Borrar la historia para volver a escribirla
El artista Fernando Sánchez Castillo reúne varios de sus trabajos en ‘Ex Positio’, en Albarrán Bourdais, para subvertir la narración de algunos sucesos recientes
Como un montón de tramas que se cruzan y se superponen, los sucesos históricos van tejiendo una realidad inconclusa que solo la distancia del paso del tiempo permite vislumbrar en toda su magnitud. De ese mismo modo, a base de hilos entrelazados, se urdió la alfombra blanca y negra que cubre la segunda planta de la galería madrileña Albarrán Bourdais, una de las obras políticas y subversivas de la muestra Ex Positio, un conjunto de varios de los proyectos recientes del artista Fernando Sánchez Castillo (Madrid, 51 años). Durante seis meses, un artesano zapoteco se instaló en la sala Siqueiros de la Ciudad de México, donde el autor español albergaba una muestra, y día a día fue completando un diseño que solo ahora, una vez finalizado, puede reconocerse como un croquis de la operación militar que desembocó en lo que hoy se conoce como la Matanza de Tlatelolco, una noche sangrienta en la que una protesta estudiantil contra la celebración de los Juegos Olímpicos en 1968 amaneció con decenas de muertos y desaparecidos.
De aquel evento, las aristas siguen sin percibirse nítidas. Para Sánchez Castillo, se trata del “último intento de revolución de la sociedad civil después del Che, y el fin de la posibilidad de cambio en América Latina”. El croquis reconvertido en alfombra, una alfombra de factura latinoamericana que pisan pies europeos es, de hecho, un documento desconocido y largo tiempo desaparecido, apenas un destello visible en el documental El grito, México 1968, una película de la época sobre el movimiento estudiantil. Como toda la simbología que compone y da significado a la obra de este artista, se trata de un objeto polisémico, de una ambigüedad manifiesta, sujeta a numerosos puntos de vista. Pasando los símbolos por el tamiz del arte, el madrileño, también historiador, crea una amalgama de referencias y lecturas que confrontan al espectador ante un hecho histórico que vuelve a escribirse ante sus ojos, remitiéndole una invitación a repensar el pasado con la intención de imaginar un nuevo futuro.
De ahí viene el título de la muestra, Ex Positio, que el artista explica como una interpretación de la idea de exponerse, “de mostrar el cuerpo, mostrarse ante un poder superior”. Tras haberse reapropiado a lo largo de su carrera de símbolos políticos como el Azor, el yate de Francisco Franco que el artista reconvirtió en pieza de museo (Síndrome de Guernica), o el hombre del tanque de Tiananmen, reconvertido en un moderno David con las mismas medidas que el de Miguel Ángel (Tank Man), Sánchez Castillo ha construido esta muestra a través de tres trabajos que se relacionan entre sí: el que gira en torno a los sucesos de Tlatelolco, que también incluye un vídeo grabado en esa ciudad sacrificial fundada por los aztecas, otro que despliega máscaras usadas por manifestantes anónimos en protestas contemporáneas y un tercero sobre los grafitis en época posfranquista y las correspondientes tachaduras que los emborronaban. Como portantes de formas, las palabras se erigen también en símbolos del imaginario de Sánchez Castillo. “La palabra hay que verla, es importante la caligrafía”, explica. “No se trata solo de lo que escribimos, sino de cómo lo escribimos”.
En los años setenta, existían hasta ocho fuerzas -desde los comunistas y los ácratas hasta la iglesia y la Falange-, que se dedicaban a expresar sus distintos puntos de vista por medio de pintadas en las paredes del país. Como desarrolla el autor Pedro Sempere en su libro Los muros del posfranquismo, la oposición se dedicaba a suprimirlos con la misma diversidad de tachaduras: cruces los católicos, aspas los falangistas… “De pequeño yo veía esas pintadas al ir al cole, y a veces estas habían desaparecido al volver a casa”, recuerda el artista. “Es algo que me interesaba mucho, porque están a caballo entre la pintura y la escritura”. Aquellos grafitis, que inspiraron a artistas inmediatamente posteriores como Muelle y el resto de “flecheros” (porque firmaban con una flecha), han entrado en Ex Positio como un recuerdo y una reflexión sobre las muchas visiones que poblaron la España de la posdictadura. “España es singular en ese sentido, porque por ejemplo, en Francia todo el mundo estaba de acuerdo con lo que decían los grafitis, y era el Estado el que los borraba”, señala el artista, que subraya el intrigante parecido entre los palimpsestos de las calles españolas y obras de los informalistas como Tapiès.
De aquel tiempo, el particular repaso histórico artístico de Sánchez Castillo salta hasta la actualidad. “Ahora la gente protesta por Internet”, asegura el creador, que ha escogido las máscaras de varios ídolos virtuales de diferentes protestas de varias partes del mundo -Tortilla Man de México, las Pussy Riot de Rusia, el Mickey Mouse de Venezuela…- como modelos. A partir de esas máscaras virales, él ha dado forma a esculturas de bronce que ha colocado sobre peanas, una transposición de la contemporaneidad digital a las reglas del viejo arte analógico del poder. “Esas máscaras son signos del fracaso de la revolución, y de cómo la creatividad es la herramienta de la revolución”, abunda el artista, que resume que “las protestas son lo que nos queda, porque querer cambiar las cosas es inherente al ser humano”.
Que una revisión radical de los hechos históricos como la suya encuentre acomodo en un espacio como una galería de arte en uno de los barrios más pudientes de Madrid no resulta para él una contradicción, sino una invitación a la reflexión sobre el reparto de papeles entre las esferas privada y pública. “El coleccionismo también tiene una labor de disidencia frente al Estado”, apunta Sánchez Castillo, él mismo también coleccionista. “La desconfianza en el Estado puede llevar a la construcción de Estados mentales paralelos”. En un periodo de revisión del arte público, con las cabezas de las estatuas de personajes controvertidos rodando por ciudades de todo el mundo, el artista aboga por escuchar el clamor de los ciudadanos “cuando el arte les resulta ofensivo en el espacio público”. También, a una reflexión sobre la pertinencia de ciertos homenajes institucionales. ¿Por ejemplo? La llama eterna que se ha colocado en Madrid frente a la Puerta de Alcalá en recuerdo de las víctimas de la covid, un virus surgido en gran medida por culpa del cambio climático. “Y sin embargo, se pone una llama de gasoil, sin catalizador, que contribuye aún más al cambio climático”, protesta el artista. “Es algo por lo que no ha habido quejas, pero ¿qué canales tiene el ciudadano para decir que esto es erróneo?”.
Ex Positio, de Fernando Sánchez Castillo, hasta el 20 de noviembre en Albarrán Bourdais (Madrid).
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