La cultura se llena de magos y videntes
Libros, series y artes plásticas demuestran que la búsqueda de trascendencia está de plena actualidad. Se trata de un género fluido en el que caben la imaginación, la magia y los sueños. Un anhelo unifica las aspiraciones de sus cultivadores: sublimar el poder de la mente
El texto se explaya más en su versión original, pero las instrucciones básicas podrían resumirse del siguiente modo: en el vigesimotercer día del mes, a partir de las 23.00, la persona que lleve a cabo este ritual deberá concentrar toda su energía en su fantasía sexual más intensa. Desnuda, a la luz de las velas, escribirá ese deseo en un papel que después salpicará con sangre, saliva, y flujos genitales. Junto con un mechón de pelo y otro de vello púbico, la nota se enviará a la mañana siguiente a la sede del Templo de la Juventud Psíquica (TOPY, en inglés). Veintitrés rituales consecutivos después, el individuo se habrá convertido en un Iniciado pleno del Templo.
Bautizada como El sigilo de los tres líquidos (sic), esta liturgia basada en el símbolo del sigilo —parte de las enseñanzas del influyente taumaturgo de principios del siglo XX Austin Osman Spare— permite franquear el acceso a la sociedad secreta fundada en Inglaterra en 1981 por, entre otros, Genesis P-Orridge, creadora multidisciplinar, y multipolémica, fallecida en 2020. Pionera del rock industrial con Throbbing Gristle y Psychic TV fue también emblema del movimiento transgénero. Involucrada en todo lo que tuviera que ver con la liberación, P-Orridge tenía un sueño: desatar los poderes reprimidos de la mente.
Pintoras visionarias como Hilma af Klint y Remedios Varo se encumbran hoy como fenómenos de masas
Como manda la posmodernidad, su iglesia pagana está cosida de influencias: del chamanismo a la psicodelia, las proféticas teorías sobre el control social que Throbbing Gristle desarrollaron junto a los escritores William S. Burroughs y Brion Gysin y, sobre todo, la magia del caos, vástago de las teorías de Spare, a su vez discípulo del brujo supremo de nuestra era, el fundador de la religión Thelema, la Gran Bestia 666: Aleister Crowley. Los textos fundacionales del TOPY conforman el volumen La biblia psíquika, que la argentina Caja negra editó hace un par de años cubriendo un vacío en lengua castellana que se había prolongado durante décadas: en el inglés original, se escribieron entre 1980 y 1990.
En la estela de La biblia psíquika, una creciente cantidad de libros relacionados con lo arcano, lo esotérico, lo paranormal, lo misterioso, lo desconocido o —convengamos en llamarlo— lo oculto, están atravesando en época reciente el túnel hacia la luz de la literatura en español. Algunos son títulos fundamentales —aunque no dejen de ser minoritarios—, pero no habían sido traducidos o solo existían ediciones precarias. Otros suponen nuevas adiciones a un género fluctuante, donde caben temas dispares atados por el hilo invisible de lo trascendental: la magia y la alquimia, la brujería y el satanismo, los viajes astrales y los trances lisérgicos, el espiritismo y la espiritualidad, las sociedades secretas y los masones, la ufología y la astrología, los sueños y sus interpretaciones. Un dato revelador: a raíz del confinamiento, se dispararon las búsquedas en línea de los horóscopos.
La ocultura (occulture), término acuñado probablemente por P-Orridge, no solo goza de buena salud en la literatura, donde resucitan mitos como Lovecraft y se multiplican los títulos sobre hechizos y wiccanismo. Se manifiesta también en la plástica (de las performances rituales de Marina Abramovic y las sesiones espiritistas de Suzanne Treister a las publicaciones que descifran los significados herméticos de la iconografía del arte, como Relaciones ocultas, de Sans Soleil), en las series (el reboot de Sabrina; Penny Dreadful; la española y documental Edelweiss, sobre la secta ocultista nazi…) y en los videojuegos (las sagas Resident Evil; Silent Hill; Outlast…). Presentes desde los orígenes de la humanidad, con la explosión del New Age en los sesenta todas estas cuestiones han desempeñado un papel relevante en la moderna sociedad occidental, donde el peso de la religión —a cargo de aportar explicaciones a lo inexplicable— ha ido irreversiblemente enflaqueciendo.
