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Los pueblos amazónicos, frente a la COP30: “Se nos está dejando la carga de salvar el planeta”

Una encuesta revela una gran paradoja de los habitantes de los bosques tropicales: pese a que los pueblos indígenas son considerados los “guardianes del planeta”, estos sienten que, desde que se aprobó el Acuerdo de París, su vida ha empeorado

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La primera Conferencia de Cambio Climático de Naciones Unidas (COP30) que se celebrará en la Amazonia en noviembre en la ciudad de Belém de Pará, Brasil, ha vuelto a darle impulso a la importancia que tienen las comunidades indígenas que habitan los bosques tropicales en la lucha contra el cambio climático. Son quienes mejor conservan el territorio, se ha dicho incansablemente. Pero también son quienes están en la primera línea del cambio climático. ¿Pero, qué tanto han servido las negociaciones climáticas internacionales para mejorar su situación? ¿Se han traducido en mejores condiciones de vida para estos pueblos en los últimos diez años, desde que se firmó el Acuerdo de París?

Una iniciativa periodística, liderada por The Bureau of Investigative Journalism (TBIJ), en la que participó América Futura de EL PAÍS, les hizo las mismas diez preguntas a 100 indígenas que viven en los bosques tropicales, de los cuales más de 70 habitan en la Amazonia. Aunque no se trata de un ejercicio exhaustivo, la mayoría dijo que siente que su calidad de vida ha empeorado, a pesar de que el discurso internacional los ha apodado “como los guardianes de la Tierra”.

La misma vida se esfuma

El cambio climático pone en vilo a la selva amazónica. Sumado a la presión extractivista, este ecosistema podría transformarse en una sabana, liberando toneladas de emisiones y deteriorando la biodiversidad. Pero para los indígenas, los bosques no son una entidad aparte, algo que se clasifique fuera de su propio ser. “Para nosotros, el bosque es una familia, es una madre, un hermano, un padre”, afirmó Alessandra Korap Munduruku, líder del pueblo Munduruku en Brasil y ganadora del premio Goldman Environmental. “Son los espacios espirituales, son la vida y son la cosmovisión de nosotros”, los describió Aracely Riascos Piaguán, del pueblo siona en Colombia.

Más que el bosque, los encuestados dijeron que la selva es un supermercado, un templo, una farmacia, una catedral, una ferretería, un hogar espiritual y la base de la identidad colectiva. Para muchos, no era posible describir el bosque o la selva como algo separado de ellos mismos.

Con su deterioro, también se da el deterioro de sus vidas. Un 68% dijo que el mayor descenso que han visto en los últimos diez años es su capacidad para cazar, pescar y cultivar. “¿Qué más tenemos que seguir sacrificando para que el norte global esté viviendo en condiciones dignas mientras nuestra vida cada vez se vuelve más indigna?”, afirmó Patricia Suárez Torres, del pueblo murui del Amazonas colombiano.

Los encuestados también mencionaron con frecuencia su falta de acceso a la salud. Rocío Picaneray Chiqueno, de Bolivia, dijo que no había ningún centro de salud cerca de su comunidad que padecía nuevos problemas de salud, como tuberculosis, VIH e hipertensión arterial. Todas las personas consultadas en Venezuela comentaron que su situación sanitaria era peor que hace diez años, y muchos señalaron que la falta de suministros médicos era la principal causa. Dos, por ejemplo, dijeron que tenían que llevar sus propios suministros cuando acudían al hospital.

El cambio de la dieta alrededor de quienes habitan en los bosques tropicales, así como el aumento de temperatura, también ha puesto en vilo su salud. “No es un calor que quema, sino que arde, como si estuvieras al lado del fuego”, comentó Roque Miraña Miraña, de la asociación de comunidades indígenas de las etnias Miraña y Bora en el Amazonas colombiano. “Y ahí hemos visto mucho el tema de dolores de cabeza, de cansancio”.

En amenaza

La vida de quienes habitan los bosques tropicales está en amenaza desde distintos frentes. Más de la mitad de los encuestados apuntaron al cambio climático como el principal factor que afecta a su comunidad. Y casi una quinta parte de las personas – todas de la Amazonia – mencionaron a la contaminación por mercurio. El pueblo yanomami, en el norte de Brasil, se ha visto gravemente afectado por este problema durante varias décadas.“Ahora estamos en una fase de luto, porque han muerto muchos niños”, contó Waihiri Hekurari Yanomami.

Las fronteras amazónicas, además, cada vez son más peligrosas. En la zona noroccidental de la región, que abarca partes de Brasil, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, operan hasta 17 grupos armados ilegales, según han encontrado informes como de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS). Deisy Brigitte Escobar Piaguaje, siona y miembro de una comunidad que habita entre Colombia y Ecuador, lo describe así: “En zona de frontera, es mucho más difícil que se respeten las estructuras de gobierno de nuestro pueblo. Eso genera inseguridades. Aún más, para la guardia indígena, quienes recorremos el territorio y realizamos un ejercicio autoprotección”.

Que los indígenas dejen de existir, recuerdan, es poner a la humanidad en riesgo. “Ya la sequía se está sintiendo y va a ser peor que el año pasado”, comentó Nilson Alvear Peña, de los cocamas que habitan en el trapecio amazónico, entre Colombia y Brasil. “Y eso es porque no se ha escuchado ancestralmente a las entidades y a los abuelos”.

“Nuestros territorios están organizados espiritualmente”, dijo en la misma via Levy Andoke, del resguardo Aduche de los Andokes en el Amazonas. “Tienen unos seres espirituales supremamente importantes que hacen posible que la Amazonia funcione”. Pero esos seres, comenta, “no hablan inglés o español, solo hablan el andoque”, una lengua que teme que se extinga con ellos.

