La tarea de la crónica no es curar
De China a Egipto pasando por Argentina, en la narrativa periodística reciente destacan varias obras que conjugan rigor y calidad literaria
La crónica no cura, cuenta un fragmento del mundo con mimbres tan reales que en plena sociedad del espectáculo (“empobrecimiento y negación de la vida real”, como dijo Guy Debord en 1967) parecen inverosímiles. Hay libros que se empeñan en que los cínicos no tengan la última palabra, en desmentir que no hay ninguna verdad porque todos mienten. Estos cinco libros mantienen con distintas estrategias una rara fe: en la capacidad de las palabras para decir el mundo.
David Cabrera (Barcelona, 1975) ha construido con La sombra una crónica extraordinaria con la peripecia de un hombre que cuando fungía de legionario asestó una puñalada en un mesón de Madrid mortal de necesidad a un desconocido que acababa de jurar bandera y decidió, tras haber pasado por la Modelo de Barcelona por algunos de sus muchos delitos, vivir escondido a plena luz en el Raval barcelonés durante 30 años. El trabajo de este periodista y director de documentales es impecable tras llegar a un pacto con su fuente: “Será largo, tendremos que vernos bastantes veces para ir desenredando la madeja de sus recuerdos. Será duro, le advierto. Yo no le juzgo, él no me miente, ese es el trato”.
El resultado no es grato. Vemos cómo el protagonista sobrevive como un perito en pasar inadvertido mientras sigue dando palos, traficando, trabajando como fontanero y electricista, montando un bar, convertirse en padre y abuelo, hasta que, gracias al nuevo Código Penal que deja atrás el de la dictadura, se entrega. Cabrera es muy hábil dosificando tiempos e información. Le pierde el alambique lírico de algunas frases que de tanto querer ser originales bordean el preciosismo, pero se ve su buen gusto por la imagen cuando recurre a la mirada de Ramón Colom para retratar una época de Barcelona y por la intriga cuando nuestra Sombra (así le llama todo el tiempo) está a punto ser atrapado en un autobús al regreso de un viaje a Galicia con su mujer y su hija: sudamos con él. Sin ánimo de destripar, el final resulta conmovedor, cuando el protagonista se atreve a revisar su pasado. La Sombra no se engaña, dice que “ha sido un golfo toda la vida y lo hubiera seguido siendo en todas las vidas que pudieran imaginar”. Y esculpe una frase para su lápida: “Nadie puede protegernos de nosotros mismos”. La sombra hace del periodismo un arte mayor.
Novelista y viajero, Ricardo Martínez Llorca (Salamanca, 1966) pierde en El viento y la semilla una oportunidad de romper ese nada sutil cordón sanitario que impide que escritores notables y libros valiosos lleguen más lejos que una piedra que rebota hasta nueve veces sobre una lámina de agua. Láminas ausentes de paisajes tan devastados como los del Chaco argentino, al que este escritor que no es ni pretende ser periodista se va para explorar los estragos de los transgénicos y el monocultivo de soja. Hay páginas en las que cuesta respirar por la calidad de un aire tan podrido como el porvenir de grandes franjas de Argentina. A fuer de honesto, Martínez Llorca lanza su diatriba nada más empezar, y en vez de dejar que el lector saque sus propias conclusiones gracias a su recorrido, a sus conversaciones con quienes padecen la plaga y con los que se beneficien (pocos acceden a hablar), hace demasiado hincapié en sus lecturas. Mientras comparte agobios por el polvo de laterita con los depauperados campesinos de Santiago del Estero, uno le confiesa: “A nosotros cualquier vivo nos divide. Eso es lo que ha pasado hasta ahora. Porque a nosotros es más fácil creerles a ustedes que vienen de fuera que al compañero de al lado. Porque ustedes han estudiado y nosotros sólo hemos vivido”. Este libro tristísimo sobre el sentido del progreso se cierra con bien traídos pensamientos camusianos.
Jaime Santirso (Gijón, 1990) hace en Los primeros días. Un reportero atrapado en Wuhan lo que la añorada redactora jefa de la sección de Internacional de EL PAÍS Mariló Ruiz de Elvira desdeñaba: convertirse en protagonista de la historia, ser el hilo conductor. Pero ese es precisamente el hilo que le sirve para relatar cómo vivió y sorteó dificultades cuando tuvo la suerte y la desgracia de llegar a la metrópoli donde se desató la pandemia de covid-19 unas horas antes de que se cerrara a cal y canto. El libro es ligero, ameno, útil para reporteros y enviados, se lee como una novelita de aventuras y tiene valor testimonial. Su periplo en bicicleta para contar cómo se construye en tiempo récord un nuevo hospital, una delicia. Pero no va mucho más allá pese a la prosa ágil y la sinceridad de reconocer los errores de cálculo.
El libro de Melba Escobar, tan desolador como hermoso, es hijo de la piedad y la fascinación de la autora por lo destartalado y lo ruinoso
Si aceptamos la arbitraria imagen de que la crónica es como un tren de mercancías cuyo destino es la verdad, pero que admite horarios, rutas y hasta ancho de vía, y viajar en primera o en el techo, enganchemos dos vagones complementarios. Para quien haya seguido al periodista Francisco Carrión (Granada, 1986) en los 10 años que pasó en Egipto habrá podido reconocer su valor y su perseverancia. El Cairo, vidas en el abismo es un amargo y emocionante viaje a otro país en bancarrota política, económica y moral, una de las mayores cárceles de periodistas del mundo, con un dictador llamado Abdelfatah al Sisi con el que Occidente juega al cinismo de la realpolitik mientras la población y los que defienden los derechos humanos (como Leila, profesora de Matemáticas en la Universidad cairota) se la juegan. La ausencia de futuro es un rasgo que hermana a Egipto con Venezuela, que tiene en Cuando éramos felices y no lo sabíamos, de la colombiana Melba Escobar (Cali, 1976), una de las más lúcidas, frágiles y veraces cronistas que se han asomado a esa “Venezuela en tiempos apocalípticos”.
Fruto de cuatro viajes, esta radiografía cordial abraza y duda mientras huye del prejuicio y el lugar común. Escobar, que dice que “escribir es ordenar. Construir artificiosas verdades que nos permitan darle sentido a la vida”, trata, a pesar de todo y de la derogación y desquiciamiento de un país, de mostrar, con (de nuevo) Albert Camus, que “hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Este libro, tan desolador como hermoso, es hijo de la piedad y la fascinación de la autora por lo destartalado y lo ruinoso, con la acuarela de la frontera líquida y doliente entre Colombia y Venezuela. La frase que da título al libro es más que un hallazgo, es el reconocimiento de un gran fracaso político y humano del que da cuenta esta autora, de la que dan ganas de leerlo todo.
La sombra
Libros del K.O., 2022
255 páginas
19,90 euros
El viento y la semilla
Comba, 2022
257 páginas
17,90 euros
Los primeros días. Un reportero atrapado en Wuhan
Prólogo de Soledad Gallego-Díaz
Altamarea, 2022
182 páginas
18,90 euros
El Cairo, vidas en el abismo
Península, 2022
347 páginas
17,95 euros
Cuando éramos felices y no lo sabíamos. Venezuela en tiempos apocalípticos
Prólogo de Javier Moreno
Ariel, 2022
333 páginas
18,90 euros
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.