.
Tanto esa forma como los temas de fondo de la obra de Vilar Madruga resultan fácilmente relacionables con la corriente del gótico latinoamericano, protagonizada por escritoras del continente que la cubana cita como referentes junto a tótems como Salman Rushdie y Anne Carson: “Mariana Enriquez, María Fernanda Ampuero, Camila Sosa Villada, Samanta Schweblin”. ¿Se siente ella parte de esa tendencia? “Ni siquiera sabía que había una generación de autoras pensando temas en común o escribiendo temas que nos eran afines. Solamente conocí a Samanta Schweblin, porque en Cuba se publicaban pocos libros originales, y gracias a ella he llegado a descubrir todas estas voces que te estoy mencionando”, responde, honrada de que se la vincule con estas firmas, para matizar: “Luego, las etiquetas a mí como que no me interesan mucho. Yo creo que las etiquetas sirven quizás para vender un libro, para catalogarlo. Pero a mí, como autora, si coloco una etiqueta en mi libro en el momento que estoy escribiendo, pues lo mato. Siento que de alguna forma lo estoy asesinando, al suscribirlo solo a un margen y no permitirle los otros múltiples márgenes que tiene un libro”.
Agradecida por un camino literario “que está siendo hermosísimo”, la escritora devuelve parte de lo aprendido como profesora de escritura creativa. Si no se puede enseñar a escribir, al menos, cree, sí se puede “contagiar el amor a la escritura”. “A mí me apasiona la escritura. Me apasiona ser profesora”, reivindica. “Tienes que amar el libro, tienes que amar lo que estás haciendo. Tienes que amar esa página en blanco como la primera y la última cosa de la Tierra. Siempre se lo digo a mis estudiantes”. Y en ese estado de enamoramiento anda ahora mientras escribe la que será su próxima novela, seguramente la más larga, La piel hembra, que publicará de nuevo con Barrett, y que tratará sobre otro tema que define el espíritu de nuestro tiempo: el cuestionamiento de la religión “tomando la historia católica de los mesías y llevándola a un contexto femenino”. “Estoy empujando en ese proceso de apasionamiento, de entrega, en el que el texto te absorbe casi todo el tiempo, donde estás enamorándote de las voces de tus personajes, de la historia, donde no ves el horizonte del final del libro, sino que te das cuenta de que el libro crece”. Y luego nace, y da más hijos, y vuelve a empezar hasta que, en algún punto…, muere. “Una y otra vez estamos condenados a repetir”, sentencia la escritora. “Pero me gusta la idea de que la circularidad en algún momento tiene un fin también”.
Las cavidades
Bookmate, 2023
168 páginas. Por suscripción de 9,99 euros al mes a la plataforma
El cielo de la selva
Lava, 2023
352 páginas. 20,90 euros
La tiranía de las moscas
Barrett, 2021
304 páginas. 19,90 euros
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