La larga supervivencia de la Argentina peronista
Desde su centro pragmático Massa ofrece unidad nacional y Milei volver a la polarización de kirchnerismo y antikirchnerismo
A mediados de la década de los noventa, el gran historiador argentino Tulio Halperín Donghi publicó el clásico La larga agonía de la Argentina peronista, en la que narraba el fin inexorable de la sociedad organizada bajo los cimientos del primer peronismo (1945-1955), el del Estado de Bienestar. Aquella agonía se ha prolongado por casi 30 años y ha convivido con la supervivencia, como demuestra la inesperada victoria de Sergio Massa en las elecciones generales y sus posibilidades de imponerse en la segunda vuelta el 19 de noviembre.
Ministro de Economía de un gobierno errático y a la deriva, en un contexto de creciente descomposición social y con números agobiantes de 12% de inflación mensual, pobreza de más del 40%, deuda externa de más de 400 mil millones de dólares y el riesgo latente de una hiperinflación, el candidato de Unión por la Patria aumentó en 15 puntos su performance de las primarias de agosto a la par que navegaba su aparente naufragio. Algunas propuestas y declaraciones escandalosas de Javier Milei y su círculo áulico, la campaña zigzagueante de Patricia Bullrich y la mayor movilización de militantes y dirigentes del peronismo territorial, especialmente en la provincia de Buenos Aires (que representa el 37% del padrón) contribuyeron a que el partido de Gobierno consiguiera nuevos votantes en defensa de un conjunto de derechos y conquistas sociales y el miedo a las propuestas del líder de la derecha más radical.
Hiperquinético en su doble faceta de ministro y candidato, Massa concretó algunos beneficios materiales en los últimos meses —como el fin del impuesto a las ganancias— con un capacidad de encender y disparar fuegos artificiales que disimularon la tragedia del presente.
Plástico entre los plásticos, Massa ha conseguido, también, la proeza de autonomizarse de Alberto Fernández y de Cristina Fernández de Kirchner sin ser siquiera deudor -o representante- de ninguna tradición: ha ignorado al kirchnerismo como identidad política y ni siquiera, salvo excepciones, ha agitado las banderas del primer peronismo. Es el líder de una corriente que lleva su nombre, el massismo, y opera desde un centro pragmático. Como un Zelig astuto, ofreció en su discurso de la victoria la posibilidad de sumar al frente electoral de la segunda vuelta a trotskistas, peronistas de derecha con centro en la provincia de Córdoba y a radicales de la Unión Cívica Radical bajo la forma amplia de la Unidad Nacional.
En la noche de su derrota amarga por lo inesperada, Milei, en cambio, enfatizó su condición de liberal y pretendió desplazar los motores de su discurso -la promesa de dolarización y el fin de la casta política- por una idea del retorno al clivaje kirchnerismo-antikirchnerismo para atraer a los desahuciados votantes de Juntos por el Cambio (la alianza de partidos que hizo a Mauricio Macri presidente entre 2015-2019)
En la última elección de medio término, hace 24 meses, Juntos por el Cambio era la principal fuerza opositora y ganó con el 42% de los votos. La crisis del peronismo gobernante y las malas expectativas sobre la economía hacían suponer que el camino al poder estaba debidamente asfaltado. Una voz uniforme hecha de encuestas de opinión, formadores de opinión y medios masivos daban por ganada la elección al opositor Juntos por el Cambio, primero con Horacio Rodríguez Larreta y luego en Patricia Bullrich. Desde la noche del domingo Juntos por el Cambio enfrenta el riesgo de una implosión por las desdichas de una derrota muy grande y las posiciones encontradas para un balotaje. Macri ha mostrado sus simpatías por Milei y una parte de su fuerza y sus socios menores, como la Unión Cívica Radical, se inclina por apoyar a Massa más o menos discretamente o abstenerse de la contienda.
La potencia de Milei ha sido su voluntad de que termine de derrumbarse lo existente -incluída aquella Argentina peronista- y él mismo derrumbar lo que queda en pie. Ahora enfrenta un problema nuevo y mayor: cómo sumar 20% del electorado para pasar de sus 30% a los 50% que necesita para ser presidente. Tiene el dilema de cambiar -o mantener- sus formas y ajustar sus desbordes y los desbordes de quienes lo rodean.
Conviene no apresurarse con los pronósticos. El calendario electoral empezó con Milei como cisne negro en agosto y siguió con Massa como cinse negro de Octubre. La Argentina, un país sobreencuestado, sobreopinado y sobrecomentado, puede ofrecer un tercer y último cisne negro en noviembre.
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