La pintura es, seguramente, el medio donde más claro se percibe el resurgir de lo sobrenatural. En su tiempo, en torno a las primeras décadas del siglo XX, artistas como Hilma af Klint, Remedios Varo y Leonora Carrington disfrutaron de poco o ningún reconocimiento. Ahora, aquellas videntes y visionarias, que se daban de la mano con los espíritus para atravesar el umbral a estadios superiores de conciencia, son ensalzadas como fenómenos de masas. Después de que el Reina Sofía sacara a la luz a finales del pasado año (y hasta abril) los tenebrosos grabados donde Belkis Ayón (1967-1999) recreaba los rituales de la sociedad secreta afrocubana Abakuá, el último redescubrimiento místico lo protagoniza la sanadora suiza Emma Kunz (1892-1963), expuesta por primera vez en España, hasta junio, en la Tabakalera de San Sebastián. “En épocas de decadencia se vuelve a lo kitsch y, cuando la cultura se apropia de ello, la estética se vuelve más refinada”, explica Pilar Soler, que en 2019 organizó en La Casa Encendida de Madrid la muestra de art brut esotérico El ojo eléctrico. Para la comisaria, la búsqueda de dimensiones paralelas sigue activa y vigente en la obra de creadores como Maya Hottarek, Rachel Garrard y los españoles Rosa Tharrats, Felipe Talo y Diego Delas.
En un movimiento en contra de esta corriente, la base teórica sobre la que se construyó la retrospectiva que el Reina Sofía dedicó a Mondrian en 2020, comisariada por Hans Janssen, desmontaba una noción que se suele dar por sentada: que el neerlandés desarrolló su neoplasticismo a partir de los preceptos de la teosofía, religión fundada por la inefable Madame Blavatsky a finales del siglo XIX. Aunque su influjo se minimizó en la muestra (en los textos se habla de las “incursiones erráticas” del pintor en esos terrenos), aquella creencia, un cruce de los caminos de Oriente y Occidente, activó un innegable motor creativo: inflamó el espíritu de artistas —Kandinsky, Malevich—, músicos —Alexander Scriabin— y literatos —W. B. Yeats, alumno de otro místico, William Blake—, cuyas obras ambicionaban traspasar las fronteras de la realidad sensible.
Dos periodos marcadamente esotéricos definieron sendas mitades del siglo XX: uno abarcó del simbolismo al surrealismo y el otro, del New Age a la magia del caos. “Cuando te asomas al abismo y no sabes lo que hay al fondo, empiezas a pensar en lo trascendente”, afirma Javier Sierra, una de las figuras más destacadas de este ámbito en España, que ha sido desde director de la revista Más allá de la ciencia a coordinador en la editorial Planeta de una biblioteca del misterio (Ocultura), con títulos como El ocultismo en la política (2017), de Gary Lachman. Si en 2019 Mariana Enriquez se alzó con el Premio Herralde con una novela sobre una herencia sobrenatural y una terrorífica sociedad secreta, Nuestra parte de la noche (Anagrama), dos años antes Sierra consiguió el Premio Planeta por El fuego invisible, que escarba en el mito del grial. Las historias de templarios, que eclosionaron con El código da Vinci, de Dan Brown (2003), y que en España tienen entre sus valedores a Juan Eslava Galán, acapararon, como indica el escritor, buena parte de la atención a comienzos de este siglo XXI. Ahora el interés circula por otros derroteros, pero todos convergen en un punto: la necesidad de pisar conclusiones sólidas en un escenario volátil.
Sierra se encuentra también a la cabeza del Festival Ocultura, una reformulación del término que consagra cada edición a una incógnita diferente. En 2021 indagaron en el fenómeno OVNI. En años anteriores han tenido a Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, hablando de médiums y profetas en el surrealismo y al mencionado Gary Lachman profundizando en su visión de los hilos que mueven la política. Exbajista de Blondie, reconvertido en gurú de lo subterráneo, algunas de las obras de Lachman (Una historia secreta de la conciencia; El conocimiento perdido de la imaginación; Rudolf Steiner) también figuran en el catálogo de Atalanta, editorial de Jacobo Siruela que bucea en el océano de lo hermético desde una perspectiva historicista. A través de autores como el mitólogo Joseph Campbell y el filósofo Peter Kingsley, el sello mima un tipo de conocimiento desatendido por el materialismo decimonónico: el que emana del pensamiento metafísico, la imaginación, el asombro y la experiencia visionaria.
