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La inanidad del Premio Planeta

‘Lejos de Luisiana’ e ‘Historias de mujeres casadas’, dos historias insignificantes, anodinas y sin el menor soplo de literatura, han ganado el galardón mejor dotado del mundo

premio planeta 2023
Luz Gabás (izquierda), ganadora del premio Planeta 2022, y Cristina Campos, finalista, en la presentación de los galardones el pasado 8 de noviembre en Madrid.Gustavo Valiente (Europa Press / Getty Images)
Jordi Gracia

Las dos novelas premiadas en la última convocatoria del Premio Planeta generarán una multitud de compradores gracias a una política de marketing y publicidad sin comparación posible en el mercado de las letras españolas: nadie tose al Premio Planeta en términos de ventas y de prestigio popular y nadie se acerca ni en sueños a las cifras que maneja el galardón comercial mejor retribuido del mundo a obra inédita (por encima también del Nobel), con un millón de euros para el ganador (se subió en 400.000 euros en 2021) y 200.000 euros para el finalista.

La composición del jurado podría hacer albergar alguna esperanza sobre la calidad del resultado. Lo constituyen dos respetados miembros de la RAE, José Manuel Blecua Perdices y Pere Gimferrer, y cuatro novelistas que obtuvieron el premio en convocatorias anteriores: Fernando Delgado, Juan Eslava Galán, Carmen Posadas y Rosa Regàs. Pero no ha sido así este año: el jurado ha escogido dos obras irrelevantes desde cualquier punto de vista de los muchos puntos de vista que admite la estimación literaria de una obra. La novela finalista es particularmente deficiente, con lo que resulta difícil imaginar las consideraciones que habrá intercambiado el jurado en las deliberaciones que determinaron el golpe de fortuna de Cristina Campos, autora que es parte ya del mismo sello editorial (lo mismo que la ganadora, Luz Gabás).

La ambientación exótica y colorista de Lejos de Luisiana, de Luz Gabás, a finales del siglo XVIII, es el escenario para una historia de amor tardíamente cumplida entre una rica hija de comerciante francés y un indio aseado y cumplidor. Ambos ven aplazado su destino de amor hasta el final de la novela, aunque tampoco entonces todo sale como esperan (la confusión es extrema en todo caso, como si hubiese que rectificar un final letal con una brizna de magia esperanzadora y confiada en los secretos de la naturaleza, o algo parecido). Lo que hay en medio de ese lazo rosa es una recreación histórica gris, plana y aburrida de la pérdida por parte de España ante Francia de Luisiana en pleno proceso de independencia, las sublevaciones de los criollos, las relaciones comerciales y entre las clases sociales, aunque brillan con resplandeciente luz propia las virtudes inmaculadas de los protagonistas.

Por supuesto, la heroína no solo trabaja por su propia emancipación femenina (hasta poder decir sobre el camino del futuro que “ahora yo solo seguiré el que me dicte mi corazón”, un poco al modo de Lo que el viento se llevó). Que es muy lista se sabe ya desde pequeña, como detecta sabiamente su padre con la perspicacia que da el amor de padre, y también es buena y valiente porque entiende que a una esclava se la trata bien, incluida la “sabia alternancia de buenas conversaciones y respetuosos silencios” que conducen a la narradora a afirmar que “la que había comenzado como una relación de ama y esclava había evolucionado hacia algo cercano a la amistad”, sin llegar a mayores. Él pertenece a una minúscula tribu de indios que acabará extinguiéndose y también da sobradas muestras de ser una bondadosísima persona, además de quererla mucho hasta el final de su vida, pese a las bodas respectivas con otros, las pérdidas, las separaciones y las adversidades (la mayor de todas, que ella pase su destierro de muchos años “en un lugar helador como es la ciudad española de Zaragoza”).

El tono picantón de ‘Historias de mujeres casadas’ permite dosis de pacatería insondable en la estela de ‘Cincuenta sombras de Grey’ (que a su lado es eximia literatura)

Pero la novela finalista de Cristina Campos es rotundamente peor, más allá de su título disuasorio, Historias de mujeres casadas: disuasorio porque a todas les va mal, pero que mal de verdad. A una porque le gustan más las mujeres que los hombres. A otra porque le persigue el fantasma y la fantasía de un escritor de éxito que se enamora de ella y ella de él y pronto empieza a tocarse por debajo de la “braguita”. Engaña a su marido mientras escribe una novela (aunque llegará a ser una “consagrada escritora”) y se separa, pero sin demasiado mal rollo porque ipso facto él le ingresa una pasta —”cuarenta mil euros”— para que no pase ansias. Otra estuvo tan mal casada que prefiere la aventura de Senegal por varias razones y entre ellas porque “la medida estándar de Senegal” son 30 centímetros lo menos (aúpa: con razón una de las amigas dice descarnadamente: “A mí eso no me cabe”), aunque este tono picantón permite dosis de pacatería insondable en la estela de Cincuenta sombras de Grey (que a su lado es eximia literatura).

