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Mujeres en llamas

Los estrenos de ‘The World to Come’ y ‘Ammonite’ insisten en el interés actual por las historias lésbicas ambientadas en tiempos remotos

Katherine Waterston y Vanessa Kirby, protagonistas de 'The World to Come'.
Katherine Waterston y Vanessa Kirby, protagonistas de 'The World to Come'.Bleecker Street (Bleecker Street)
Álex Vicente

Empieza a haber tantos que, pasada la euforia que provocó su aparición, cuesta no desconfiar de las razones que explican su abundancia. Desde hace un lustro, un subgénero tan inesperado como el drama lésbico de época invade nuestras pantallas. Dos películas se acaban de sumar a la lista: The World to Come, wéstern sobre el amor secreto entre dos granjeras del siglo XIX que se estrenó ayer en streaming, y Ammonite, el romance prohibido entre una paleontóloga y una dama de la alta sociedad en la Inglaterra de 1840, disponible en VOD desde hace algunas semanas. Al margen de su ambientación histórica y de la homosexualidad de sus protagonistas, las dos tienen en común que no son productos de nicho. La primera llega impulsada por Sony, que tras presentarla en la Mostra de Venecia trató de convertirla (sin éxito) en un vehículo oscarizable. La segunda, protagonizada por dos estrellas como Kate Winslet y Saoirse Ronan, tampoco tiene vocación minoritaria.

Ambas llegan tras una tanda de títulos parecidos que, en algunos casos, aunaron buenas críticas, relevancia cultural y una recaudación aceptable, entre los que estaban Retrato de una mujer en llamas, de Céline Sciamma; La favorita, de Yorgos Lanthimos; el biopic de la escritora francesa Colette, con Keira Knightley; la serie Gentleman Jack, inspirada en la vida de Anne Lister, terrateniente británica considerada hoy “la primera lesbiana moderna”, o incluso Elisa y Marcela, de Isabel Coixet, de la que Netflix, oliéndose el interés que asomaba por este tipo de historias, compró los derechos mundiales. Pero la primera de todas fue Carol, la adaptación que hizo Todd Haynes del libro El precio de la sal, de Patricia Highsmith, que se convirtió en objeto de culto, multiplicó su presupuesto por cuatro en la taquilla y logró seis nominaciones al Oscar (que detrás estuviera Harvey Weinstein es la única parte incómoda de la historia). Lo lésbico ya no espantaba al gran público. Ahora ya ni siquiera le incomodaba.

El cine de inclinación hollywoodiense siempre es una suma de cantidades conocidas, de éxitos pasados que los departamentos de marketing armonizan de formas ligeramente distintas, lo que puede explicar esta sobreabundancia de historias sáficas situadas en un pasado lejano. El oportunismo de la operación es evidente en un tiempo en el que el espacio mainstream —por lo menos, el del mundo anglófono— ya no puede permitirse quedar al margen de la cultura woke y de las políticas de la identidad. Como sucede a menudo en la cultura estadounidense, las leyes del mercado abren nuevos espacios de representación, lo que tiene unos efectos políticos innegables. Aun así, el uso de la misma receta hasta la saciedad puede grabar en mármol estereotipos contraproducentes. Esta retahíla de películas confirma una inercia a relacionar lo lésbico con lo trágico, una insistente preferencia por los periodos históricos donde lo homoerótico fue un tabú social mayúsculo —por encima de otros en los que fue aceptado con mayor tolerancia, del Renacimiento inglés al Berlín de los años veinte— y una alergia tenaz a explorar sus atributos en el mundo contemporáneo y no solo en un tiempo remoto.

Pese a las diferencias, su dramaturgia es similar en casi todos los casos. Dos mujeres opuestas experimentan una conexión inesperada que no logran evitar por mucho que lo intenten, en una visión moderna y extemporánea del sentimiento amoroso que logra vencer obstáculos tan fuertes como el determinismo social. Una de las dos siempre sufre una desdicha: Carol pierde la custodia de su hija; Héloïse, la protagonista de Retrato de una mujer en llamas, debe casarse con un desconocido tras el suicidio de su hermana; Charlotte, en Ammonite, tiene un aborto natural, y Abigail, en The World to Come, pierde a su hija por la difteria. El programa Saturday Night Live emitió en abril un sketch que se volvió viral, Lesbian Period Drama (drama lésbico de época), falso tráiler de una película que se reía de todos esos tropos: “largos paseos por acantilados”, “12 frases de diálogo en más de dos horas de metraje”, “una tensión insoportable que termina con una escena de sexo tan gráfica que dirás: ‘De acuerdo, un hombre ha dirigido esto”.

Kate Winslet y Saoirse Ronan, en 'Ammonite'.
Kate Winslet y Saoirse Ronan, en 'Ammonite'.AMMONITE

La burla parece ir dirigida a Abdellatif Kechiche y La vida de Adèle, con aquel tórrido plano secuencia que tantas críticas levantó sobre la noción de male gaze, teorizada por la historiadora del cine Laura Mulvey. Pese a todo, estas películas de nueva generación también despiertan otra cuestión crucial en la cultura contemporánea: la de la legitimidad. ¿Resulta la mirada de Mona Fastvold, la directora heterosexual de The World to Come, más pertinente cuando hace pronunciar diálogos tópicos a sus protagonistas? ¿Lo es la de un director homosexual como Francis Lee, que en Ammonite se atreve a formular la metáfora visual de una crisálida que se asfixia bajo un vaso? ¿Lo son las de directoras lesbianas como Lisa Cholodenko (Los chicos están bien) o Clea DuVall (La estación de la felicidad) cuando proponen ficciones casi platónicas sobre la homosexualidad femenina? ¿Lo será Paul Verhoeven en Benedetta, sobre una monja mística y lesbiana en la Italia de la Contrarreforma, que presentará en el Festival de Cannes? ¿Lo fueron sus thrillers lésbicos noventeros, un subgénero denostado pero resucitado ahora por I Care a Lot o, según ciertas lecturas, Una joven prometedora?

Sin atreverse a formular happy ends tramposos —el amor nunca ganaba en esos tiempos, como tampoco en el nuestro—, The World to Come y Ammonite apuestan por desenlaces que recuerdan al de Retrato de una mujer en llamas. En ella, Céline Sciamma insinuaba que el amor que describía, imposible en términos de materialismo histórico, tenía secuelas en la subjetividad de sus protagonistas, capaces de usar sus imaginaciones para mantener vivo un vínculo socialmente inadmisible. Estas dos nuevas películas prolongan esa idea, ya sea haciéndola dormir en camas separadas o incluso tendiendo puentes con el otro barrio. Lo más interesante podría estar en esos finales.

‘The World to Come’. Mona Fastvold. Disponible en Movistar, Google Play y Apple TV.

‘Ammonite’. Francis Lee. Disponible en Movistar, Rakuten TV, Google Play y Apple TV.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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