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Volver a casa después del bombardeo

En la última edición del festival Fotografía Europea destaca ‘Odesa’, una conmovedora oda visual dedicada a la ciudad ucrania, y la retrospectiva de Ivor Prickett, que ahonda en el hogar como un espacio de protección, identidad y arraigo en tiempos de guerra

Festival Fotografía Europea
Imagen perteneciente a 'Odesa'. Cortesía Gost Books.Yelena Yemchuk

Cuando a los once años Yelena Yemchuk (Kiev, Ucrania, 1970) abandonó su país, sintió que acababa su niñez. Transcurría 1981, y atravesar la cortina de hierro rumbo a Estados Unidos. Era entonces un camino sin retorno. “Fue un gran trauma para mí”, recuerda la fotógrafa desde Reggio Emilia (Italia), donde está para presentar su último fotolibro y una exposición: Odesa, una bella y conmovedora oda visual donde late el misterio de una ciudad cuyos habitantes parecen no resignarse a perder su idiosincrasia y su espíritu de libertad. La ciudad portuaria que cautivaría a la artista tras poder regresar finalmente a su tierra natal.

La exposición forma parte de la programación de Fotografía Europea, festival que ha ido ganando un gran impulso con los años a través de una cuidada y oportuna selección de exposiciones y actividades, y que celebra su 18ª edición bajo el lema “Europa importa: visiones de una identidad inquieta”, y la dirección artística de Tim Clark, Walter Guadagnini y Luce Lebart. Así, al enfrentarse con los formidables y conmovedores retratos que configuran la Odesa de Yemchuk, entre los muros desconchados del Claustro de San Pietro, uno no puede evitar imaginar la suerte de cada uno de sus protagonistas dentro del trágico destino de una ciudad que ha sido bombardeada varias veces desde que empezó la invasión rusa (hace tres semana fue atacada con drones). Rostros, que sin pretenderlo, hablan del peso de la historia y de un presente truncado, a través de poderosos gestos y miradas donde no solo hay belleza sino que aflora la resiliencia y el coraje que uno supone a sus dueños para sobrevivir la barbarie. Odesa es una ciudad hecha de inmigrantes y para inmigrantes donde la gente “no habla ni ruso, ni ucraniano, ni yiddish”, advierte Ilya Kaminsky, en uno de los evocadores poemas que acompañan a las imágenes en la publicación. Una ciudad donde no existe el tiempo y “el pasado se utiliza como futuro, y el futuro como el pasado. Nuestra lengua define nuestro sentido del tiempo. Nuestra lengua es una pared donde duermen los perros perdidos”, escribe el poeta.

Diez años después de su partida, la perestroika desbrozó el camino de regreso de la fotógrafa a su país. Tras casi setenta años de sometimiento a los dictados de Moscú como república federada, Ucrania se proclamaba independiente. Con 19 años, la artista podría ver de nuevo a su abuela y recuperar el olor a tierra en los senderos silvestres de su niñez. “Ahora me doy cuenta de que mi arte ha estado siempre conectado a la memoria de las sensaciones de mi infancia. Sus raíces están ahí”, asegura Yemchuk. Algo que claramente se percibe en la nostálgica cadencia que permea la serie fotográfica. De esta suerte, los viajes a Ucrania de la autora continuaron mientras estudiaba arte en el Parson School of Design de Nueva York. Al finalizar sus estudios se convertirá en la directora artística de la banda americana de rock Smashing Pumpinks. En 2011, publicó el primero de sus fotolibros, Gidropark, inspirado en una zona a orillas del río Dniéper, en Kiev. Una especie de Coney Island soviética que serviría de escenario a la artista para pulir la búsqueda de un estilo personal y distanciarse de la fotografía de moda. Una mirada que parece alcanzar su apogeo en Odesa y que recuerda al también fotógrafo ucraniano Boris Mikhailov, a la hora de manifestar un rico y profundo universo que hace alusión a la historia de su país mediante la manifiesta rebeldía y sensualidad de un pueblo. De igual forma, Yemchuk se lanza a reenmarcar un mundo donde la realidad se cubre de cierta dosis de fantasía, sin por ello dudar a la hora de evidenciar su gran implicación emocional con el tema.