En un contexto volátil, de profunda crisis social, las personas buscamos respuestas sólidas
Asentados primero en León, un “cambio de sensibilidad” provocado por la llegada de una nueva concejala de cultura al Ayuntamiento obligó a trasladar los encuentros de Ocultura a su actual sede en Zaragoza. La sombra de superstición que proyecta lo oculto es alargada. Pero para quienes lo cultivan, la curiosidad innata del ser humano, su admiración sincera ante las maravillas del universo, resulta no solo perfecta, sino necesariamente compatible con el hambre de conocimiento empírico. Parafraseando a Arthur C. Clarke, el autor de 2001: Una odisea en el espacio, “la magia es solo la ciencia que no entendemos aún”.
Servando Rocha remata esa afirmación: “La ciencia nació de la magia: lo que primero era superchería, luego fue ciencia”. Autor de títulos como La horda. Una revolución mágica, Rocha dirige La Felguera, editorial con un extenso inventario de historias noir, curiosidades y enigmas, con cabida para grimorios, mapas secretos y magia más allá de los tradicionales conjuros. Un ejemplo: los ensayos consagrados a la vuelta a la naturaleza y la psicogeografía, esto es, el acto de vagar por la ciudad con la antena interior alerta. “Una calle adquiere propiedades poderosas porque de pronto ves belleza donde no la hay o porque está conectada con historias que todavía están ahí, fluyendo”, abunda. “Todo eso también está conectado con lo oculto”.
A su escala, La Felguera presume de haber publicado algunos best sellers, volúmenes como W.I.T.C.H, (siglas en inglés de Conspiración terrorista internacional de las mujeres del infierno, un movimiento feminista de finales de los sesenta que ha resurgido de sus cenizas); El libro de la ley, la biblia de Aleister Crowley, y El libro de la serpiente, texto “iluminado” del guionista de cómics y escritor Alan Moore. “Para mí, el mayor filósofo que hay ahora mismo”, sentencia el editor sobre el autor de V de vendetta, uno de los más notorios defensores de la magia del caos, a cuyas filas se adhirió en su 40 cumpleaños en una prospección hacia el autoconocimiento que relató en Ángeles fósiles, ensayo publicado también por La Felguera. Aun siendo “muy underground”, proyectos como el de Servando Rocha han conseguido —como subraya el escritor y traductor Javier Calvo— algo notable: que las ciencias ocultas salgan de “esas ediciones horripilantes que solo se vendían en las tiendas de cristalitos”.
Iniciada en los setenta, la magia del caos supone para los responsables del madrileño Festival Sui Generis —que promueve la lectura a partir del género negro en un sentido extenso—, una de las más poderosas corrientes de atracción en la actualidad. Con el sigilo como herramienta base, se trata de la fuerza que impulsó a The KLF a quemar un millón de libras y la que dota de poderes a la Bruja Escarlata de Marvel. “Es un movimiento que surge del punk, basado en la filosofía del hazlo tú mismo”, explica Alberto Ávila, asesor del festival y colaborador de Aurora Dorada, editorial de Carlos Maroto Pla concentrada en rescatar en castellano títulos germinales de estos asuntos como Liber Null, de Peter J. Carroll. “Es una magia que no exige rituales complejos, que te permite coger lo que a ti te funciona, que atrae a la juventud… Es pura cultura pop”.
Lo popular compone, en efecto, el sustrato del que se nutren muchas de las materias vinculadas con lo oculto. Desde las canciones de los Beatles —de las que se especulaba que recitaban mensajes diabólicos al ser reproducidas del revés— a los extraterrestres, sobre los que han corrido ríos de tinta, aunque muchos habían caído en un agujero negro en la edición en español. En ese nicho se vuelcan los esfuerzos de Reediciones Anómalas, un proyecto “forteano” y “casi unipersonal” (como lo son otras editoriales versadas en lo paranormal) de Pablo Vergel, profesor de sociología en la Universidad de Alicante y colaborador habitual de Cuarto Milenio, el conocido programa de misterio de Iker Jiménez. El sello ha reeditado títulos estrella descatalogados (que, cuenta el editor, se vendían a precio de oro en internet) como Pasaporte a Magonia, en el que el científico y ufólogo francés Jacques Vallée introdujo el componente psíquico y folclórico a la interpretación OVNI, y El mensaje de otros mundos, testimonio de abducción del historiador español Eduardo Pons Prades.
