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Luces y sombras de Claude Lanzmann, el gran narrador audiovisual del Holocausto

Un libro de Alberto Sucasas analiza la filmografía del director de ‘Shoah’ y ‘El último de los injustos’, el creador que marcó cómo contar el exterminio judío realizado por los nazis

Gregorio Belinchón
Claude Lanzmann
Claude Lanzmann, en Sevilla, en 2013, presentando 'El último de los injustos'.JULIÁN ROJAS

Lo que hizo en su carrera el francés Claude Lanzmann (1925-2018) está al alcance de muy pocos creadores: elevó en el audiovisual el judaísmo moderno casi a un género per se, alrededor de dos hechos históricos: el Holocausto, el exterminio nazi del que aunque no fueron las únicas víctimas es indudable que sí las principales, con seis millones de ellos aniquilados por la maquinaria liderada por Adolf Hitler, y la creación en 1948 del estado de Israel. El nombre de Lanzmann está, obviamente, entrelazado al de su segundo filme, Shoah (1985), una obra monumental en ambición, duración y en testimonios recogidos. De ese documental beberán algunos de sus siguientes trabajos, entre ellos el que algunos consideramos su obra maestra, El último de los injustos (2013), tal vez porque su protagonista, Benjamin Murmelstein, gran rabino de Viena desde 1931 y el último de los presidentes del consejo judío de gobierno del campo de concentración de Terezín (en la actual República Checa), es un hombre arrollador, repleto de zonas grises y hábil conversador y narrador, ante el que Lanzmann, que lo entrevistó en Roma en 1975, solo puede caer rendido y calificarle al final de la proyección de tigre.

Y, sin embargo, con toda la importancia de la obra de Lanzmann, que además aportó una reflexión que se teorizó sobre la problemática de la imagen en el mundo contemporáneo, y más aún en la visualización del exterminio nazi, solo ha habido aproximaciones tangentes o parciales a su filmografía. Hasta este Claude Lanzmann, perteneciente a la colección Signo e Imagen / Cineastas, de Cátedra, que firma Alberto Sucasas, que ya había realizado un estudio previo de Shoah. Sucasas ha decidido mostrar a su retratado, el cineasta de la memoria, el hombre que antepuso la oralidad y los testimonios sobre las imágenes de archivo para encontrar así mejor su verdad, a través de sus diez productos fílmicos, y desde ahí intentar entender a Lanzmann, un personaje complejo, que usó su obra como vara de medir en las siguientes décadas el resto de filmes sobre el Holocausto (atacó y despreció La lista de Schindler, de Steven Spielberg, porque, como dijo en Le Monde, “la ficción es una transgresión. Pienso profundamente que hay una prohibición de la representación” en la descripción de lo indescriptible). Como subraya Sucasas, en el cine de Lanzmann existen dos claros binomios: vida / muerte violenta y ver / saber. Y por ese ver / saber juzgará ante quien se ponga ante su cámara.

Henrik Gawkowski en el documental 'Shoah' (1985), de Claude Lanzmann.

El libro de Sucasas, al priorizar el análisis fílmico, abandona la centralidad de la biografía y por tanto cualquier tentación de pedagogía para recién llegados. Es cierto que, según avancen las películas, aumentan las notas sobre su vida y, por ello, en las páginas. Por de pronto, porque hasta el mismo Lanzmann lo hace en su cine: ahí está Napalm (2017), un filme que a veces provoca vergüenza como reflejo de lo Sucasas califica atinadamente su “donjuanismo”. Lo mismo le ocurre con su Las cuatro hermanas (2018), su serie de televisión de cuatro episodios en los que da voz a supervivientes femeninas del Holocausto; las mujeres no aparecían en sus filmes precedentes sobre el exterminio, y eso le había granjeado numerosas críticas. Todas esas contradicciones de un creador que por su rotundidad en el discurso solo entendió el “conmigo o contra mí” están enumeradas por Sucasas, al que sin embargo se les escapa reflexionar más sobre el estilo de montaje Lanzmann, muy característico, que obviamente partía de él, pero que contó con colaboradoras que realizaron esa labor (él nunca firmó sus ediciones). Especialmente, Ziva Postec, que fue quien examinó, sistematizó y dio forma durante seis años 350 horas de entrevistas a testigos del horror sistemático. La montadora ideó el sistema de insertar silencios para que el público asumiera los testimonios; Lanzmann, aunque reconoció en los títulos de crédito, nunca le dio valor.

Claude Lanzmann, a la izquierda, y Benjamin Murmelstein, en un fotograma de 'El último de los injustos'.
Claude Lanzmann, a la izquierda, y Benjamin Murmelstein, en un fotograma de 'El último de los injustos'.

Porque Shoah (1985) —que en hebreo significa catástrofe— en un documental único entre documentales. Sin menospreciar el valor de cada uno de sus 566 minutos, y de la apuesta de Lanzmann por no usar imágenes de archivo, por dar voz y relevancia a los testigos y en especial a las víctimas, con el tiempo el análisis de sus descartes (material que alimentará sus siguientes filmes) hacen más discutible su método de trabajo. Lanzmann, es cierto, nunca lo calificó de inocente ni de objetivo: manipuló lo que quería manipular a la búsqueda de, como dice Sucasas, “el mandato principal de la tradición judía: el de su propia preservación, y así incorpora [al público] a la cadena de transmisión”.

Portada de 'Claude Lanzmann', de Alberto Sucasas.

Claude Lanzmann

Autor: Alberto Sucasas.


Editorial: Cátedra, 2022.


Formato: tapa blanda (443 páginas. 17,05 euros) y e-book (10,44 euros).

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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