“Fue algo instintivo querer fotografiar, por ejemplo, a los adolescentes que voluntariamente ingresaban en la academia militar. La gente empezaba a comprender lo que podía estar por llegar”
Yelena Yemchuk

Yemchuk llegó por primera vez a Odesa en 2003. “Nunca había visto un lugar así. Me fascinó su energía”, recuerda. “Su ambiente casi surrealista y el sentido de humor de sus habitantes, tan extraño como divertido. Era como una película de Fellini”. Un lugar asociado, también en tiempos soviéticos, con la libertad, así como repleto de contradicciones. En 2015, en uno de aquellos viajes, tras la anexión de Crimea por Rusia, la autora comenzará a dar forma a la serie fotográfica. “El ambiente se había vuelto más agresivo e insano”, advierte. “Fue algo instintivo querer fotografiar, por ejemplo, a los adolescentes que voluntariamente ingresaban en la academia militar. La gente empezaba a comprender lo que podía estar por llegar. Entre 2018 y 2019 la tensión se relajó, pero internamente el pueblo ucraniano se estaba preparando para lo peor”.

“Sin ser una fotoperiodista, quería contar la historia de este lugar. Disparar con mi cámara a todo a lo que me interesaba, desde la gente de cualquier edad hasta la colilla de un cigarro”, destaca la fotógrafa. Así, conseguirá reflejar esa conexión casi onírica o de ensoñación que mantiene con el lugar y sus moradores; un cierto grado de teatralidad al que acompaña siempre una sensación de desasosiego que, con el devenir de la guerra, otorga a la serie otras capas de lectura. “En ocasiones, uno hace cosas de forma inconsciente. Intenté adentrarme en la psiquis de la gente que iba encontrando y contar sus historias. A veces pienso que pude edulcorar el ambiente, puesto que me enamoré de él, pero de igual forma creo que fui honesta ya que el resultado proviene de ese amor”. Fue la decisión de su editor centrar la serie en los más jóvenes; una juventud tan pletórica como rotunda a la hora de manifestar su propia individualidad. “Se trata de una nueva generación con una nueva interpretación de lo que es ser libre. De lo qué quieren y de lo qué no. Escapan de las garras soviéticas, de igual forma que se distancian de la occidentalización. Su idea de la libertad es solo suya. Algo que se aprecia en la forma en la que están luchando por una nueva Ucrania”.

Slavica Emeric alimenta a su hijo Nikola mientras su marido duerme. Slavica se casó con Nebojsa, serbio, a los 19 años. Nebojsa regreso a Croacia después de varios años de exilio en Serbia para encontrar su casa familiar ocupada por refugiados bosnios. La joven familia vive ahora en la casa de la madre de Nebojsa. 2006, Jurga, Croacia. De la serie 'Returning Home - Croatia'.
Slavica Emeric alimenta a su hijo Nikola mientras su marido duerme. Slavica se casó con Nebojsa, serbio, a los 19 años. Nebojsa regreso a Croacia después de varios años de exilio en Serbia para encontrar su casa familiar ocupada por refugiados bosnios. La joven familia vive ahora en la casa de la madre de Nebojsa. 2006, Jurga, Croacia. De la serie 'Returning Home - Croatia'.Ivor Prickett

Returning Home (Volver a casa) es el nombre de una de las series que exhibe Ivor Prickett (Irlanda, 1983) en la sede de la Colección Maramotti, con motivo de la celebración del festival. Realizadas en 2010 en Croacia y Abjasia, las imágenes reflejan, a través de pequeños gestos cotidianos, el arraigo de las víctimas de la guerra a sus casas y a su comunidad. “Escenas de las que se pueden substraer todo tipo de metáforas y lecturas acerca de la lucha por sobrevivir en un lugar, que hablan del concepto del hogar y del deseo de permanecer, o regresar a casa, a pesar de la guerra, y sin tener en cuenta cuales sean las causas de su desplazamiento”, apunta el fotoperiodista durante la inauguración de No Home from War. Tales of Survival and Loss, la exposición que recorre sus 17 años de trayectoria.

