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La biografía ya es mayor de edad en España

Tras una época en que los intereses ideológicos sofocaban la verdad de los personajes y los mejores libros eran de autores extranjeros, el género vive un periodo de madurez

ilsutración Libros de género biográfico, BABELIA 02/04/22. Ilustración: JUÁREZ CASANOVA
ilsutración Libros de género biográfico, BABELIA 02/04/22. Ilustración: JUÁREZ CASANOVAJUÁREZ CASANOVA

El teórico marxista Georg Lukács observaba en 1937 el auge de la biografía en el contexto de las primeras décadas del siglo XX y lo explicaba como expresión de una necesidad, la de que sus principales exponentes (Emil Ludwig, Lytton Strachey, Stefan Zweig o André Maurois) deseaban enfrentarse y enfrentar su presente, las luchas de su tiempo, con las grandes figuras del pasado y con la forma en que estos habían encarado los conflictos. La consigna humanista siempre fue que aquello que una vez sirvió para ensanchar el espíritu humano debe persistir eternamente en su propósito. Y de hecho este sigue siendo uno de los poderosos motivos de la razón biográfica (por utilizar una expresión orteguiana): “Nuestro tiempo, decía Goethe, puede ser tan miserable que el poeta no logre encontrar en la sociedad que le rodea las naturalezas humanas que necesita”. Y entonces las busca en otro lugar y en un tiempo distinto del suyo. Otras vidas, en definitiva, como inspiración, como fuente de meditación o piedra de toque.

En todo caso, aquella primera e influyente escuela europea de biógrafos generó una tentativa española en torno a la colección Vidas Españolas e Hispanoamericanas del Siglo XIX, promovida por el propio Ortega entre 1928 y 1936. Una tentativa fallida en la medida en que la mayoría de sus autores (Benjamín Jarnés, Antonio Marichalar, Rosa Chacel, Antonio Espina) entendieron el proyecto desde una perspectiva estrictamente literaria. Concibieron el encargo de escribir una biografía de alguna personalidad influyente del siglo XIX como un ejercicio de prosa narrativa, desentendiéndose de la necesaria hondura interpretativa que la biografía requiere. Pensemos que la vida de cualquier persona contiene un sinnúmero de problemas semejantes y de alcance universal, de modo que reconstruyendo el mundo de una vida, aun en los términos a los que forzosamente debe reducirla un relato biográfico, nos enfrentamos a una parecida complejidad de las pasiones y los sentimientos.

Cuanto más profundo y auténtico sea nuestro conocimiento de la vida humana, mayor será nuestra libertad para evaluarla con serenidad y sentido de la justicia histórica

Y de no ser por el franquismo, es muy posible que aquella incipiente escuela orteguiana que acababa de formarse en torno a la Revista de Occidente hubiera madurado, dando frutos más que razonables. No pudo ser. De modo que el auge experimentado en los años veinte y treinta, sobre todo creando un público lector entusiasta, decayó al intervenir un discurso nacionalcatólico que sofocaba la verdad de los personajes en beneficio de unos intereses ideológicos. Hubo excepciones de peso, pienso en Gregorio Marañón, Sebastián Juan Arbó o Carmen Bravo-Villasante, por citar unos nombres conocidos. Hubo más nombres, pero las biografías grandilocuentes de personajes mediatizados por la doctrina ofrecían respuestas que podemos calificar de reaccionarias a los grandes interrogantes de nuestra historia.

Con ello se consiguió que el público lector diera la espalda al género peninsular, confiando en el proceder de los hispanistas (Ian Gibson, Paul Preston, John Elliott, Joseph Pérez, John Lynch y tantos más, responsables de la escritura de nuestro pasado biográfico). En conjunto, se mostraban más libres para enfrentarse a la historia de España, menos familiarizados con la sistemática politización de nuestro pasado y de nuestra cultura —de eso se defendería Raymond Carr en la versión castellana de su Spain 1808-1939: “Lo que para ellos [los historiadores españoles que le reprocharon su falta de compromiso político] es un defecto, para mí es una virtud”—. Y es que cuanto más profundo y auténtico sea nuestro conocimiento de la vida humana, mayor será nuestra libertad para evaluarla con serenidad y sentido de la justicia histórica.

