El diario inédito de Juan Marsé
‘Notas para unas memorias que nunca escribiré’ llega este jueves a las librerías, en una edición supervisada por el autor y acompañada de sus ‘collages’. ‘Babelia’ adelanta varias entradas del libro
Nueve meses antes de morir, Juan Marsé entregó a María Fasce, directora editorial de Lumen, el diario que había llevado durante el año 2004, acompañado de unas libretas llenas de anotaciones y ‘collages’ que abarcan los años entre 2006 y 2019. El conjunto se publica este jueves 11 bajo el título general de ‘Notas para unas memorias que nunca escribiré’, elegido por el propio autor durante el proceso de edición a cargo de Ignacio Echevarría, que firma también el prólogo. Ese Marsé de 71 años, apunta Echevarría, pretende “retener siquiera los flecos de una experiencia que se escurre de forma acelerada […]: servirse de la escritura para engendrar esa experiencia, para revelarla, sacarla a la luz”. El tono de las entradas es tan variado como lo que traen los días: incluyen impresiones amables o broncas sobre amigos y colegas, algunos esbozos sobre la vida familiar, reflexiones sobre la situación política —fue el año del 11-M— y también, recurrentemente, irrupciones del pasado, en forma de recuerdos de la infancia o de imágenes cinematográficas con la misma carga de emoción fantasmagórica.
Cuando aún no se ha cumplido el primer aniversario de su muerte, este es el segundo libro que se publica de Juan Marsé, después de su ‘Viaje al sur’, escrito en 1962 pero inédito hasta el pasado septiembre. Lo que sigue es un extracto de sus páginas. Las dos primeras, en exclusiva para ‘Babelia’.
Domingo, 18 de enero
El constipado ya es total. Bajó la temperatura, el frío es intenso en la calle cuando voy por los periódicos, donde me hacen firmar un ejemplar de Rabos de lagartija.
Compro churros, y, después del desayuno, trabajo en el guion. Ahí todo el día...
Me gustaría saber de memoria Singin’ in the Rain, la cantaría en voz alta, a ver si así me animaba.
Veo Notorious de Hitchcock en la televisión. Ingrid Bergman espléndida; Cary Grant, ingrato papel. No me pasa nada especial ni singular, nada importante, así que me pregunto una vez más qué interés pueden tener estas anotaciones para un hipotético lector.
Jueves, 11 de marzo
A las siete y media de la mañana estallan en Madrid diez bombas. Atentado criminal de ETA, según las primeras estimaciones del Gobierno. Imágenes horribles en la televisión, testimonios sangrantes. […] Al final ha venido mi nieto Guille y me ha salvado contándome que unos hombres malos habían puesto una bomba debajo de un tren y... —la versión de su señorita, en el colegio.
Las cosas que más me importan, el amor, la amistad, el sexo, la escritura, el paso del tiempo, siento a menudo que tienen los días contados. Pienso ahora que eran también las cosas más importantes para Jaime Gil, incluido el paso del tiempo y sus agravios. ¿Cómo preservar estos tesoros del moho del tiempo y de la vejez? Jaime estuvo interrogándose acerca de eso hasta el final.
Creo en lo que dijo Walter Benjamin: la narración siempre viene de lejos y aunque no sea verificable le concedemos crédito, mientras que la información —prensa, televisión, radio— viene de lo próximo y es verificable, y sin embargo muchas veces no es creíble. Por la noche, inoportunas, imprevisibles pulsiones eróticas. ¿No habíamos quedado en que estoy acabado y bien acabado para esos menesteres? ¿Por qué me siento despreciable, por qué me contradice la naturaleza? No quiero ya saber nada de todo eso. ¿Por qué persiste el deseo cuando la naturaleza ya está dictando sentencia?
POLVO DE ESTRELLAS
(el verdadero mundo en el que he vivido)
La pierna de madera de Herbert Marshall.
La vena hinchada en la frente de Charles Boyer.
La mano tonta de Eve Arden.
La dinamita facial de James Cagney.
El flequillo de Mickey Rooney.
Los ojos venéreos de Ella Raines.
Los hombros señoritingos de Robert Walker.
Los labios carnosos de Scarlett Johansson.
Los hoyuelos en las mejillas de Paulette Goddard.
El sombrero de Alan Ladd.
El cuello desnudo de Ava Gardner.
Los ojos huevones de Bette Davis.
La nariz de villano de Basil Rathbone.
El juego de cejas de Clark Gable.
El culo de Jennifer López.
Las ligas negras de Arletty.
La voz carrasposa de Pepe Isbert.
La sonrisa sifilítica de Errol Flynn.
La pelusilla de melocotón en las mejillas de Ingrid Bergman.
Los oscuros sobacos de Anna Magnani.
El hoyuelo en la barbilla de Kirk Douglas.
La narizota omnipresente de Karl Malden.
Los flancos de Gary Cooper.
El plátano en la bragueta de Luis Mariano.
La boca de pez de Edward G. Robinson.
El turbante blanco de María Montez.
El ombligo de Dorothy Lamour.
La mirada bizca de Miriam Hopkins.