“La destrucción física y metafísica de la noción del hogar es el aspecto más destructivo de todo conflicto. La irrupción violenta de la vida doméstica nunca ha estado tan clara como lo está en Ucrania, donde los rusos atacan a propósito zonas civiles”
Ivor Prickett

Desde 2006 hasta 2022, Prickett ha documentado distintas zonas afectadas por conflictos bélicos, centrando su mirada principalmente en la esfera doméstica de las víctimas. En la morada como un espacio de protección e identidad. Escenarios que hablan de la guerra sin la presencia de soldados, o de cuerpos mutilados, sino a través del silencio y la desolación que parece impregnar las paredes. Allí donde se advierte la fragilidad de sus habitantes que en su desconsuelo se erigen como figuras épicas. El fotógrafo comenzó su andadura documentando las secuelas de los conflictos, para luego seguir los pasos de los desplazados por la guerra, hasta que finalmente se decidió a fotografiar la contienda en sí y sus efectos más inmediatos. “Quizás tenía miedo de ir a la guerra”, reconoce en uno de los textos que incluye la publicación que acompaña a la muestra. “Sin embargo, ahora mirando en retrospectiva estoy contento de mi progreso, ya que mis primeros trabajos realmente me enseñaron a conectar con la gente y a desarrollar un lenguaje visual”. Desde sus trabajos iniciales en los Balcanes y en el Caúcaso, pasando por la cobertura de la crisis humanitaria desencadenada por la guerra de Siria, que se saldó con millones de refugiados en Oriente Medio y de migrantes en Europa, hasta la brutal guerra contra el Estado Islámico en Irak y Siria, para llegar a Ucrania, Prickett no ha dejado de denunciar los efectos de la guerra en la población civil, en ambos lados de las contiendas. “La destrucción física y metafísica de la noción del hogar es el aspecto más destructivo de todo conflicto”, asegura el fotógrafo. “La irrupción violenta de la vida doméstica nunca ha estado tan clara como lo está en Ucrania, donde los rusos atacan a propósito zonas civiles”.

En la fotografía de Prickett resuenan distintos símbolos y motivos de la historia del arte. Como en la imagen de un hombre que sujeta entre sus brazos a su hermano que acaba de morir a manos del ISIS, en Irak. Al igual que ocurre en la Piedad de Miguel Ángel, el brazo del niño muerto dice más de la muerte y el lamento que una imagen mucho más violenta. Frecuentemente son imágenes con una gran carga estética que podrían traer a colación la disyuntiva a la que se enfrentan los fotógrafos de guerra a la hora de producir belleza de una tragedia. “Sí, es una dilema constante”, reconoce el autor, “Pero no se trata tanto de evitar hacer fotografías bellas sobre la guerra sino de no idealizar. Intento encontrar el equilibrio en imágenes que sean intrigantes y estéticamente atractivas al tiempo que reflejan la dura realidad de la guerra. Después de todo, somos comunicadores visuales y necesitamos hacer imágenes que atraigan al espectador. A veces una visión cruda y sin filtro podría resultar demasiado fuerte”.

“Creo que la gente confía más que nunca en una cobertura fotográfica fidedigna debido a la prevalencia de las noticias falsas y la desinformación”, añade Prickett. “Por supuesto, es difícil cambiar el curso de los acontecimientos sólo con la fotografía, pero sigue siendo vital que tengamos constancia de lo que ocurre en las zonas de conflicto. Eso nunca cambiará”.

Odesa. Yelena Yemchuk. Fotografía Europea. Claustro de San Pietro. Reggio Emilia. Hasta el 11 de junio.

Odesa. Yelena Yemchuk. Gost Books, 2022. 176 páginas. 55 euros.

No Home from War. Tales of Survival and Loss. Ivor Prickett. Collezione Maramotti. Reggio Emilia. Hasta el 30 de julio.

No Home from War. Tales of Survival and Loss. Ivor Prickett. Contrasto Books, 2023. 112 páginas. 47,50 euros.


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