Carta al padre colonialista
Consagrado como uno de los grandes títulos de la literatura portuguesa reciente, ‘Cuaderno de memorias coloniales’ es un emocionante ajuste de cuentas familiar y nacional
Que la guerra colonial ocupa en el imaginario portugués un espacio simbólico parecido al que desempeña la Guerra Civil en el caso español es algo que saben todos los lectores atentos a la literatura lusa contemporánea. La guerra de ultramar y la realidad colonial, especialmente visibles en los casos de Angola y Mozambique, se han convertido en uno de los temas más presentes en las letras del último medio siglo en el país vecino, con aproximaciones diversas que van desde António Lobo Antunes (de En el culo del mundo a Comisión de las Lágrimas) o Lídia Jorge (de La costa de los murmullos a Los tiempos del esplendor) hasta Dulce Maria Cardoso (El retorno) o Isabela Figueiredo. En el caso de la autora de Cuaderno de memorias coloniales, su irrupción en el campo de la conocida como literatura poscolonial agitó con fuerza las aguas y provocó la polémica y el elogio generalizado de la crítica, que llegó a consagrar el libro como uno de los mejores de las últimas décadas. El pensador José Gil, autor del fundamental Portugal hoy: el miedo de existir, se refirió al Cuaderno sin paños calientes: “Ningún otro libro ha restituido mejor que este la verdad desnuda y brutal del colonialismo portugués en Mozambique”. Precisamente esa “verdad desnuda y brutal” presente en el libro es la que levantó una polvareda en la sociedad portuguesa de 2009, año en que se publicó su versión original. El país se veía en su propio espejo histórico al tiempo que enfrentaba el inicio de una profunda crisis económica, y el resultado era un retrato, como el libro de Figueiredo, en el que se daban cita algunos de los fantasmas imprescindibles del devenir lusitano.
Uno de los logros principales de este Cuaderno de memorias coloniales, traducido con elegancia por Antonio Jiménez Morato, es la creación de la voz que narra la historia, identificada con la propia autora. Estamos ante un libro que navega entre géneros, una especie de novela autobiográfica con mucho de libro de memorias, pero que no renuncia a la ficción para “contar la verdad”, como escribe Figueiredo en las ‘Palabras previas’ de la obra. Esa verdad nos lleva a adentrarnos en la visión infantil de un mundo que se desmorona alrededor de la narradora tras su regreso a Portugal como retornada, después del 25 de abril de 1974, una vez superada la experiencia africana. Cuaderno de memorias coloniales es un maravilloso ejercicio de introspección, con una mirada intimista capaz de diseccionar la realidad con trazos de lirismo y dramatismo. Y es, sobre todo, una carta al padre, verdadero protagonista del relato, que se transforma en un viaje a través de la memoria infantil, a sabiendas de que es “más fácil construir lo que aceptamos recordar”. Así, el lector asiste a la narración de un amor filial turbulento, pero también indestructible, entre dos personajes confrontados: padre e hija, símbolos de dos mundos en explosión, el viejo y el nuevo, el colonial y el poscolonial.
Con estos ingredientes, el libro se transforma en una reflexión sobre el amor y el odio a un mismo padre, en un ajuste de cuentas a un hombre y a una sociedad abonados al racismo paternalista, en el que la narradora siente que traiciona su memoria y a sí misma; y es, también, al mismo tiempo, una meditación despojada de prejuicios sobre la identidad portuguesa, sobre el desenterramiento de un tabú aún vivo en nuestras sociedades. Una catarsis imprescindible.
'Cuaderno de memorias coloniales'
Traducción de Antonio Jiménez Morato.
Libros del Asteroide, 2021.
208 páginas. 19 euros
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