Pequeño homenaje a Payán
Director fundador del periódico ‘La Jornada’, el periodista mexicano Carlos Payán falleció este viernes. Su compañera, la escritora colombiana Laura Restrepo, recuerda algunos momentos de su vida juntos
Alicia quería saber cuánto tiempo es para siempre, y le respondió Conejo Blanco: a veces solo un segundo.
Siempre y aún después, Payán. Forever and a day.
Preguntaste cuál era esa montaña que veías desde tu balcón. Esa montaña es La Mare de Deu de Queralt, te informaron. Y tú, con una sonrisa: siempre sospeché que la madre de Dios era una montaña.
Tu infancia, en el barrio popular de La Merced, en el corazón de la Ciudad de México. En unas Navidades te robaron por la calle los zapatos que acababan de traerte los Reyes Magos. Para consolarte, tu madre horneó, solo para ti, un pastel de frutas con ron, miel y vainilla. Fui un niño pobre pero feliz, me decías.
Eras divertido y tremendo. No perdonabas una. A la salida de un hotel, en Cartagena de Indias, un gringo que pasó corriendo te pegó un empujón y te dijo excuse me, así al desgaire y sin voltear a mirarte. “Qué esquiusmi ni qué esquiusmi”, le gritaste, “¡Devuélveme a Texas, cabrón!”
Tantos años de un amor tan suave... y de repente te fuiste muy lejos, demasiado lejos, ultra auroram et Gangem. Se te paró el corazón mientras comías quesadillas con flor de calabaza. Tu Última Cena.
Íbamos a Montparnasse, en París, a visitar la tumba de César Vallejo, quien predijo que moriría un jueves con aguacero. Se equivocó Vallejo, murió un viernes soleado. También yo me equivoqué, te creí cuando juraste que no te ibas a morir mientras yo estuviera lejos.
En medio de la errancia, el nómada cavó una tumba, y los primeros sedentarios fueron los muertos. En qué andarás tú, ¿en el viaje o en la calma? ¿Buscas o encuentras? Te fascinaban las piedras y brújulas.
Grafiti que vimos en un muro de Addis Abeba:
INDÓMITA ROSA DE LOS VIENTOS DONDE SE TOCAN ORIENTE Y PONIENTE.
A ratos siento que regresas y caminas por el bosque con un rebullir de pájaros en la cabeza.
Repetías una extraña frase que, según tú, siempre repetía tu padre: “Eran cuatro y el moreno se ahogó”. Nunca me explicaste qué significaba; creo que no lo sabías, y seguramente tu padre tampoco.
Al atardecer te quedabas mirando el paisaje y decías: la bruma lo vuelve azul. Y durante los meses de la peste, absorto en la extensión del campo sembrado: No podrán expulsarnos del paraíso, porque el paraíso ya está afuera.
Esto escribiste, preparándote para ese momento final en el que “la distancia se haga polvo; el viento, respiración; la ventana, transparencia; el río, agua lustral”.
Tu perfume favorito después de la ducha: TERRE, de Hèrmes. Ya estoy listo, decías, ahora huelo a sacristía y a cilantro.
En medio de la errancia, el nómada cavó una tumba, y los primeros sedentarios fueron los muertos. En qué andarás tú, ¿en el viaje o en la calma? ¿Buscas o encuentras?
De nuestra casa de piedra te gustaba decir, en palabras de Aurelio Arturo, “casa grande entre las frescas ramas, y en los rincones, ángeles de sombra y de secreto”. De día merodean los zorros, jabalíes, halcones peregrinos, venados, abubillas migrantes del África. Y en la oscuridad de la noche, “el bosque extasiado que existe solo para el oído”
Te gustaba vivir entre los libros. Una biblioteca de tres pisos con chimenea en el centro y limonero en el patio de atrás.
Cuando yo salía de viaje, te recomendaba que no dejaras comida fuera, o se nos llenaría la casa de cucarachas. Tú me asegurabas que jamás lo hacías. Una vez, de regreso, abro la puerta ¿y qué es lo primero que veo? Una cucaracha muerta en la cocina. ¡Payán, te dije que no dejaras comida! No dejé por fuera ni una miga ―me dijiste y señalaste al bicho― esa se murió de hambre.
“...y era del Partido”, solía ser el mejor halago que pronunciabas al recordar a alguien. Y era del Partido..., suspirabas. Con eso querías decir: era un hermano, un cómplice, un hombre digno, un buen amigo. Hoy de ti decimos: Y era del Partido... Toda la vida fuiste fiel a tus años de militancia juvenil.
Ya hacia el final se te iba difuminando la memoria. Payàn ―me quejaba yo― otra vez se te olvidó mi nombre… Sí, me decías, pero no olvido que te quiero.
Revisando ahora tus libros de cabecera, encuentro subrayada esta frase de Camus: “La rebeldía nos mantiene en pie en el movimiento informe y furioso de la Historia”.
Y fuiste senador, guerrero, impresor, poeta, fundador de diarios, aliado de indígenas, doctor honoris causa, mecenas, defensor de indefensos, incansable lector...
Mañana me sumaré a las voces que cantan los grandes hechos del ser íntegro que fuiste.
Hoy son estos pequeños recuerdos los que caen en el alma como agüita de mayo.
Laura Restrepo es escritora. Su última novela es ‘Canción de antiguos amantes’ (Alfaguara).
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