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‘Palabra de Pritzker’, los arquitectos hablan, la arquitectura cambia

El periodista Llàtzer Moix analiza la relevancia de los Premios Pritzker como canon de la historia moderna de la disciplina a la vez que da voz a sus principales protagonistas galardonados

Palabra de Pritzker
Dos premios Pritzker en Bilbao: Museo Guggenheim (de Frank Gehry) y Biblioteca de la Universidad de Deusto (de Rafael Moneo).Fernando Domingo-Aldama
Anatxu Zabalbeascoa

Un histórico del periodismo cultural (mítico jefe de cultura de La Vanguardia, hoy subdirector del diario barcelonés) ha recorrido el mundo para hablar con los artífices más reconocidos de la arquitectura de los últimos tiempos. El resultado es un retrato del cambio: de la arquitectura de finales del siglo XX a la que asienta un siglo XXI transformador. Palabra de Pritzker resume buena parte de esa arquitectura. Digamos que son todos los que están, pero no están todos los que son. En parte por muertes entre los galardonados (Zaha Hadid, Sverre Fehn, Robert Venturi, Aldo Rossi o Fumihiko Maki), por carácter o falta de interés (el escurridizo Koolhaas o el ¿sobredimensionado? Thom Mayne). Y en parte por lagunas del propio Pritzker. Como periodista, lo que Llàtzer Moix se pregunta tras contar la historia del tan sagaz como machaconamente publicitado como “el Nobel de la arquitectura” es hasta qué punto un premio puede representar el canon oficioso. ¿Se pueden construir lugares inolvidables y ayudar al progreso de la sociedad? ¿Cómo hacer esto último sin mejorar la relación entre la mayoría de esa sociedad y la arquitectura?

Que la sociedad ha valorado la arquitectura lo demuestra lo que uno visita cuando puede viajar. Que conocer la buena arquitectura requiera cultura o dinero también da una pista de los cambios que esa disciplina necesita si, de verdad, quiere exprimir su repercusión social. Moix explica que un emprendedor, Robert Carleton Smith, ideó un reconocimiento mundial para una disciplina que se había quedado fuera de los premios suecos. La ofreció a John Paul Getty. Pero fue la familia Pritzker, judíos ucranios establecidos en Chicago en 1957, la que —­con su cadena hotelera Hyatt y una fortuna de 30.000 millones de dólares— decidió responsabilizarse del premio. La arquitectura —los atrios de gran altura de sus establecimientos— se lo había dado todo, ¿cómo devolverlo a la sociedad? Moix recoge esa historia y plantea: “¿En qué medida suscribirán los jóvenes el criterio de unos premios a cuyas ceremonias —camareros sirviendo ostras y champán— acude el presidente de EE UU o el emperador de Japón?

La respuesta está en su libro. Su objetivo es dar la palabra. Y la da con los riesgos que implica dejar hablar. Cómo hablan o qué deciden callar retrata a quien toma la palabra. Así, un Frank Gehry poco generoso critica la inspiración de otro Pritzker, Oscar Niemeyer, en las curvas femeninas. Mendes da Rocha, en cambio, compara el auditorio de Niemeyer en Niteroi con Santa Maria del Fiore de Brunelleschi “por la común indeformabilidad”. Pero habla de las contradicciones de la italiana asentada en Brasil Lina Bo Bardi, “famosa”, dice, “gracias al ingeniero Figueiredo Ferraz, que calculó la aparente levedad del MASP”, que Mendes, paulista como el edificio, ve grosera. Puede ser. Puede también que, habiendo reconsiderado lo autóctono y humanizado la arquitectura moderna, Bo Bardi tuviera hoy el Pritzker. A no ser que la relación entre su marido y Mussolini hubiera aflorado. ¿Quién dijo que la arquitectura es un arte desconectado de la sociedad?

El Pritzker australiano Glenn Murcutt habla de su padre criándolo rifle en mano mientras asegura que “la técnica está en la naturaleza”. Aravena explica que aprendió de arquitectura siendo camarero. Y desvela que llora cuando escucha una canción o, ay, cuando le telefonearon para decirle que había ganado el Pritzker.

El indio Balkrishna Doshi dice que la profesión de arquitecto no era frecuente en su clase social, “durante años, la arquitectura ignoró las necesidades reales de la sociedad”. Para quien trabajó con Le Corbusier o Louis Kahn antes de tener nombre profesional propio, lo importante es la voz interior. Cita a Tagore, que también era bailarín. Y recuerda a Corbu: “Si no eres un acróbata, si no aceptas romperte los huesos en alguna caída, no serás arquitecto”.

Este libro contiene tres tesoros. Uno es la mezcla de técnica, espiritualidad y traumas infantiles. Otro, la historia del premio. Finalmente, está la entrevista a Rafael Moneo. Moix logra que el primer Pritzker español hable, ¡sin preguntarle!, sobre su adolescencia de “futbolista voluntarioso pero no hábil” o sobre Utzon: “Me ofreció un sueldo importante que me permitió pagarme el psicoanálisis, por entonces un lujo intelectual grande”. Creo que esta es mi frase favorita del libro: habla de dinero, de justicia, de intelectualidad y de sí mismo.

Moix es un profesional elegante, un tipo que cuando alguien contesta: “Es difícil de explicar”, insiste sin despeinarse: “Inténtelo”

Ante semejante material, un periodista menos flemático que Moix podría plantearse no esquivar la tentación de saber qué aprendió Moneo con el psicoanálisis. ¡Él ha abierto el melón! Pero eso sería no entender quién es Moix, un profesional elegante, un tipo que cuando alguien contesta: “Es difícil de explicar”, insiste sin despeinarse: “Inténtelo”. Moix no busca contradicciones, busca respuestas. Por eso deja que Norman Foster se retrate solo: “La realidad de hoy es la ciencia ficción de mi juventud”.

Entre las pocas arquitectas galardonadas con un Pritzker, Anne Lacaton tiene voz. “Para nosotros, África fue una segunda escuela. Descubrimos que la gente es capaz de definir espacios prescindiendo casi por completo de los materiales”. A los jóvenes, el último premiado, Diébédo Francis Kéré, el único africano galardonado, les advierte con un discurso metaarquitectónico: “Si dejas a alguien atrás tendrás que volver a por él en algún momento”. Por eso, las ausencias contribuyen, paradójicamente, al retrato que consigue el libro: un ejercicio de periodismo con una conclusión ineludible que Moix no dedica ni a los arquitectos ni a sus palabras. Se la concede al premio: “Entre seguir y abrir camino, el galardón que destaca lo más importante debe alumbrar”. Lo que significa alumbrar está en boca de los entrevistados.

Portada del libro 'Palabra de Prizker', de Llàtzer Moix. EDITORIAL ANAGRAMA

Palabra de Pritzker 

Autor: Llàtzer Moix.


Editorial: Anagrama, 2022.


Formato: tapa blanda (544 páginas. 24,90 euros) y e-book (12,99 euros).

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