Desde el rol del entusiasta, pero también del estudioso, Vergel defiende que los alienígenas encarnan “un vector que ayuda a entender mucho de la sociedad”. Antes de los años cuarenta, quienes se aparecían eran Dios y la Virgen. Seguramente por el exponencial desarrollo y divulgación de la ciencia, comenzaron entonces a proliferar los avistamientos de marcianos, cuya mitología fue ganando adeptos hasta coronarse como “el gran fenómeno del siglo XX”. Hoy, la atención que acaparaban se ha desinflado por el pinchazo de la realidad: no existe “ni una sola evidencia” de que haya alguien ahí fuera. “Pero Kant ya decía que hay preguntas que no tienen respuesta: el origen de la vida sigue siendo un misterio insondable”, plantea Vergel. Los humanos somos máquinas de buscar significados y, en ocasiones, lo paranormal “acaba dando respuestas más satisfactorias”.
Que las visiones de platillos volantes hayan adquirido un carácter universal se debe en gran medida a la capacidad expansora del cine. Sin embargo, para el crítico Jesús Palacios —que ha publicado un puñado de libros sobre el ocultismo fílmico, el último La pantalla esotérica, en UOC— la verdadera obsesión de las películas es otra: la llegada del anticristo. “El cine posee un poder mágico intrínseco: revive a los muertos, evoca criaturas imposibles…”, argumenta Palacios, quien destaca a directores como Alejandro Jodorowsky en época contemporánea, y a Maya Deren y Kenneth Anger (“el cineasta de Crowley”), entre los pasados. “Hay dos tipos de películas: las que usan lo oculto como tema, a veces simplemente para entretener, y las que se valen del celuloide para investigar sobre la propia la magia”, abunda. Las de esos artistas, claro, entrarían en la segunda categoría.
En pos de elusivas iluminaciones se han rodado filmes, se han cocinado pócimas, se ha invocado a las ánimas y se han mantenido encuentros en la tercera fase. Lo han hecho a lo largo de la historia personas corrientes y nombres excelsos de las artes a la música, desde Leonardo da Vinci a Arnold Schönberg. Del tratado musical perdido del florentino y la afición del austriaco por la numerología escribe Luis Antonio Muñoz en su libro Historia oculta de la música (La esfera de los libros), por cuyas páginas desfilan rosacruces, seguidores del cuarto camino de Gurdjieff y geómetras musicales, y entre ellos el masón Mozart y sus satánicas majestades, los Rolling Stones. De géneros más recientes como el black metal reflexiona Eugene Thacker en su trilogía El horror de la filosofía (Materia oscura), donde relaciona esta rama demoníaca del heavy con conceptos como lo que él llama Pesimismo Cósmico, entroncado en el pensamiento de Kierkegaard.
Apuntar el foco hacia la oscuridad no implica para Muñoz tratar de convencer de nada, mucho menos luchar contras las fuerzas ilustradas. Se trata, simplemente, de contar una parte de la historia que, quizá por incómoda, o por incomprendida, ha quedado arrinconada. “Lo que hay que pedirle a la literatura y a la investigación”, demanda el músico, “es seriedad para que los datos permitan que la gente pueda comprobar y crear sus propias teorías”.
El materialismo del XIX ha desatendido el pensamiento metafísico basado en la imaginación
Se trata, ni más ni menos, de salir en busca de respuestas. “Una de las revoluciones del arte del siglo XX fue el interés por el significado, y lo oculto aporta metáforas muy bellas”, cuenta el comisario Enrique Juncosa, responsable de La luz negra, muestra de 2018 en el CCCB de Barcelona en torno a las tradiciones secretas. Al cierre de aquel despliegue de obras cabalísticas de Barnett Newman, Antoni Tàpies, Agnes Martin y artistas vivos como Zush, Francesco Clemente y Joan Jonas, se ratificó el éxito cosechado entre crítica y público. Pero de antemano no resultó sencillo localizar información (Mircea Eliade y Carl Jung fueron claves) y menos aún convencer de la propuesta. “Era un tema que preocupaba”, recuerda. Acechaba el fantasma de la charlatanería. “Pero es perfectamente posible hacer una exposición racional de algo irracional”.
Si existe una unidad de magnitud que homogeneice las aspiraciones espirituales de los artistas, esa sería, para Juncosa, la sublimación de “los poderes de la mente”. El anhelo de sobrepasar el límite de las capacidades humanas y rasgar una mirilla a la inconcebible vastedad del universo proporciona empuje y motivos para el viaje de todo explorador del lado oscuro. Encerrados y agazapados tras las mascarillas, atascados en un contexto de crisis interminable, las personas, como resume el comisario, necesitamos, hoy más que nunca, “buscar un sentido a las cosas”. No resulta estrictamente necesario desnudarse ni rociar papeles con fluidos corporales como demandaba P-Orridge: basta con sumergirse en un libro, adentrarse en un cuadro, perderse en una película. ¿De qué hablamos, si no, cuando hablamos de la magia del arte?