Por suerte hay una amiga mayor de la que pueden escuchar “siempre acertados consejos y sabias palabras”, aunque no le son muy necesarias a la novelista en ciernes porque le bastan “quince minutos para saber que era su tipo de hombre” un fulano. Le gustan “inteligentes, humildes y con sentido del humor”, olé, como por cierto las lesbianas lo tienen facilísimo porque ellas sí saben “cuándo otra mujer siente algo por ella. Lo sabe. Claro que lo sabe”, igual que la narradora ofrece la noticia bomba y definitiva de que “una mujer puede llegar al orgasmo ella sola en apenas un minuto”. También es bien verdad que “los hombres están siempre más guapos con corbata y americana”, arrea. Una de las amigas es rica y sobre todo generosa, pero, lamentablemente, según la narradora, “el dolce far niente, tan bien visto en las generaciones pasadas, había dejado de estar de moda”, vaya por Dios (y, por cierto, tendrá muy mala suerte con las actividades clandestinas de su marido, pobre, pero al menos lo caza: algo es algo).

La indigencia del estilo es incalculable —”se llevaban bien, pero tan amigas tan amigas no eran”— y la presunta reflexión sobre los modos de ser infiel de las mujeres queda en catálogo desportillado y romo de mentiras humanas y superficialidad alcanforada. Da vergüenza ajena en multitud de páginas: no soy capaz de imaginar a una sola mujer de mi entorno —y son decenas— que no experimentase un profundo sentimiento de humillación moral ante las consideraciones que la novela explaya en diálogos interminables, profundamente banales, primarios y pegados a una inanidad que bordea el trabajo escolar o de taller de aprendiz de escritor (qué bien se ríe de eso, por cierto, Victoria Bermejo en Sí, lo hice, que publicará en marzo la modesta y valiosa Pepitas de Calabaza). Lo humillante es imaginar la expectativa del lector potencial que la editorial y su jurado tienen en la cabeza. Poner ejemplos empeorará las cosas, pero allá van: debe de ser tan raro notar el semen de Pablo “en mi vientre” como sacar una matrícula de honor en la defensa de una tesis doctoral, como le pasa a Germán, pero peor debe ser estar “torrándose al sol en las Baleares”, supongo.

La caída de calidad de este año solo puede generar en el futuro un rebote de dignidad o incluso de mero decoro

La irrelevancia literaria de los dos libros no cuestiona la legitimidad del premio ni del jurado, por supuesto, pero la operación comercial del premio condena a una multitud de lectores a zambullirse en dos historias insignificantes, anodinas y sin el menor soplo de literatura, de inquietud, de imaginación moral ni de estilo. La literatura comercial, incluso la muy comercial, puede ser también literatura y buena literatura. Pero no hay rastro de ella en ninguna de las dos novelas. El Premio Planeta está autosecuestrado literariamente por una dotación económica tan elevada que reduce de forma asfixiante la posibilidad de que una escritora o un escritor de alguna entidad pueda hacerse con él y recuperar con ventas gigantescas la fortísima inversión económica, fuera de experimentos atípicos como el que premió en 2019 al binomio literario Javier Cercas / Manuel Vilas. La caída de calidad de este año solo puede generar en el futuro un rebote de dignidad o incluso de mero decoro.

Portada de 'Lejos de Luisiana', de Luz Gabás.

Lejos de Luisiana 

Autora: Luz Gabás.


Editorial: Planeta, 2022.


Formato: tapa dura (768 páginas. 23,50 euros), e-book (10,99 euros) y audiolibro (consultar).

Portada de 'Historias de mujeres casadas', de Cristina Campos.

Historias de mujeres casadas

Autora: Cristina Campos.


Editorial: Planeta, 2022.


Formato: tapa dura (464 páginas. 22,50 euros), e-book (10,99 euros) y audiolibro (consultar).


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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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