En ‘Love song’, todas las canciones son tristes
El nuevo libro de Carlos Zanón es una eficaz ‘road fiction’ protagonizada por tres rockeros crepusculares. Saturada de música, la obra requiere una lectura con banda sonora

Ha habido dos constantes en las novelas de Carlos Zanón desde que en 2008 dio el salto de la poesía a la narrativa: su construcción de una Barcelona negra actual y la ubicuidad de la música. En Taxi (2017), ambos componentes se retroalimentaban para producir un relato sombrío, veteado de desgarrones existenciales, protagonizado por el cultivado taxista Sandino, cuyo nombre procedía de un álbum de The Clash. Zanón no ha querido arrumbar a ese personaje tan bien horneado y lo introduce aquí, en Love Song, en la función subsidiaria de testigo. Es el taxista al que contrata un trío de músicos cincuentones, Jim; su esposa, Eileen, y el amigo de ambos Cowboy, para que conduzca la furgoneta Camper California con la que van a salir de gira estival por campings y otros escenarios plebeyos. Quieren volver a sentirse como antaño, en los días felices de Escocia, volver a tocar anónimos y por gusto, teletransportándose a 1985, del que extraen el repertorio de sus conciertos.
Al taxista lo llaman Polidori, como el médico que acompañó a Lord Byron, Shelley y su amada Mary en la Villa Diodati donde se ideó Frankenstein. El paralelismo se extiende al trío, con un Cowboy byroniano, pero el nuevo Prometeo de Mary Shelley (el sueño de dar vida a un cuerpo muerto) se invierte acerbamente para mostrar el avance de la muerte en el cuerpo de Eileen. Aunque la literatura está presente (el taxista capta al vuelo una cita de Middlemarch, de George Eliot), es la música la que satura la novela. Desde el título, que se refiere al disco que Jim está componiendo en secreto para su esposa, Eileen, sabiéndola enferma, hasta el nombre de esta, que Zanón toma de un tema de los Dexys Midnight Runners (Come on Eileen) allá por 1982. Son tantas las canciones que jalonan la historia que cabe hacer una lectura con banda sonora, casi diría que conviene hacerla porque el ritmo narrativo parece acordado muy a propósito con una intencionada selección musical que acentúa los momentos de júbilo y de abatimiento, los de comunión afectiva y los de derrumbe.
Cumpliendo con el lugar común (que dicta la realidad obstinada), en estos rockeros veteranos abunda la droga, el sexo, la infracción de las normas y la violencia (ejercida y sufrida). Cowboy se ajusta a la contraépica del perdedor irredimible, el sujeto convocado por el infortunio e incapaz de gobernarse en la realidad de la mayoría, un arquetipo por el que siente querencia Zanón, y por eso le concede una trama lateral y confluente, un punto melodramática, nucleada en torno a Centauro, su aborrecido padre paralítico, y Tatiana, su madrastra y amante. La amistad amorosa, por así decir, entre Cowboy, Jim y Eileen, que es la criatura mejor pergeñada, se describe conforme a una road fiction, como una serie de confrontaciones a lo largo de un itinerario de pérdida y desposesión. Para narrarlo, Zanón alterna con eficacia la escritura jadeante, sincopada, paratáctica —reflejo de los versos de un poema o de la letra de una canción—, con otra más trabadamente narrativa, y en ambas predomina un registro coloquial. Acaso sea por eso por lo que a veces se han colado usos agramaticales (del distributivo “sendas” o del posesivo pospuesto “suyo”) que, junto a algunas imágenes poco certeras (“dedos de mosquito”), hubieran requerido una última corrección. Nada que, en todo caso, haga desafinar esta canción triste en traje de novela.

Love Song
Autor: Carlos Zanón.
Editorial: Salamandra, 2021.
Formato: tapa blanda (352 páginas, 19 euros) y e-book (9,49euros).
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