La utopía de la imperfección
La portuguesa Lídia Jorge publica ‘Los tiempos del esplendor’
En las madrugadas, Lídia Jorge se despierta fanfarrona y mira lo que ha escrito con ojos de madre: este hijo mío ha quedado muy pero que muy bien, se dice. A medida que avanza el día, los desvelos optimistas se van apagando y dejan paso a un juicio que martillea: hay que reescribir. De esta forma, sosegada y crítica, llegan ahora nueve cuentos de la escritora portuguesa (Boliqueime, 1946). Traducidos al español por Martín López Vega para la editorial La umbría y la solana, están agrupados bajo el título Los tiempos del esplendor. Late en ellos una de las obsesiones de la autora, la mirada blanca de la infancia, “cuando uno es sencillo, simple y descubre por primera vez el mundo y sus violencias, cuando la mirada inicial percibe que el amor es imperfecto”, dice. “Nacemos para el amor perfecto y no lo alcanzamos”.
Lídia Jorge llena de esperanza sus relatos, cruentos a veces, estremecedores, porque deja encendida una luz, la que un día puede alumbrar al ser humano, sacarle de las tinieblas. En medio de las distopías que alimentan ahora numerosas novelas, la portuguesa, reconocida con los grandes premios de su país y las más altas distinciones francesas, prefiere seguir pensando en la utopía. “En la imperfección humana hay un final de salvación”, afirma. De este modo, sus asesinos pueden esconder la clave del progreso, por ejemplo, o una niña impertinente librar de fantasmas las mentes de sus compañeros.
La cercanía nutre los relatos de Lídia Jorge; nacen de recuerdos, de experiencias, de anécdotas compartidas, la realidad está presente en todos ellos; no son autobiográficos pero sí tienen una base cierta. Y una chispa inquietante que mantiene al lector siempre al acecho: hay algo en el pasado de los personajes que apenas se vislumbra y los finales no cierran el misterio. “¿Qué sería la vida si no fuese por el estremecimiento del suspense?”, se pregunta justamente en su Nuevo mundo.
Rosa Montero, reciente premio Nacional de las Letras, llevaba desde 2004 sin presentar un libro, pero el pasado jueves rompió esa tradición para dar a conocer a “una grande entre los grandes”, cuyas lecturas han acompañado a la autora española mucho antes de que surgiera una amistad entre ambas. De Lídia Jorge hay varios libros traducidos al español como El jardín sin límites (2001) o La costa de los murmullos (1990), ambientado en el pasado colonial portugués, que la autora conoce de primera mano por su actividad docente desempeñada durante cuatro años en Angola y Mozambique.
El aroma africano no se desprende de la literatura portuguesa. Impregna la generación literaria de esta autora, “pero también la obra de escritores más jóvenes”, asegura Jorge. La convivencia con los africanos y el horror de aquellas guerras de independencia, de la década de los sesenta hasta la caída del régimen salazarista en 1974, que dejaron miles de muertos, guarda una presencia constante en los textos portugueses. “Los alemanes tienen su obsesión en el Holocausto, los españoles en la Guerra Civil y los británicos en su periodo victoriano”, añade Jorge. Y cada uno de estos escenarios tiene su atmósfera. La africana es un paisaje de niños sin zapatos caminando hasta la escuela o una monja risueña que traslada a un equipo de fútbol en su coche destartalado o unos niños corriendo en la arena de la playa con el ruido de fondo de los fusiles libertadores.
En primera persona, con ese punto de vista “del oído que escucha el mundo, el rumor de los otros”, van desfilando estos nueve cuentos. En ellos está el pequeño detalle que encierra todo un universo, la frase desnuda de adjetivos que se acerca a la verdad poética y la luz de la esperanza al final de cada hombre y de cada mujer: “Uno puede estar delante de la humanidad entera y estar solo; o tener un vecino y con él la posibilidad de mejorar lo próximo; pienso en T. S. Eliot: cuando el mundo esté destruido cada uno puede hacer lo mejor posible alrededor de sí mismo. Esa es mi utopía”.
La escritora de la ética y de los niños
A Lídia Jorge hay quien la llama escritora ética y es posible que lo sea, aunque no es eso lo que se propone, según dice. Se limita a poner al ser humano en el espacio de sus páginas, a veces en estado puro, durante su infancia; y así los va madurando, situándoles frente a las tragedias de la vida. En este escenario, es destacable el papel que otorga a la educación, a la formación de los niños para construir adultos que puedan llamarse con dignidad seres humanos.
"Solo así, situando a los niños entre los grandes espacios y los seres pequeños, sabrán decir quiénes son cuando les toque a ellos mismos construir el futuro del mundo", subraya su su relato Imitación del éxodo.
Babelia
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