Al compartirle los resultados del ejercicio, Fany Kuiru Castro, presidenta del Órgano Coordinador de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica, constató que “la situación es grave, extremadamente grave”. Según ella, en la Amazonia hay grupos ilegales que criminalizan, persiguen y asesinan a los líderes indígenas y a las personas que defienden sus territorios, y los peligros se ven agravados por la crisis climática.

Sacar los derechos del papel

No basta con ser llamados guardianes. Para que los indígenas sigan conservando las selvas hace falta que se reconozcan sus derechos y territorios. Sin embargo, más del 60% de las personas encuestadas afirmaron que su país no estaba defendiendo sus derechos. Las razones eran diversas. Varios consideraban que los Gobiernos daban prioridad a las empresas multinacionales y otros señalaban con indignación el número de defensores del medio ambiente en primera línea —muchos de ellos indígenas— que son asesinados o desaparecen en todo el mundo. Según la organización Global Witness, el año pasado se produjeron 146 muertes de este tipo.

Al menos una persona de cada país estaba descontenta con su Gobierno, pero el problema fue más grave en Perú e Indonesia. En el país sudamericano, la mayoría de las personas entrevistadas mostraban una ira palpable por el reciente retroceso en los derechos indígenas y las leyes medioambientales. Mientras, en Colombia, donde los indígenas y sus derechos están reconocidos por la Constitución, los entrevistados mencionaron que eso les daba cierta seguridad frente a las comunidades de otros países. El problema, aclaró la mayoría, es que estos derechos se quedan en el papel. Zully Nayibe Rivera, del pueblo nasa, afirmó que aún queda mucho camino por recorrer en lo que respecta al reconocimiento de su territorio.

En Brasil, país que acogerá la COP30, las perspectivas fueron mixtas. Varios destacaron lo que denominaron fuerzas “antiindígenas” en el Congreso brasileño, pero muchos reconocieron el empeño del presidente Lula y el histórico nombramiento de Sônia Guajajara como ministra de Pueblos Indígenas, lo que les infundió esperanza y empoderamiento.

“Tenemos la solución”

Las áreas que habitan los indígenas y que son reconocidas como tal tienen menores índices de deforestación a nivel mundial. La misma ONU lo volvió un lema en 2021, cuando popularizó la frase de que los pueblos indígenas son los mejores guardianes de los bosques. Sin embargo, es un eslogan vacío, que incluso frustra a algunos. Wilfredo Tsamash Cabrera, en Perú, la calificó de insulto. “Mire, yo no soy la mascota de nadie. No estoy de acuerdo con ese término”. Jamner Manihuari, también en Perú, agregó. “No somos peones de nadie para actuar como guardianes. Somos los dueños de nuestro territorio”.

Federación Huaynakana Kamatahuara Kana

Entonces, ¿cuál sería es un verdadero apoyo significativo? Una gran mayoría habló de reconocer formalmente sus derechos territoriales para que puedan seguir sosteniendo el bosque a través de los conocimientos tradicionales. Varios también plantearon la necesidad de la financiación directa para los pueblos indígenas y la urgencia de frenar las industrias contaminantes. Más allá de esto, dijo Lizardo Cauper Pezo de Perú, la humanidad debe cambiar su mentalidad colectiva sobre lo que entiende como desarrollo, replanteándolo como algo que no explota los recursos naturales.

Y es que los pueblos indígenas por sí solos no pueden resolver la crisis climática. La responsabilidad de actuar debe recaer en los principales responsables de causarla. Nardy Velasco Vargas, del pueblo chiquitano de Bolivia, afirmó: “Parece que, a nosotros, como pueblos indígenas, se nos está dejando toda la carga de salvar el planeta”. Es una idea similar a la que expresó Rosalía León Marín, del grupo étnico tatuyo del territorio indígena Río Piraparaná colombiano: “Nosotros estamos dando todo ese aporte para la vida en el mundo porque es nuestro saber. Pero también nos preocupa que el mundo occidental sigue deforestando y le dan ese peso grande del cuidado a los territorios indígenas”.

Incluso, algunas de las soluciones climáticas que se han planteado en escenarios internacionales y que les han permeado, como el comercio de bonos de carbono y los programas de reforestación (REDD+) son vistos con escepticismo. En Colombia, donde la Corte Constitucional ya emitió un primer fallo sobre la falta de regulación de los mercados de carbono, las percepciones están fraccionadas. “Ha sido positivo para garantizar el acceso de los indígenas a la economía”, comentó Fausto Cruz, del pueblo Piratapuyo del Vaupés. “Pero yo, desde lo personal, considero que lo que ha permitido es que aquellos que contaminan crean que pagan para poder hacerlo”.

Marcelino Sánchez Noé, representante legal del Consejo Indígena Mayor de Tarapacá Amazonas CIMTAR, cree, en cambio, que es un tema que podría funcionar, pero dependiendo de la empresa con la que se haga el proyecto. “Hay muchas empresas que son fachada”, aseguró, explicando que en su comunidad están esperando a convertirse en Entidad Territorial Indígena, una figura administrativa que les da más poder político y autonomía, para firmar cualquier proyecto y “evitar que otras instituciones se aprovechen”.

Pese a todo, la COP30, la primera amazónica desde su sede, sigue siendo vista como una oportunidad. “Esta vez es en la Amazonía, en este territorio sagrado, en la selva que tiene una enorme importancia para el mundo, para Brasil y para los pueblos indígenas”, concluyó Maickson Pavulagem. “Creo que, si la COP aprende de los pueblos tradicionales de la Amazonia, daremos un paso muy importante hacia una solución climática”.

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