La gabardina de Cantinflas.
Los senos discretos y el escalofrío pectoral de Greta Garbo.
La dentadura postiza de Walter Brennan.
La mano de Humphrey Bogart en el lóbulo de su oreja.
Los andares retardados de Henry Fonda.
La fulgurante aparición de Ava Gardner en Forajidos.
La deslumbrante aparición de Rita Hayworth en Gilda.
Jeanne Moreau restregándose a lo largo de blancas paredes interminables (La notte).
Las piernas de Cyd Charisse.
El capitán Bligh (Charles Laughton) en la cubierta de la Bounty.
Los andares de John Wayne.
La dulce sonrisa y el beso que Ava Gardner nos envía con la punta de los dedos al final de Show Boat.
El párpado indolente de Jean Gabin.
Los morritos de Gloria Grahame.
Acerca de los nacionalismos y los delirios identitarios que nos acosan, diré que yo me siento catalán a ratos, y a ratos español, pero la mayor parte del tiempo me siento sencillamente comarcal, concretamente de la comarca del Penedés, provincia de Tarragona, muy vitivinícola.
La música electrónica, llamada también música-disco, es una peste que envenena el aire. El poder de las multinacionales del disco pop es cada día más asfixiante, no hay más que ver los suplementos culturales de los periódicos: las páginas dedicadas a esa cháchara electrónica superan con mucho las dedicadas a la literatura o el arte. Y no hablemos de los espacios televisivos.
En cuanto a mí, creo haber hecho méritos suficientes para ser despreciado y ninguneado por unos y otros. Es mi motivo de orgullo.
Viernes, 9 de abril
Nublado. No salgo con Simón, hoy no hay prensa. Bien que lo siento por Simón, pero prefiero ponerme a trabajar enseguida, a ver si le doy un buen tirón al guion-novela.
Nada o casi nada que consignar. Joaquina vuelve del campo con un manojo de espárragos silvestres y hace una tortilla maravillosa. Es una mujer curiosa, nunca dejará de sorprenderme: sabe cocinar cosas buenas, pero no sabe organizar una comida. Sabe manejar el volante de un coche, pero no sabe circular. Sabe hacer una buena tortilla de patatas pero no sabe poner la mesa.
Veo en televisión Los violentos años veinte, película de Raoul Walsh de 1939. Obra maestra, sin alharacas, sin pretensiones. Nadie sabía caer herido de bala como James Cagney.
Sábado, 10 de abril
He soñado que nadaba en un lago, nadaba sosegado, interminablemente. Nadar así es un sueño feliz que me acompaña desde la infancia. Nadar y nadar y nadar. Nadar y nada más. Vivir para nadar. Día soleado. Llama Berta para recordarme que mañana es el cumpleaños de Joaquina. No sabe si podrán venir, porque Guille tiene varicela. Veo la Copa Davis (dobles, que interrumpe la lluvia, en Palma) en la tele.
Domingo, 11 de abril
Cumpleaños de Joaquina. Guille le regala a su abuela un canario llamado Flash.
Vienen Berta, Gastón y Guille para comer juntos y celebrar el cumple de Joaquina. Guille con varicela, pero se encuentra muy bien.
Viene a tomar unos vinos el amigo zaragozano Patxo, que estaba algo enfadado conmigo a raíz de una discusión sobre política, el verano pasado. Todo arreglado. Le hablo de mi viaje a Berlín, ciudad que él conoce bien. Patxo bastante sordo, pero afable como siempre, bromista, resignado a las frivolidades de su hijastra Virginia (diecinueve años) que gusta, dice, de pasearse por casa con los pechos al aire... Esta juventud de hoy que no respeta a un anciano como yo, se queja.
Viene también Joan de Sagarra con María Jesús, para ajustar detalles de su entrevista para La Vanguardia.
Cena y despedida de Berta, Gastón y Guille, después de la visita de Teresita Porquet.
Lunes, 12 de abril
Lunes de Pascua. Sigue el buen tiempo. Trabajo con el saxo de Ben Webster, pero antes me regalo Crazy World en la voz de Julie Andrews. Me he cansado de repetirlo: yo le debo a Henry Mancini —como a Cole Porter— muchos momentos de felicidad, esos pasajes de la vida que llamamos intrascendentes.
No aparece Teresita, ni llama siquiera. En tal día como hoy, en L’Arboç, durante mi infancia, íbamos a comer la «Mona» en el Pont de Ferro; entre los pinos humeaban las paellas y se cantaba, y los chavales correteábamos a orillas del riachuelo. Cuando era un río, siendo yo muy niño, casi nos ahogamos en él la pandilla del pueblo que fuimos a coger ranas: una avenida de aguas repentina nos pilló sobre unas rocas, yo perdí los zapatos, mi abuela Consol quería matarme cuando llegué a casa descalzo.
Martes, 13 de abril
El cielo más despejado y más azul que ningún otro día. Salgo a caminar con Simón y a la vuelta trabajo un rato. Luego empiezo a recoger todo, porque después de comer regresamos a Barcelona.
