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Los fantasmas londinenses de Sergio Larrain

Se reedita la serie que el fotógrafo chileno dedicó en los cincuenta a la capital británica, que pasó inadvertida en su día. En ella se percibe el singular universo de una de las grandes figuras de la imagen latinoamericana

Fotografía incluida en 'Londres. 1959'.
Fotografía incluida en 'Londres. 1959'.Sergio Larrain (Magnum Photos)

Poco se sabe de la estancia en Londres de Sergio Larrain (Santiago de Chile, 1931 - Ovalle, 2012). De aquellos días del final del otoño de 1958 y principios del 1959, cuando de un sitio a otro, por donde le iba tincando, se abría paso entre la niebla para observar la ciudad con la limpia mirada de un forastero. No obstante, lo inexplorado fue siempre el alimento de su mirada: “Salirse del mundo conocido, entrar en lo nunca visto”, recomendaba.

Se sabe que llegó a Londres con una beca del British Council, con el fin de llevar a cabo un proyecto fotográfico sobre la ciudad. También que durante una de aquellas frías jornadas conoció al fotógrafo británico David Hurn. Se encontraban en Trafalgar Square. “Usted debe ser un buen fotógrafo”, le comentó el chileno al británico, insinuando que cuando uno observa a la gente que es buena en lo que hace, no pasa desapercibida su extraordinaria capacidad de concentración. De ahí brotó una buena amistad. Más tarde, ambos pasarían a formar parte de la agencia Magnum. Parece que fue aquel día el mismo en que Larrain tomó una de sus imágenes más poderosas, donde una bandada de palomas sobrevuela la desdibujada silueta de una mujer, encaramada en la pata de uno los cuatro leones de hierro que engrandecen la plaza. El fotógrafo ha hecho desaparecer toda referencia que incite a identificar el lugar. Una escena aparentemente cotidiana se trasforma en un sublime acto poético. ”De forma constante producía imágenes que parecían expresar lo inexpresable”, recuerda Hurn. Su imaginación alcanzaba cotas que excedían el tema de la fotografía; volaba mucho más allá del marco.

Fotografía incluida en 'Londres. 1959'.

Fotogalería

Sergio Larrain: la fotografía como un instante de revelación

“La fotografía de Larrain se encuentra muy cercana a la poesía”, destaca Agnès Sire, directora artística de la Fundación Cartier-Bresson. “Tenía un ojo muy afilado, una manera muy característica de enmarcar el mundo. En sus imágenes siempre hay algo que está ocurriendo fuera de la imagen, algo que uno no alcanza a ver. No es un clásico, su mirada es muy personal”. Sire es también la comisaria de Londres, una exposición organizada por la fundación, que debido a la crisis sanitaria ha tenido que cerrar sus puertas. La muestra fue concebida junto con un exquisito monográfico, Londres. 1959, publicado por Atelier EXB. “Un libro que sucede a un primero (publicado por Éditions Hazan en 1998), que actuó en cierta forma como un ‘borrador’ antes de que Sergio Larrain le hiciera algunos retoques. Efectivamente, nosotros le habríamos sugerido añadir muchas fotos olvidadas que él había descartado”, apunta la comisaria.

La difusión de la obra del enigmático fotógrafo, activo profesionalmente durante poco más de una década, debe mucho a Sire, quien siendo directora artística de Magnum encontró en las estanterías de la agencia varias cajas llenas de imágenes del autor. “Eran fotografías muy bellas, muy bien editadas. De inmediato desataron en mí mucho interés”, recuerda la curadora. “Larrain era entonces un eremita que vivía en las montañas de Tulahuén, dedicado al yoga y a la meditación. “No tenía mucho interés en la publicación y difusión de su obra, pero conseguí establecer una correspondencia con él”. Las cartas tardaban un mes en llegar, pero de ahí surgió un pequeño libro, la primera edición de Valparaíso (1991). Pablo Neruda se encargará del prólogo. Obtuvo una gran acogida. En el 2019 Atelier EXB publicó una especie de facsímil, que incluye notas manuscritas, cartas y dibujos. “Larrain siempre se mantuvo abierto a mis sugerencias y estudiaba a fondo la selección que le hacía llegar. Sin embargo, no le interesaba en absoluto convertirse en un fotógrafo famoso. El éxito nunca le importó”, asegura Sire. “En 2002 le propuse preparar un nuevo libro y una gran retrospectiva de su obra. Me dijo que no. ‘Hazlo cuando me muera’, me pidió. Murió en 2012, en paz en el pequeño pueblo de Ovalle. Fue entonces cuando se organizó la retrospectiva en Los Encuentros de Arlés que ha itinerado por distintos lugares del mundo y pudimos continuar con los preparativos de nuevas publicaciones”.

