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JAVIER MILEI
Columna
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Milei y un elogio de la traición

El presidente cuenta con pocos más recursos que la fuerza de su carisma para seducir a una amplia franja de argentinos

Carlos Pagni
Javier Milei
El mandatario argentino, Javier Milei.Juan Ignacio Roncoroni (EFE)

Hace ya 35 años Denis Jeambar e Yves Raucaute publicaron su provocativo Elogio de la traición. Allí afirmaban que una de las condiciones del éxito de un político era la flexibilidad que tuviera para modificar sus ideas y promesas con el fin de adaptarlas a las limitaciones de la realidad. El nuevo presidente argentino. Javier Milei, es un seguidor estricto de esos dos franceses aunque, es muy probable, jamás les haya leído.

La primera semana de Milei al frente del Estado ofrece infinidad de evidencias sobre su capacidad para modificar los postulados y promesas que sostuvieron su campaña electoral. Esa plasticidad es muy llamativa por tratarse de alguien que no sólo expresar sus criterio con mucha vehemencia, sino que además les concede una superioridad moral.

La necesidad de ajustar su plataforma conceptual con una seguidilla de “traiciones” obedece, entre otras razones, a un problema objetivo de Milei. Sus declaraciones más altisonantes, sus programas más audaces, se elaboraron con la hipótesis de que La Libertad Avanza, su partido, no tendría que hacerse cargo del Gobierno. Todo ese bagaje de ideas y proyectos respondían a la hipótesis de que la candidatura presidencial de Milei no superaría, en las elecciones primarias del 13 de agosto, más del 20% de los votos. Sin embargo, en esas primarias salió primero. La posibilidad de acceder al poder comenzó a volverse verosímil. Y el discurso proselitista debió moderarse a toda velocidad. Es posible que, si le hubieran dicho que le estaba esperando la jefatura del Estado, Milei habría realizado una campaña mucho más moderada. Pero también es posible que esa campaña no le habría dado la victoria.

La inauguración del mandato de Milei podría ser puesta bajo la consigna La Realidad Avanza. Uno de los dogmas del nuevo presidente fue siempre que cada vez que el Estado interviene en un mercado, la calidad de la economía empeora. Sin embargo, el flamante presidente designó como ministro de Economía a Luis Caputo. Fue uno de los titulares del Banco Central durante el período de Mauricio Macri. Debió abandonar ese cargo por una sugerencia del Fondo Monetario Internacional, que no autorizaba que Caputo fijase el precio del dólar a través de intervenciones financiadas con recursos de ese organismo multilateral.

Milei había prometido, mientras buscaba el voto, que cerraría el Banco Central. Según él, esa institución tiene un rol nefasto debido a que está sometida a los caprichos de los políticos, que le quitan independencia técnica. Sin embargo, instalado en la Presidencia, aquel candidato designó al frente del Banco Central a Santiago Bausili, que es el socio de Caputo en la consultora Anker Latinoamérica. La primera medida de Bausili fue fijar una nueva paridad entre el peso y el dólar, prometiendo mantenerla, aunque con una devaluación mensual del 2%.

Milei juró cientos de veces que antes de subir un impuesto se cortaría un brazo. Sin embargo, el plan fiscal que presentó el martes de la semana pasada el ministro Caputo está basado en una suba de la presión tributaria. No sólo se incrementa el impuesto a la compra de divisas. También subió la alícuota de las retenciones que se aplican a las exportaciones. El primer presidente liberal-libertario de la historia, como le gusta definirse a sí mismo, inauguró su reinado aumentando la carga tributaria del Estado sobre los contribuyentes.

Durante la campaña, el nuevo presidente había definido en reiteradas oportunidades a la justicia social como un delito a través del cual el Estado se apropia del fruto del trabajo de algunos ciudadanos para derramar recursos sobre otros que no trabajan. El ideólogo de esa supuesta perversidad era, para él, el papa Francisco, a quien condenó por avalar “gobiernos comunistas”. Sin embargo, ahora que se hizo cargo del gobierno, Milei designó al frente de la secretaría de Acción Social, encargada de cubrir las necesidades de los más vulnerables, a Pablo De la Torre, un funcionario muy cercano a la Iglesia. También de ese sector proviene Horacio Torrendell, el nuevo secretario de Educación. El Papa se comunicó con Milei a los pocos días de su triunfo electoral. Y la semana pasada, desde México, relativizó las contradicciones diciendo que es habitual que los políticos digan una cosa cuando deben conquistar el voto de la gente, y otra cuando gobiernan.

En el terreno internacional sucede algo parecido. El líder de la derecha argentina prometió negarse a tener contacto alguno con gobiernos comunistas que niegan la libertad de las personas. Pero la necesidad tiene cara de hereje. Milei recibió un Banco Central con reservas netas negativas por 10.000 millones de dólares. Una parte de las reservas que posee están cifradas en yuanes, porque corresponden a un préstamo de China, con cuyo Gobierno el presidente no pensaba relacionarse. Acicateado por la realidad, Milei escribió una carta a Xi Jinping solicitando que le permita hacer uso de esos yuanes.

Este homenaje al pragmatismo, este elogio de la traición, no debería ser condenado sino aplaudido. Revela que Milei tiene noción del límite político y que está dispuesto a negociar con ese límite. No es para menos. La historia lo colocó en una encrucijada muy exigente. Con una inflación mensual del 12,8%, sin reservas en el Banco Central, con la pobreza superando el 40% de la población, debe hacer un ajuste fiscal durísimo para reducir la emisión monetaria y frenar la inercia que conduce hacia la hiperinflación. Pero ese objetivo debe alcanzarlo casi sin recursos institucionales. El partido de Milei cuenta con 8 senadores sobre 72, y con 37 diputados sobre 257. Milei está condenado a renunciar a cualquier rigidez. Debe negociar con los gobernadores peronistas, que tienen gran influencia sobre el Congreso. Con los sindicalistas, cuyo humor es decisivo en un contexto de deterioro del salario por la inflación descontrolada. Con los movimientos sociales que organizan a los pobres, informales y desocupados.

Carente de instrumental político e institucional para llevar adelante la normalización a la que está obligado por una herencia económica desastrosa, Milei cuenta con pocos más recursos que la fuerza de su carisma para seducir a una amplia franja de argentinos. Confiado en sí mismo, como si los atributos del poder le hubieran sido dados por un mandato divino, camina a paso firme hacia el centro de un experimento misterioso. El de hacer que ese atractivo carismático no decaiga a pesar de haber inaugurado su Gobierno con un eslogan que es también una advertencia: no hay plata.

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