Nuestras reformas educativas ni se prueban antes de ponerlas en práctica, ni se analizan después sus efectos y contraindicaciones. Son vistosas pero no conducen a un mejor y más profundo aprendizaje
Derecha e izquierda han trasladado la candente cuestión educativa a toda clase de empresas de ‘coaching’ mercaderes de datos, chiringuitos de vendehúmos, entidades bancarias y novolátricos ideólogos
Se escribe mucho y malo sobre la salud mental del alumnado, no estaba de más mostrar la vulnerabilidad de los docentes
La única opción viable a medio plazo consistiría en crear escuelas autónomas, limpias de la disciplina burocratizada, en las que se confíe en el poder de la cultura y de la ciencia
El fraude ya no consiste en maquillar unas estadísticas de vergüenza, por ejemplo, que uno de cada cinco alumnos españoles no entiende lo que lee, sino cambiar la naturaleza y orientación de la escuela
La salida pasa por detectar los “buenos elementos” de que disponemos para construir nuevas pedagogías y didácticas más allá de la megalomanía y la tecnoutopía infantilista
Un amigo profesor me explica que un par de sus sesiones con un grupo fueron sustituidas por un taller de Minecraft monitorizado por personal externo
El centro docente que funciona, hoy día, según los parámetros oficiales y ortodoxos, es el que ha construido una buena web y aporta imágenes de entusiasmo, higiene y creatividad
Los profesores convivimos con el mundo real, no con la mística. La pedagogía buena es la que nos ayuda a acompañar al alumnado y a comprenderlo y hacerlo aprender
Hemos escuchado hasta la náusea que está todo en Internet, que los contenidos han de llegar en la universidad, que hay que gamificar las clases, etcétera
Todos los profesores han notado que a los estudiantes cada vez les resulta más difícil concentrarse
La situación extrema en la que ha tenido que sobrevivir el sistema educativo se va aclarando y debemos analizar qué ha ocurrido