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‘El último atardecer’, el peligro de la belleza

Gustavo Martín Garzo narra cómo el recuerdo de una película conduce a una doctora a un nuevo destino profesional, y allí vuelca en su diario sus dudas existenciales y una pasión irrefrenable que la perturba

Gustavo Martin Garzo El ultimo atardecer
Gustavo Martín Garzo, fotografiado en Madrid en 2021.Alvaro García

En El último atardecer, Gustavo Martín Garzo vuelve a explorar los secretos del corazón, auscultando los múltiples repliegues donde anida el inquieto y bullente magma de sentimientos anudados a lo largo de una vida, el cúmulo de recuerdos imposibles de borrar, los muchos anhelos y deseos incumplidos, que perturban y duelen, pero también alientan y espolean el ánimo. Y vuelve a centrar su novela en un personaje femenino, dada la fascinación que al autor le inspiran algunas mujeres, reales o imaginadas.

María, una médica recién licenciada, elige como primer destino Torrelobatón porque allí se rodaron algunas escenas de El Cid Campeador, interpretada por Charlton Heston, protagonista también de El señor de la guerra, película que ella había visto de joven con su padre y le causó una honda impresión. Por ello empezará a redactar un diario —entre la crónica y la confesión— dirigido a este, fallecido años atrás, que fue quien la crio y educó, tras renunciar su madre a hacerlo para defender su independencia y no hipotecar su profesión.

La exploración del pueblo y sus enclaves —castillo, pantano, cementerio y ermita, parque eólico, la finca donde se ubica una Escuela de Capacitación Agraria—, más el conocimiento de algunos lugareños, van tejiendo una red de historias que alternan con las evocaciones y confidencias de María, solitaria e infeliz, todavía afectada por una reciente crisis, y sin respuesta a las muchas preguntas de índole existencial que la aquejan, y que se agravan al descubrir el loco amor que siente por Roco, un adolescente enigmático y esquivo, de una belleza salvaje e irreal, que acabará convirtiéndose en el nuevo destinatario de las anotaciones que la narradora vierte en su diario.

Casi todas las historias que cuenta Gustavo Martín Garzo abordan una experiencia amorosa que versa sobre el deseo y su poder transformador

Gustan mucho las historias que cuentan, entre otros, la vieja Agustina, el artista-mendigo Frank Vega, Carmen, la dueña de la casa rural, y las jóvenes azafatas que esta contrata para entregar trofeos y flores a los ciclistas en las etapas de las competiciones. Casi todas abordan una experiencia amorosa que versa sobre el deseo y su poder transformador. También sobre los confines de la belleza: el bien o el mal. Y el lector se siente muy bien inmerso en ese mundo que, si bien perteneciente a la realidad, no carece de misterio. Y en gran medida disfruta de todas esas historias gracias no solo por su contenido, sino también gracias al tono envolvente de la voz narradora —la de María—, capaz de agavillarlas y narrarlas con gran encanto. Por eso el desenlace de la trama, que sobreviene de una manera un tanto brusca y hasta forzada, y es en exceso deudor de ciertos episodios muy de actualidad, en un primer momento parece expulsarnos de aquel mundo hermético y hermoso. Por fortuna, este episodio no ocupa muchas páginas. Y así lo que permanece en el lector es la dilatada travesía que nos ha regalado Gustavo Martín Garzo.

Portada de 'El último atardecer', de Gustavo Martín Garzo

El último atardecer

Gustavo Martín Garzo 
Galaxia Gutenberg, 2023
236 páginas. 19,50 euros

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