Médiums, filósofos y esoterismo superventas
De Steiner al infinito. La colectiva Joseph Beuys: Antecedentes, coincidencias e influencias, en el Museo Helga de Alvear de Cáceres (hasta mayo), profundiza en las ideas que moldearon el pensamiento del alemán. Su concepción del arte y la vida está atada a la antroposofía, filosofía de Rudolf Steiner en torno a la posibilidad de acceder al mundo espiritual a partir de tres ejes: imaginación, inspiración e intuición.
Artista, médium y campesina. De estilo abigarrado y encantadoramente naïf, los dibujos de la campesina catalana Josefa Tolrà (1880-1959), realizados en trance mediúmnico, materializan a los “seres de luz” con los que establecía contacto. Su obra, hoy en importantes colecciones, pasó desapercibida para casi todos menos para el poeta Joan Brossa. En 2014, una retrospectiva en Barcelona confirmó su redescubrimiento.
Luces en Nuevo México. La teosofía de Helena Blavatsky espoleó las mentes creativas de ambos lados del Atlántico. Asentado en Nuevo México, EE UU, en los años treinta, el llamado Grupo pictórico trascendental amalgamó las ideas de la profeta rusa con las de Steiner, Kandinsky... para pintar los colores de la iluminación. Olvidados durante décadas, tanto en colectivo como representados por miembros como Agnes Pelton, aquellos artistas protagonizan en la actualidad grandes exposiciones y elogiosos artículos en prensa.
Esoterismo superventas. Antes de que Dan Brown embriagara a medio planeta con sus conspiraciones, El ocho (1989), de Katherine Neville –que conjuga historia, ajedrez, alquimia y masonería—, sentó las bases del esoterismo superventas. Para la autora, que la novela siga “viva y relevante” se explica por sus “conexiones cósmicas”: “Las que todos tenemos con los misterios ocultos (o irresolutos) del universo”.
Todo Satán. Más de un escritor ha firmado un pacto con el diablo e innumerables lo han invocado en su literatura. El gran libro de Satán (Blackie Books) reúne decenas de textos en un completo volumen: de Mark Twain a Samanta Schweblin, 666 páginas de mala, malísima narrativa.
Imaginación al poder. Para los alquimistas, el “fuego secreto” era el ingrediente de la piedra filosofal. De ahí el título El fuego secreto de los filósofos, de Patrick Harpur, (Atalanta), una historia multidimensional de la imaginación a través de mitos, poesía, ciencia y psicología, de la que se extrae una triste conclusión: la inventiva atraviesa horas bajas.
El icono más malvado del mundo. El mago inglés Aleister Crowley (1875-1947) fue y sigue siendo todo un icono pop, admirado por Led Zeppelin y David Bowie. Entre la nutrida bibliografía que ha inspirado, Aurora Dorada (que toma su nombre de la sociedad en la que participaron Crowley, Bram Stoker, H. G. Wells...) publicó en diciembre la biografía considerada definitiva del “hombre más malvado del mundo”: Perdurabo, de Richard Kaczynski.
El lado oscuro de Álex de la Iglesia. Ningún cineasta español ha transitado el lado oscuro como Álex de la Iglesia. Desde el anticristo de El día de la Bestia (1995) al aquelarre de Las brujas de Zugarramurdi (2013), su obra rezuma esoterismo. En 30 monedas (2020), serie protagonizada por un exorcista, el demonio aparece cubierto de símbolos ocultistas inspirados en una publicación de La Felguera: Enciclopedia de las artes oscuras. En Hollywood, Nicolas Cage no para de interpretar y producir películas ocultistas.
Un psicomago del celuloide. El chileno Alejandro Jodorowsky, “psicomago”, tarotista y confundador del Movimiento Pánico, vinculado con la patafísica, ha rodado filmes de alto voltaje místico. En La Montaña Sagrada (1973) contó con el asesoramiento del chamán boliviano Óscar Ichazo (1931-2020), creador de la Escuela Arica, que ofrece un “método contemporáneo” para alcanzar la iluminación.
Mensajes no tan subliminales. Bandas como Coven y Black Sabbath inauguraron a finales de los sesenta la corriente del Occult Rock, de letras con mensajes ocultistas. Este siglo la tendencia ha vuelto con grupos como Lucifer, Orchid y, en España, Pylar. Futuro Terror, formación punk, cultiva en sus canciones el misterio y la ufología.
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