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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El país de GoFundMe

Los llamados de auxilio salen de un país torturado por un Gobierno autocrático que lo ha sumido en un abismo de miseria: Venezuela

Peatones caminan frente a un mural de Nicolás Maduro en el barrio de Petare, en Caracas, en 2019.
Peatones caminan frente a un mural de Nicolás Maduro en el barrio de Petare, en Caracas, en 2019.Ignacio Marin (Bloomberg)

A diario las redes sociales nos ponen al frente peticiones de apoyo para las grandes causas del momento. Cada quien puede o no sentirse interpelado por los heridos y huérfanos de una guerra cruel al otro lado del mundo o por las víctimas de algún desastre natural. Pero hay desgracias que no por lejanas geográficamente pierden el poder de alcanzarnos y sacudirnos. Por ejemplo, la petición de ayuda para el tratamiento de quimioterapia de una amiga enferma con cáncer o para la operación de un colega fotógrafo que confronta una súbita emergencia médica. E igual para la madre de otro amigo de infancia enferma con covid-19.

Todos estos llamados de auxilio salen de un país torturado por un Gobierno autocrático que lo ha sumido en un abismo de miseria: Venezuela. Los primeros en escucharlos son la familia y los amigos cercanos. De ahí en adelante se expanden por las redes en círculos concéntricos hasta alcanzar a personas conocidas y desconocidas que viven en otras latitudes con monedas extranjeras. Las peticiones vienen, por lo general, acompañadas de un enlace a una plataforma de microfilantropía y financiamiento colectivo. GoFundMe es la más popular, pero hay otras. Las ayudas también viajan por aplicaciones para transferencias de dinero como Zelle o PayPal.

A mediados de 2022, el periodista venezolano Erick Lezama, sobreviviente de cáncer, seleccionó una muestra de 500 campañas de recaudación relacionadas con Venezuela, de las cerca de mil activas en ese momento, e identificó que 373 o 74.6% estaban dedicadas a atender enfermedades. “GoFundMe es la caja de resonancia de la crisis de salud en Venezuela”, escribió en la revista Gatopardo. Así de simple y dramático.

En realidad, no importa el nombre de la aplicación o si las ayudas buscan resolver una emergencia médica o de otro tipo. Hay colectas para costear matrículas de estudiantes universitarios, trámites migratorios, funerales, reparaciones de casas y vehículos o materiales de aula para jardines de infancia. Sin mencionar la comida. Un donativo, por pequeño que sea, puede ser un salvavidas. Pero lo que más estremece de esas campañas es que, de un modo indirecto, gritan la caída en un abismo económico no solo de una persona, sino de una sociedad y un país.

Venezuela ha ido superando la hiperinflación con una dolarización informal y empieza a salir del foso después de una caída de la economía en el orden de 45% entre 2017 y 2021, años de la hiperinflación. Los automercados y tiendas que durante años estuvieron vacíos se han llenado de alimentos y productos importados etiquetados en dólares. Pero si nos imaginamos el lugar que describe Lezama, se comprenderá que para la inmensa mayoría de quienes allí viven ir a un centro comercial o a un bodegón es un cruel ejercicio de voyeurismo, una especie de paseo por una galería de bienes inalcanzables. Solo una minoría con acceso a la todopoderosa divisa estadounidense puede comprarlos profundizando aún más la brecha ya enorme entre los que tienen y los que no. Esa es la realidad general de un país con 81.5 % de pobreza y donde considerarse clase media solo puede concebirse como el hábito espectral, como la nostalgia de un miembro amputado – ese país que ya no existe. El problema que estas ayudas muestran es que la sociedad venezolana ya no puede sostenerse por sí misma. Necesita del apoyo de los 8 millones de venezolanos que hoy viven fuera para sobrevivir.

Para comprobarlo basta pasar revista a dos de los casos que cité arriba. Mi amigo, el fotógrafo, fue atropellado en una calle caraqueña en agosto. La campaña en su nombre buscaba recaudar 15.000 dólares para gastos relativos a una operación para salvar la movilidad de su hombro y evitar la necrosis de algunos tejidos. Cuando lo conocí, en 2007, era un joven fotoperiodista ávido de aventuras y estaba bien establecido en la clase media de un país que atravesaba una bonanza económica. Ahora se veía obligado a recaudar una suma que en el contexto venezolano resulta sideral. Valió la pena el esfuerzo. La operación fue un éxito y hoy ha recuperado la movilidad de su hombro en 60%.

Por otro lado, la madre de mi amigo de infancia era una empleada universitaria y como tal gozó por décadas de uno de los mejores seguros de salud que había en el país. Pero cuando contrajo covid-19 y sus pulmones y riñones empezaron a fallar, el seguro también falló. Murió en una clínica privada de Caracas en medio de peticiones de sus familiares por donantes de sangre y de dinero.

La crisis económica venezolana evaporó las coberturas de los seguros dejando a millones de personas a merced de una salud pública en ruinas. “Solo 3% de la población tiene seguro médico privado pagado directamente. Otro 17% está cubierto por los seguros de las empresas y el casi 80% restante debe recurrir a la salud pública, cuyas condiciones son más que precarias. Cuando vas a un hospital público tienes que llevar absolutamente todo lo que necesitas desde las gasas hasta las medicinas sin excluir las jeringas. Todo, excepto el quirófano y el personal médico. El Estado venezolano ha colapsado como proveedor de bienes y servicios públicos. Eso sin contar la inflación en dólares de la medicina privada, donde una cesárea puede costar 16 mil dólares en un país en el cual un salario promedio en el sector privado ronda 150 dólares mensuales y es de solo unos 75 en el sector público. Este es un esquema del sálvese quien pueda”, dice Asdrúbal Oliveros, director de la firma Ecoanalítica.

Las campañas de recaudación reflejan la profunda crisis de la salud, pero lo salvaje de la situación a la que alude Oliveros es que un tercio de los hogares venezolanos depende de remesas y las colectas. Sin ese balón de oxígeno es imposible hacer frente a las innumerables contingencias que presenta la vida, empezando por llevar comida a la mesa.

Me tocó personalmente este diciembre cuando hice una colecta de fondos dentro de mi propia casa para que parientes cercanos pudieran tener una cena de Navidad de verdad: con hallacas, el plato típico de los venezolanos durante las fiestas. Nunca me imaginé que tendría que levantar dinero para mi propia familia.

Pese a todos los bombos con los que el autócrata de Miraflores ha tratado de vender que “Venezuela se arregló” y que el 2024 será un año de crecimiento, se trata de una retórica de humo. Según el Observatorio Venezolano de las Finanzas, la inflación de 2023 alcanzará 286% frente al 234% de 2022 y la economía se contraerá 1.7%. Todo esto pese al aumento de la producción petrolera y el progresivo levantamiento de sanciones económicas por parte de Estados Unidos. Un número para redondear: 80% de los trabajadores venezolanos no puede adquirir una canasta básica de alimentos que alcanza 387 dólares. Así que hasta nuevo aviso Venezuela seguirá siendo el país de GoFundMe.

Mientras tanto, una pequeña joya del cinismo mágico chavista: el gobierno asegura que el auge de zamuros en Las Mayas, la principal estación de transferencia de basura del oeste de Caracas, “habla de la recuperación económica del país”. Un disparate indignante, brutal y delirante como tantas cosas en Venezuela bajo la bota chavista.

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