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UE Y MERCOSUR
Columna
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La máscara de Macron

Como en el caso del presidente francés, las resistencias de Alberto Fernández parecen coartadas. Él no quiere abandonar la Presidencia, la semana que viene, abrazado a la bandera de la liberalización comercial

Carlos Pagni

Emmanuel Macron se despojó de la máscara que venía utilizando desde hace años. Desde Dubái, después de reunirse con su amigo y colega brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, declaró su negativa a que se firme el Tratado de Libre Comercio que se viene negociando desde hace más de dos décadas entre el Mercosur y la Unión Europea. La sinceridad sorprendió mucho más que el rechazo. Macron está expuesto a una amplia mayoría que defiende el proteccionismo agrario Asamblea Nacional francesa.

Por supuesto, el presidente de Francia no admitió ser proteccionista. Sería incomodísimo para un defensor de la libertad económica, como él. Se respaldó en argumentos ambientales: “El acuerdo es antiguo porque no contempla el cuidado ambiental y la biodiversidad. No le conviene a nadie” dijo desde la cumbre climática que se celebraba junto al Golfo Pérsico. Es verdad que los últimos acuerdos negociados por la Unión Europea, con Nueva Zelanda y Chile, por ejemplo, contienen capítulos sobre sustentabilidad que se refieren no solo a la preservación del medio ambiente, sino también a los derechos laborales. Sin embargo, desde la mesa de los países sudamericanos se manifiesta que el núcleo del conflicto está en los cupos que Francia pretende establecer para productos que compiten con los de su propio sector agropecuario.

Macron podría haberse ahorrado esa manifestación de resistencia. Alberto Fernández, el aún presidente de Argentina, ya le había adelantado a Lula que él no firmaría el acuerdo, como estaba previsto que sucedería esta semana, en la cumbre de cancilleres y jefes de Estado del Mercosur que se celebra en Río de Janeiro. Los negociadores argentinos trabaron las negociaciones alrededor de dos cuestiones. La más relevante: la dimensión del fondo que se creará para asistir a los sectores que deben adaptarse a los rigores que promete la creación de un mercado más competitivo. Esos funcionarios pretendían de 10.000 a 12.000 millones de dólares. Pero los europeos no estaban dispuestos a conceder más de 2.000. La otra razón de la discordia fue la velocidad en la apertura del comercio de automóviles eléctricos.

Como en el caso de Macron, las resistencias de Fernández parecen coartadas. Él no quiere abandonar la Presidencia, la semana que viene, abrazado a la bandera de la liberalización comercial. Lo que es más importante, tampoco lo quiere su vicepresidenta, Cristina Kirchner. El proteccionismo y la defensa de la sustitución de importaciones como camino al desarrollo seguirá siendo un dogma del peronismo, mucho más ahora, cuando esa fuerza está llamada a polarizar con el liberalismo a ultranza de Javier Milei.

La cerrazón de Fernández ha dejado caer una gota de desazón en su camaradería con Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno de España soñó en algún momento que el tratado con el Mercosur se cerrara estando él al frente de Europa. Pronto deberá dejar esa posición. De todos modos, el desencanto provocado por Fernández es casi imperceptible. No impide, ni mucho menos, que Sánchez mantenga el compromiso de asegurar un empleo de asesor a su amigo argentino, apenas este deje la jefatura del Estado.

El reemplazo de Fernández por Milei promete un impacto paradójico en la ecuación del Mercosur. La futura canciller de la Argentina, Diana Mondino, visitó Brasilia la semana pasada para entrevistarse con quien será su colega, Mauro Vieira. La entrevista tenía un propósito principal: emitir una señal de concordia entre vecinos que están condenados a coordinar buena parte de sus vidas. La fervorosa afinidad de Milei con Jair Bolsonaro es un inconveniente para el vínculo con Lula da Silva. Después de la movilización del 8 de enero pasado Bolsonaro es, para el Gobierno brasileño, la encarnación del golpismo. A Milei ese encuadre parece resultarle indiferente. Invitó a su ceremonia de asunción a Bolsonaro antes que a Lula. Hasta ahora el presidente brasileño no asistiría a la toma del mando. Se rompe así una tradición histórica.

Mondino, que intentó suavizar el vínculo político, no encontró dificultades en alcanzar coincidencias en el plano del comercio. En una conferencia conjunta con Vieira ella declaró su adhesión no solo a la firma de un acuerdo con Europa; también auspició buscar otros socios económicos. La nueva orientación del Gobierno argentino facilitaría la jugada brasileña: firmar el acuerdo con Europa durante los próximos tres meses. Es decir, antes de que las elecciones europeas provoquen la caída de otras máscaras. Nadie sabe si Macron no tendrá seguidores en su repudio a la apertura del sector agropecuario.

El reemplazo de España por Bélgica en la presidencia europea también podría introducir un clima menos favorable en la negociación. Los valones, muy ligados al negocio de los alimentos, no quieren favorecer la importación de productos que compiten con los de ellos. Mercosur también cambiará su presidencia rotativa, que pasará de Brasil a Paraguay. Pero el presidente de este país, Santiago Peña, es un librecambista.

Más allá de estos pormenores, quien está al frente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que es la responsable directa por las negociaciones internacionales, sigue entusiasmada con alcanzar un entendimiento. Así se lo manifestó a Lula da Silva, con quien se entrevistó en Dubái. Van der Leyden no solo tiene en cuenta que, en pocos meses, en Europa pueden soplar vientos adversos. Como muchos otros líderes de su región, ella observa un tablero más amplio en el ajedrez del comercio. Allí aparece China, que aspira a seguir ampliando su influencia económica, sobre todo en una parte del planeta decisiva, como el Mercosur, donde están radicados grandes productores de alimentos.

El Gobierno de Brasil también mira este fenómeno. Los chinos han desnudado la intención de abrir el Mercosur presionando sobre un eslabón estratégico: el Gobierno de Uruguay, a cargo de un liberal como Luis Lacalle Pou. Milei, receloso ante Lula, ya se abrazó con Lacalle Pou. Es un juego que en Brasilia se toma muy en serio. Firmar el demoradísimo acuerdo con Europa también es una manera de calmar aspiraciones liberalizantes que pueden ser menos tolerables para el empresariado brasileño.

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