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En colaboración conCAF

El tango, un aliado clave en la rehabilitación del Párkinson en Argentina

Un taller utiliza la danza como herramienta para mejorar la coordinación y el desempeño en tareas. Los especialistas aseguran que es ideal para acompañar el tratamiento en cualquier etapa de la enfermedad

Personas con Parkinson participan de una clase de tango en la tradicional casa del tango El Beso, en Buenos Aires, Argentina, el 15 de abril de 2025.

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Milonga El Beso, pleno centro de Buenos Aires. En un salón, suena el tango Uno, ese emblema creado por Enrique Santos Discépolo y Mariano Mores. Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias… dicen los primeros versos. Cerca de diez parejas pueblan la pista y, con los primeros acordes, comienzan el ritual de la danza: el abrazo íntimo, ese avanzar y retroceder, una coreografía libre e infinita, ese “pensamiento triste que se baila”, como lo definió alguna vez el propio Discépolo, compositor argentino.

La escena se repite en las decenas de milongas de la ciudad que ofrecen clases y prácticas desde la mañana hasta pasada la medianoche. Pero esta tiene algo particular. Tango y Parkinson es una propuesta pensada especialmente para personas que viven con esa enfermedad neurodegenerativa. Fue creada por los bailarines y danzaterapeutas Verónica Alegre, Laura Segade y Manuco Firmani. La iniciativa tuvo como antecedente un taller surgido en el Hospital Ramos Mejía. Con el tiempo, salió del ámbito hospitalario y se instaló en esta milonga.

El taller utiliza la danza como herramienta para mejorar la coordinación.

“Son notables las mejoras en el equilibrio, además de ganar mayor confianza e independencia. Muchos nos decían: ‘Yo afuera no puedo caminar solo’. Acá se permiten poder. En la milonga, buscamos que trabaje alguien con Párkinson con otra persona que no lo tiene”, cuenta Alegre sobre el taller, que comenzó en 2018 y tiene un 80% de personas con Párkinson y algunos voluntarios, en general familiares y amigos.

“Se potencian las posibilidades en dos escalas. Una es cómo entran y cómo se van de la clase. Lo ves en la hora y media que dura la clase”, agrega Segade. La otra es el desarrollo evolutivo en el tiempo; las herramientas que trasladan a su ámbito privado. Por ejemplo, hay un tema con las personas con Parkinson y la marcha atrás. “En el tango se camina hacia atrás y hacia adelante. ¡Eso es el tango! Con las clases van cambiando y haciendo ajustes para poder, por ejemplo, abrir la puerta de la heladera en sus casas”.

La clase en El Beso comienza con los alumnos sentados en ronda. “¿Cómo están esos cuerpos? ¿Cómo vienen de afuera? Voy soltando los pensamientos. Voy soltando la calle”, dice Firmani, que comienza guiando la práctica con estiramientos. Después se paran detrás de la silla. Alegre habla de cambiar el peso del cuerpo, de “armar el abrazo” del tango. “Ahora nos vamos metiendo en la caminata. Prestemos atención a cómo pisamos”, sugiere ella. Se sacan las sillas y comienza el trabajo en pareja, el abrazo, la mirada, el caminar juntos… Compartir pista y ronda.

La clase en El Beso comienza con los alumnos sentados en ronda.

“La práctica les permite caminar mejor y pasarla mejor”, dice Firmani. “Yo vengo del tango show y acá aprendí a ser más empático, a leer otros cuerpos para proponer determinados movimientos. Acá bajé muchas revoluciones y encontré algo hermoso”. Segade acota: “Previamente a vincularme con la salud, el objetivo era el tango. Acá es una herramienta: la excusa. Las clases nos conectan con la esencia más profunda del baile, que era algo de inmigrantes que no compartían el idioma y se comunicaban mediante el cuerpo sin una búsqueda estética. Acá vienen a un lugar donde no son pacientes de Párkinson sino bailarines”.

Nélida Garretto, médica neuróloga del área de Trastornos del Movimiento de la División Neurología del Hospital Ramos Mejía y subdirectora del Instituto Argentino de Investigación Neurológica, considera fundamental implementar estrategias complementarias desde la aparición de los primeros síntomas de Párkinson, más allá del tratamiento farmacológico. Junto a sus colegas Tomoko Arakaki y Sergio Rodríguez Quiroga, creó el taller de tango y Párkinson, del que después derivaron actividades como la de El Beso.

Durante la milonga en El Beso los participantes se sienten bailarines no pacientes Párkinson.

“Empezamos hace 12 años, a raíz de una paciente que refería los beneficios que notaba al bailar. Buscamos bibliografía y había información a nivel internacional, sorprendentemente de los Estados Unidos y no de Argentina. Así fue como comenzamos a desarrollar un taller cuya finalidad no era enseñar a bailar, sino utilizar estrategias del tango para poder rehabilitar o trabajar algunas funciones que en las enfermedades como el Párkinson se pueden ver afectadas”, explica.

La especialista dice que bailar es una “actividad multitasking (multitarea)”, que se puede adaptar a las necesidades de cada paciente. “El tango es una danza caminada. Simultáneamente, tenés que escuchar la música, entender la propuesta de tu pareja de baile para moverte y seguir el ritmo, sin interferir en el movimiento del otro. Es un entrenamiento precoz para quien no tiene esa dificultad. Y los que sí la tienen pueden entrenarla y capacitarse con una actividad lúdica en un entorno social”.

“Abrazo de tango. Salida básica”, indica uno de los profesores durante la clase. “Están pensando mucho. Déjense llevar”, propone otro. En la última media hora se hace una ronda. Una alumna pide recomendación de un calzado mejor. Otra dice que sale “cansada pero relajada, un cansancio lindo”. Alguien recuerda la frase de la “profe” Laura Segade, casi un mantra: “Ante la duda, bailen”.

“Hasta hace un tiempo, yo usaba bastón porque no me animaba a caminar solo por la inestabilidad. El tango influenció mucho por el equilibrio y la coordinación, algo que vas perdiendo con el Párkinson”, cuenta Manuel Fuentes Bermúdes, alumno del taller a quien diagnosticaron hace diez años. “Es mi primer contacto con esta danza. Estás con gente como vos, que tiene problemas similares y con los que podés hablar de lo que te pasa. Se formó un grupo muy lindo”, agrega.

Laura Segade, Manuco Firmani y Verónica Alegre,  docentes de las clases de tango para personas con Parkinson.

Su compañera Carmen Romano comenzó con las clases de tango en 2019, poco tiempo después de recibir el diagnóstico. “Me encanta la danza, pero nunca había bailado tango, así que este es el momento de aprender. Me dijeron que podía hacerme bien y así fue. En vez de usar un andador, estás parada frente a otra persona. Es lo mejor que podés hacer”, dice.

La ronda termina con la palabra de Pedro, uno de los alumnos. Cuenta que su neuróloga le dijo que el Párkinson no avanzó. Todos se alegran y se despiden hasta el próximo martes. En unos minutos, comienza otra clase, seguramente muy distinta a esta. Al salir de El Beso, quedan resonando en la memoria algunos de los versos. Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias… Sabe que la lucha es cruel y es mucha, pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina. Una fe que crece al ritmo del tango y el encuentro.

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