Las ceramistas awajún que resisten a la minería ilegal en la Amazonia peruana
Un grupo de madres y niñas indígenas hacen frente al avance de la minería ilegal con la alfarería. Es la manera que han encontrado para preservar su cultura

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Heidi Wisum Ampam tenía ocho años cuando su madre utilizó un pincel hecho con su cabello para enseñarle a decorar las vajillas que moldeaba. Aprendió a dibujar lo que el pueblo Awajún, el segundo más grande de la Amazonía peruana, conocía tras siglos de convivir con el bosque: las escamas de la cola del armadillo, las entrañas transparentes del renacuajo y los patrones en las hojas de bijao.
La adolescente vive en Cocoashi, una de las 80 comunidades awajún instaladas a orillas del río Cenepa, que surca la región del Amazonas y limita con el Ecuador. La zona se ha convertido en un enclave de la minería ilegal de oro en el país. Aunque es difícil establecer una fecha exacta, los comuneros de Cocoashi afirman que, desde 2018, los 38 kilómetros que recorre están plagados de dragas. Son balsas equipadas con motores de succión y mangueras que remueven el suelo para sacar el metal. Haidi Wisum se levanta y se acuesta todos los días escuchando a los motores rugir como monstruos.
Pero el ruido no le asusta. Tampoco le impide ir los sábados por la mañana con su madre, Lelisa Ampam Apikai, a la escuela de las mujeres alfareras de su comunidad. Con la paciencia de un cirujano mezcla las cenizas del Yukuúku –un árbol endémico de la cuenca amazónica– con la arcilla. Aprendió a crear pinturas con las semillas del achiote y a pulir la cerámica con las piedras del río. Compró el uniforme escolar y sus cuadernos con lo que ganó vendiendo las piezas que moldeó. Sueña con estudiar en la universidad para ser profesora de inglés. No quiere trabajar con los mineros, así como sus primos y la mayoría de los jóvenes de su comunidad.

Haidi Wisum es una de las 38 alumnas de la escuela que lideran las maestras ceramistas de Cocoashi. La iniciativa busca perpetuar el legado del pueblo awajún: los conocimientos sobre alfarería que se han transmitido por generaciones de madres a hijas. También es una labor que les brinda la posibilidad de generar ingresos económicos en una zona devastada por la minería ilegal. En los últimos 20 años, las mujeres alfareras han organizado otras ocho escuelas que se ubican a lo largo del río Cenepa.
“Enseño a hacer cerámica porque mi mamá me enseñó a mí. Por eso también le enseñé a mi hija”, afirma Oliviana Wisum Chimpa, de 37 años. La tía de Haidi Wisum es una de las alfareras más experimentadas de Cocoashi. En esta comunidad indígena, la posta de salud y la comisaría más cercanas está a cuatro horas navegando por el río. Para llegar al colegio, los niños y niñas deben caminar una hora.
La región de Amazonas es la segunda más pobre del país. La Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (Endes) registró en 2023 que el 25% de niños menores de tres años sufría de anemia. La Dirección Regional de Salud de Amazonas reportó 554 casos de docentes que abusaron sexualmente de niñas y adolescentes en los últimos seis años. Y en 2024, los Centros de Emergencia Mujer atendieron más de 2.000 denuncias por violencia familiar y sexual.

Ese mismo año, Perú se posicionó como el principal exportador de oro en América Latina. Para abril de 2025, la producción nacional alcanzó un récord histórico: casi 8,8 millones de gramos finos. Las cifras quedan cortas comparadas con la del mercado negro. En los últimos 20 años, se habrían producido cerca de 476 toneladas de oro ilegal valorizado en más de 23.361 millones de dólares. La cifra equivale al 75% del PBI reportado para el 2023, calcula la Fundación para la Conservación y Desarrollo Sostenible (FCDS).
Desde 2020, la Fiscalía Especializada en Materia Ambiental de Amazonas ha registrado 123 operativos contra la minería ilegal en el distrito del Cenepa, el epicentro de la región. “Solicitamos reiteradamente al Ejecutivo la declaratoria de emergencia por la minería ilegal. En una audiencia pública de junio, el gobernador regional informó que no atiende los pedidos”, afirma Fernando Cueva Cortez, jefe de la oficina regional en Amazonas de la Defensoría del Pueblo. La última vez que el Ejecutivo declaró estado de emergencia en el Cenepa por la minería ilegal fue en 2022.
Varios Apus (líderes) de la zona están convencidos de que aliarse con los mineros es la única salida para mejorar sus condiciones de vida. Por permitirles trabajar cerca a su comunidad sin problemas, los mineros les pagan hasta 20.000 soles (5.700 dólares americanos). Los buzos que trabajan en las dragas ganan aproximadamente 400 soles (114 dólares americanos) por día.