El corpus fotográfico conformado durante su estancia en Londres supuso el primer trabajo importante del artista. “Seguía los pasos de Bill Brandt, que tanto apreciaba, aunque sus obras son muy dispares”, matiza Sire. La ciudad aparece envuelta en sombras. El fotógrafo se vuelve invisible en una densa atmósfera donde resuenan los sueños rotos y las contradicciones del fin de un vasto imperio. Uno no puede evitar establecer uno hilo con Robert Frank. “Frank hizo su serie sobre Londres en 1951, pero Larrain no la pudo ver, ya que por aquel entonces era inédita. Aún así, se le considerada el Frank chileno. El fotógrafo suizo también dibujaba y escribía poesía”, señala la comisaria. La obra de Brandt la conoció gracias a su padre, un conocido arquitecto muy interesado en el arte. Poseía una rica biblioteca donde el joven descubrió libros de fotografía poco conocidos en Chile entonces. A su llegada a la capital británica, el MoMA ya había adquirido cuatro de sus fotografías, y colaboraba con la revista brasileña O Cruzeiro. Gracias a este viaje pudo al fin satisfacer su deseo de conocer a Henri Cartier-Bresson, por quien sentía una enorme admiración. De Londres se desplazó unos días a París. Cuando el legendario fundador de Magnum vio las imágenes de los niños abandonados de Valparaíso le propuso entrar a formar parte de la cooperativa. En 1961 pasó a ser uno de sus miembros”.

Trabajó varios años como reportero hasta que cansado de viajar incesantemente, atraído por la mística, las drogas y la protección del planeta, se recluyó en Chile, en el pueblo de Ovalle y en las montañas de Tulahuén. Su figura se cubrió del aura enigmática que rodea a su obra. “Resulta gracioso que actuase justo de forma opuesta a lo que se podría esperar de cualquier joven que quisiese llegar a ser un gran fotógrafo”, comenta Sire. “Le ocurría un poco lo mismo a Cartier-Bresson, que decía que el fotoperiodismo realizado por encargo mataba el alma”.

Portada de 'Londres. 1959', de Sergio Larrain.
Portada de 'Londres. 1959', de Sergio Larrain.Atelier EXB

La ciudad está claramente presente en la serie, pero también el singular universo del fotógrafo encuentra allí. Le gusta disparar desde el suelo. Prescinde de lo obvio. Presta atención a los valores geométricos. Un banquero con un ojo tapado avanza por una acera. Su figura queda parcialmente cubierta por el bolso que sobresale de la negra silueta de una mujer. “Un fotoperiodista nunca haría eso. Uno de los principales caracteres está completamente escondido y aún así y la estructura de la imagen es muy poderosa. Uno puede sentir la atmósfera de la ciudad”, señala la comisaria. “Nadie mejor que él ha sido capaz de detener esos momentos no decisivos, esos destellos de un mundo ‘de fantasmas’ por fin materializado”.

Para Larrain la fotografía es un instante de revelación. “Ese instante en el que todo se detiene y las cosas y los hombres se asemejan”, escribe Roberto Bolaño en un texto titulado Los personajes fatales, que incluye el monográfico. “Rápido, ágil, joven e inerme, Larrain observa la ciudad que es un laberinto y al hacerlo también nos observa a nosotros, La mirada de Larrain: es un espejo arborescente”.

Londres. 1959. Éditions Xavier Barral. 176 páginas. 39 euros.

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