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Max Frisch a Ingeborg Bachmann: “Seríamos una desgracia el uno para el otro”

Convertida en ‘best-seller’ en Alemania, la voluminosa y acongojante correspondencia entre los autores revela el íntimo entrelazamiento entre escritura y vida de dos excepcionales artistas

Max Frisch e Ingeborg Bachmann
Max Frisch e Ingeborg Bachmann en 1962, en la única imagen conocida en la que aparecen ambos juntos.Max Frisch Archive; Zurich; photo: Mario Dondero (Suhrkamp Verlag)

Fueron la pareja más famosa del mundillo literario alemán: la austriaca Ingeborg Bachmann, a los 32 años rutilante estrella literaria desde el gran éxito de los poemas de Invocación de la Osa Mayor y El tiempo postergado, y el suizo Max Frisch, 15 años mayor, afamado autor de las novelas No soy Stiller y Homo Faber. Cuando se conocieron en 1958 en París, donde Bachmann visitaba a su antiguo amante Paul Celan, empezó una relación amorosa a la que ambos se lanzaron de cabeza intentando preservar, al mismo tiempo, su independencia y libertad sexual. Su valiente proyecto de relación abierta, a años luz de las convenciones sociales de la época, duró cuatro años y acabó en derrota.

“No lo hicimos bien”, confesó Frisch en una carta y así se titula el voluminoso tomo (más de mil páginas) de la correspondencia que se ha publicado finalmente, con el ponderado consentimiento de los hermanos de Ingeborg Bachmann. La sensación que ha provocado en Alemania, donde se ha convertido en pocos meses en un inesperado best-seller, no se debe únicamente a la intensidad pasional de las casi 300 cartas, ni a su innegable belleza literaria o a su profundidad humana.

Esta verdaderamente acongojante correspondencia revela, ante todo, el íntimo entrelazamiento entre escritura y vida de dos excepcionales artistas. Y permite rastrear por primera vez con fundamento el tan ampliamente especulado fondo autobiográfico de la obra de ambos. Que en el caso de Frisch fue elaborado —hasta con citas literales de cartas de Bachmann— principalmente en sus novelas Digamos que me llamo Gantenbein y, después de la muerte de Bachmann en 1973, en Montauk. Y que, en el caso de Bachmann, se tradujo en los relatos de A los treinta años y en la concepción de su ciclo de novelas y relatos Formas de muerte.

A pesar de la innegable indiscreción que supone la publicación de las cartas —a la que ambos corresponsales se opusieron explícitamente—, la misma se justifica por el nuevo conocimiento literario-biográfico que aportan. Ahora se pueden desmentir definitivamente las múltiples mistificaciones que rodean sobre todo a la figura de Bachmann (a las que ella misma contribuyó en buena medida). Y queda patente la influencia de Bachmann, por ejemplo, sobre la obra de Hans Magnus Enzensberger, con quien tuvo una liaison justo en 1960, cuando éste lanzó su segundo poemario, Lengua del país.

Aunque lo más importante se revela casi de pasada: se comprende el fatal alcance del condicionamiento educacional que condenaba el pacto de libertad al fracaso. Bachmann se rompió a causa de su contradictorio deseo de ser esposa abnegada y exitosa escritora independiente; Frisch no consiguió suprimir su tutelaje patriarcal y sus celos, aparte de sus complejos de inferioridad ante la intelectualidad de su pareja. Con certero instinto de zorro viejo advierte ya en una de las primeras cartas: "Seríamos una desgracia el uno para el otro".

A pesar de ello, los dos se suben a ese delirante tobogán emocional que fue su relación con un idealismo y una entrega que resultan conmovedores. Tras la primera misiva de Frisch (perdida pero resumida en Montauk) para felicitarle por su pieza de teatro radiofónico El buen dios de Manhattan, Bachmann le ofrece al desconocido pero admirado escritor visitarle en Zurich y quedarse unos días. Luego, tras el flechazo en París, ella desaparece sin dejar rastro, pero le envía cuatro poemas que equivalen a una fervorosa declaración de amor… si bien mezclada con lúgubres premoniciones, como en ‘Hotel de la Paix’: “De las paredes se desploma silenciosa la carga de las rosas, / y a través de la alfombra se ven tierras y suelos. / A la lámpara se le rompe su corazón de luz. / Oscuridad. Pasos. / El pestillo se ha corrido ante la muerte.”

Esta imprevisibilidad, ese gran gesto, pero también el rasgo errático, serán característicos de los cuatro años de correspondencia que siguen. Las cartas documentan una lucha trágica por una nunca alcanzable estabilidad, que fracasa en buena parte también por las circunstancias de dos vidas extremas, con continuos viajes extenuantes, trato social intenso y un consumo indiscriminado de alcohol y pastillas (esto último autorizado por el médico personal de ambos). Frisch lo paga con una grave hepatitis; Bachmann con sucesivas crisis de agotamiento y el derrumbe nervioso tras la separación de Frisch. “Fuimos una pareja famosa, por desgracia”, resume Frisch.

La participación en el trabajo mutuo, sin embargo, se revela más importante de lo que se suponía. Bachmann no sólo acompañó y autorizó la escritura de Pongamos que me llamo Gantenbein, sobre el fracasado amor de un escritor supuestamente ciego con una excéntrica actriz —trasunto de Bachmann— sino que corrigió las galeradas y se mostró contenta con el logro de Frisch. Y el mismo entusiasmo brindó Frisch a los relatos de A los treinta años, donde él hacía de modelo para el macho cerebral y calculador. Es admirable cómo se animan mutuamente a trabajar y se preocupan por la escritura del otro constantemente, incluso hasta después de terminar la relación.

El desgaste emocional provocado por el experimento del amor libre, sin embargo, es terrible, y lo que sucede cuando Frisch descubre que Bachmann le ha propuesto matrimonio, primero a Enzensberger, y luego a otro, resulta menos admirable. Entonces empieza un largo declive, en el que no salvan de la debacle total ni el cuidado de dos amantes extremadamente respetuosos, ni el recuerdo de la felicidad pasada. “El final no lo superamos bien, ninguno de los dos”, constata resignado Frisch en Montauk.

Leyendo las cartas —a las que se añade alguna misiva al respecto del padre de Bachmann, de antiguos amantes y nuevas parejas— se entiende ahora algo más de lo que debió pasar. Como en todas las relaciones de amor, desde luego, no todo es blanco o negro, ni sólo hay ogros y víctimas. Para bien y para mal, los escritores compensan sus crisis a través de la literatura, que para ambos supuso un espacio de proyección muy elástico. En este sentido, y a partir de la presente edición de su correspondencia, igual que el de Max Frisch, el mito Ingeborg Bachmann habrá de ser sin duda revisado.

Ingeborg

Wir haben es nicht gut gemacht. Der Briefwechsel

Edición de Hans Höller, Renate Langer, Thomas Strässle, Barbara Wiedemann
Piper Verlag München, Berlín, Zürich y Suhrkamp Verlag, Berlín, 2022
1038 páginas, 40 euros

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