“Te dan milésimas partes, mientras que ellos salen millonarios y malogran el río. Malogran las cosechas. Tiran el mercurio al agua, el pescado lo consume y luego nosotros. Y como no tenemos doctor, no sabemos cuántos estamos afectados”, dice Oliverio Wisum Chumpi, representante de la Asociación de Madres Ceramistas del Cenepa.
La alfarería, una forma de preservar la cultura
Una vez al mes, Teolinda Shajup Tijiats se interna en la selva para buscar el dúwe, un barro gris que se acumula en las raíces de los árboles que crecen cerca a las quebradas. La tradición awajún exige que las mujeres cumplan estrictas normas antes de realizar esta labor. “No pueden acostarse con su esposo al menos una semana antes y no va a venir una mujer embarazada, ni con la menstruación. Si no, la cerámica se romperá”, dice la vicepresidenta de la Cooperativa de Ceramistas del Cenepa al explicar sus creencias.
Las alfareras awajún guardan un profundo respeto por Núgkui, un espíritu femenino que encarna la madre tierra y representa el origen de la vida. Si incumplen estas normas, la arcilla se malogrará y las piezas crudas se romperán al colocarlas al fuego. En la comunidad de San Antonio, Teolinda Shajup le enseña a 20 alumnas, entre mujeres y niñas, cómo preservan las tradiciones más sagradas de su pueblo. Para la maestra ceramista de 43 años, transmitir este conocimiento es también una forma de enseñarles a preservar su territorio de la devastación de la minería ilegal.

“El trabajo que hacen las mujeres ceramistas es uno de los pilares de nuestra identidad que se mantiene a pesar de las amenazas, de todas estas intromisiones de otras actividades y culturas que vienen”, señala Matut Impi Ismiño, vicepresidenta del Gobierno Territorial Autónomo Awajún (GTAA). En 2021, la cerámica del pueblo Awajún fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Pero continuar con la tradición alfarera se ha convertido en una labor titánica. Con las dragas que se multiplican año tras año, las maestras ceramistas como Oliviana Wisum afirman que la contaminación ha empezado a penetrar el bosque. “Ahora debemos caminar cada vez más adentro de la selva para encontrar la arcilla. El mercurio del río está contaminando la tierra”, dice Wisum Chimpa.
Oliverio Wisum Chumpi ha solicitado apoyo al Gobierno Regional de Amazonas y la Municipalidad Distrital del Cenepa. “Los he buscado varias veces para que una parte (del trabajo) pueda ser reconocida, para las mamás que están enseñando a las alumnas y a las adultas que no saben. Pero no he encontrado ninguna respuesta”, afirma el dirigente de la Asociación de Madres Ceramistas. Tanto el Gobierno Regional como el Municipio no respondieron a las solicitudes de América Futura.

Las alfareras del Cenepa han decidido persistir, aunque el dinero no alcance y los recursos comiencen a escasear. “Hemos construido nuestra escuela con cada plato, cada vasija vendida. También necesitamos un horno para quemar las piezas. Esperamos seguir vendiendo. Nosotras a mano todo lo hacemos, nos lleva tiempo. Por eso valoramos nuestro trabajo”, declara Teolinda Shajup Tijiats.
Ya son más de 150 niñas y mujeres que se han sumado a las ocho escuelas de alfarería del río Cenepa. “El rol de las mujeres ceramistas dentro de sus comunidades es la preservación de sus pueblos. A través de la cerámica intentan revalorar su conocimiento ancestral, están luchando por mantener su pueblo”, apunta Maritza Paredes Gonzales, especialista en sociología política y del medio ambiente y profesora principal de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
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