Es probable que el punto de inflexión lo marcara en 1994 el historiador Manuel Fernández Álvarez con su relectura de Juana I de Castilla, La cautiva de Tordesillas. Dos obras recientes sobre este personaje —de Cristina Fallarás y Juan Manuel Olcese— prueban el atractivo que sigue ejerciendo

Ahora, sin embargo, disponemos de las herramientas y, sobre todo, de la sensibilidad imprescindible para abordar la escritura biográfica con garantías. Mientras que nuestra tradición cultural procede de una coacción de la libertad para la expresión moral de la existencia, en el presente la biografía vive en España una época de madurez, fruto de un progreso intuitivo de su necesidad y de sus posibilidades intelectuales. Lo que me interesa es concretar el carácter especial de este nuevo sentido e importancia concedido a la biografía. Toda la sociedad española parece involucrada en favorecerlo. Las editoriales se vuelcan en colecciones dedicadas al género: Acantilado ha decidido reunir las biografías mayores de su autor estrella, Stefan Zweig, en un solo volumen; la editorial Circe sigue publicando tenazmente biografías de mujeres; Tusquets mantiene su pionero Premio Comillas; Taurus sigue adelante con su colección de Españoles Eminentes. Incluso instituciones como la Diputación de Málaga apuestan por el género como lo prueba la colección de biografías Vidas/Térmicas favoreciendo la publicación de magníficas biografías breves de autores relevantes: Andrés Ibáñez escribiendo de Thomas Pynchon, Eduardo Jordà de Anna Ajmátova; Alberto Olmos de la historiadora Jan Morris, una transexual no militante; Rocío Rojas-Marcos sobre Mohamed Chukri o bien Rebeca García Nieto sobre Herta Müller, por citar solo los volúmenes que he leído con placer. Por su parte, la biografía política ha adquirido una nueva dimensión: ahí está la documentada biografía de Pasionaria de Mario Amorós (Akal), o la estupenda biografía de Carme Chacón escrita con sensibilidad y sentido de la historia por Joana Bonet (Península), o el ensayo biográfico en torno a la figura imprescindible de Santiago Carrillo (Renacimiento, otra editorial volcada en el rescate del patrimonio biográfico a través de su Biblioteca de la Memoria).

Hemos superado la biografía de corte erudito o anecdótico, amontonamiento de datos o de anécdotas sin una verdadera explicación del personaje ni un espíritu crítico.

Es probable que el punto de inflexión en la recuperación de un público lo marcara el historiador Manuel Fernández Álvarez con su relectura de Juana I de Castilla, La cautiva de Tordesillas (Espasa, 1994), un libro que dio mucho en qué pensar y ganó miles de lectores: dos obras recientes, ambas biográficas, sobre este personaje —de Cristina Fallarás y Juan Manuel Olcese— prueban el atractivo que sigue ejerciendo la historia de una reina abatida por la desgracia. Sabemos que abrirse paso en un dominio donde la cultura anglosajona o la francesa se han impuesto con tanta intensidad no es fácil, pero pienso en la biografía de Felipe Cabrerizo sobre Serge Gainsbourg (Expediciones Polares), tan superior a la canónica de Sylvie Simmons, traducida al castellano por Reservoir Books, y eso puede animar a cualquiera. Para terminar, son muchos los nombres del presente: Isabel Burdiel (Isabel II, Emilia Pardo Bazán), J. Benito Fernández (Leopoldo María Panero, Eduardo Haro Ibars, Rafael Sánchez Ferlosio), José Luis Ferris (Miguel Hernández, Carmen Conde, María Teresa León), María Jesús González (Raymond Carr), Manuel Alberca (Valle-Inclán), Emilio La Parra (Manuel Godoy, Fernando VII), Jordi Amat (biógrafo de la cultura catalana contemporánea: Trías Fargas, Josep Benet, Vilaseca Marcet, Alfons Quintà y su última biografía sobre Gabriel Ferrater), Jordi Gracia (Dionisio Ridruejo, Ortega, Javier Pradera), Miguel Dalmau (los hermanos Goytisolo, Gil de Biedma, Cortázar, Concha García Campoy, Pasolini), Sergio Vila-Sanjuán (Baltasar Porcel), las imprescindibles semblanzas biográficas de Juan Cruz, Adela Muñoz (Madame Curie), Mario Amorós (Neruda, Salvador Allende, Dolores Ibárruri)… En líneas generales, hemos superado la biografía de corte erudito o anecdótico, amontonamiento de datos o de anécdotas sin una verdadera explicación del personaje ni un espíritu crítico. Los autores citados aquí se preguntan por las exigencias del género —una de las formas más difíciles de hacer historia—, y este sentimiento de dificultad que evoco constituye la mejor garantía de la nueva madurez.

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