Aquí en Calafell he trabajado menos de lo que me había propuesto; ha hecho demasiado buen tiempo.
Teresita dijo que vendría, pero ni ayer ni hoy. Es un caso. Pero se hace querer. Ahora que lo pienso, ni Rotés ni Yvonne han aparecido por Calafell estos días. También dijo que vendría Jaime Camino, y no.
Regreso a Barcelona a las cuatro y media, con la mecedora de la abuela Consol para repararle el culo de rejilla. Cuántos recuerdos esta mecedora. Nos llevamos también a Flash, el canario regalo de Guille.
Miércoles, 14 de abril
Hoy he trabajado hasta la llegada de Guille, que sigue sin ir al colegio por causa de la varicela —va como una moto. Hemos jugado a la pelota en la terraza. Gastón ha venido a buscarle para comer en casa. Sacha ha comido con nosotros. No le veo más animado, aunque él hace como que no pasa nada.
Tengo demasiados libros en espera de ser leídos. Fonseca, Joseph Roth, Philip Roth, Coetzee, Mutis, Barnes...
¿Y cuándo iré a nadar? Tengo que coger el hábito, dejarme llevar por la costumbre. Una pereza enorme —otra—, pero hoy he pedido hora para la visita de costumbre al cardiólogo. Rutina, eso es lo que necesito, rutina para lo que no me gusta.
Rosa Mora me envía por fax su cuestionario. Trabajo extra para mañana —además de la entrevista con los franceses de Perpiñán, para la revista Le Matricule des Anges.
Jueves, 15 de abril
El bar La Crema lleva tres días cerrado. No sé qué puede pasar. No veo a Óscar hace tiempo, supongo que tiene mucho trabajo.
Trabajo hasta las once, viene el periodista francés de Montpellier (no de Perpiñán, como escribí ayer). Viene de parte de Christian Bourgois, y con un catalán que hace de intérprete —y lo hace muy bien— cuando yo hablo español, porque así me expreso mejor. Me trae ejemplares de la revista que publica en Montpellier. La entrevista es exhaustiva: tres horas largas. Les presto fotos mías de París año 1960.
Después de comer vienen Berta y Guille, este con ganas de dibujar —no hace falta decir a quién. Después de que se ha ido Guille puedo trabajar un poco. Debería enfadarme conmigo mismo por esa indolencia, por dejar que mi nieto me ocupe tantas horas. Pero me gusta estar con él, me divierte y me descansa. Sé que debería trabajar más, pero en fin bueno; y además qué importa, que el arte es largo y la vida es corta...
Viernes, 16 de abril
Bajo una lluvia intensa y con fuerte viento voy por los periódicos y el pan. La Crema está abierta y el gallego, José, en el umbral: todo el bar bajo una blanca capa de polvo, que se filtró por la puerta; en la fachada del edificio, que la están remozando, trabajan obreros que —según José— no saben hacer su trabajo. Me despido y sigo mi camino contra el viento, que casi vuelve del revés mi paraguas. Agua en los zapatos.
Comida con Gloria Gutiérrez, Carina Pons y José María Ridao en el restaurante italiano Melton, Muntaner 189. Muy bien. Ridao es todo un personaje; inteligente, divertido, muy bien informado (dice que Aznar se ha puesto en manos de un psiquiatra, lo sabe de buena tinta). Y un poco cotilla, como a mí me gusta. Los socialistas recién llegados al poder le han ofrecido la dirección de los institutos Cervantes, y la ha rechazado. Seguramente aceptará un puesto en la Unesco.
Al regreso Guille está en casa, con la abuela. Adivina qué vas a tener que dibujar, abuelito.
Noche. Una peli (muda) de mi querida Paulette Goddard.
Sábado, 17 de abril
Trabajo por la mañana (el cuestionario de Rosa Mora para EL PAÍS) y por la tarde un whisky, en el bar-piano del hotel Majestic, con Joan de Sagarra y Javier Coma, y al final con María Jesús. Encuentro a Coma desanimado. Sagarra como siempre; a ratos impertinente, a ratos entrañable. Jodido de la pierna.
Pronto a casa con un libro sobre Joseph Roth, regalo de Sagarra.
Domingo, 18 de abril
Buen día. Leo la prensa y a trabajar. Termino las respuestas al cuestionario de Rosa Mora y se lo envío por fax. Llama Quim Roca: vendrá mañana lunes a comer. A ver si puedo trabajar en el guion-novela antes de que llegue. Pasan Rotés y Rosa, van a comer con Gabriel Jackson aquí en Can Soteras del paseo de Sant Joan.
El paso del tiempo. Siento a veces bullir en mi interior aquel pensamiento de Gramsci: cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. El inexorable paso del tiempo.
Me espera una semana de bastante actividad. Sin noticias hoy de Guille, ni de Jan ni de Nadia.
Lunes, 19 de abril
Algunos escritores han convertido a Kafka en un escritor para escritores. Estos escritores gustan de bucear en la pringue de la literatura.
Notas para unas memorias que nunca escribiré
Editorial: Lumen, 2021.
Formato: Cartoné, 448 páginas. 22,90 euros.
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