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En colaboración conCAF

Cultivar y conservar: las lecciones tras las cenizas en las zonas más afectadas por el fuego en Bolivia

El parque Ambue Ari y el pueblo de San Javier comparten los aprendizajes que les deja la recuperación tras los devastadores incendios de 2024

Árboles quemados durante el periodo de incendios en Bolivia.
Árboles quemados durante el periodo de incendios en Bolivia.Nils Sabin

Acá hablamos de la temporada de fuegos de la misma manera que hablamos del invierno o del verano. Pasa cada año, sí o sí, y cada vez [es] más fuerte, más violento”. Así se refiere Cléo Swysen, miembro del equipo del parque Ambue Ari, en el departamento de Santa Cruz, a los incendios que arrasaron parte de Bolivia y casi la mitad de su territorio. En ese santuario gestionado por la ONG Comunidad Inti Wara Yassi (CIWY) se rescatan animales silvestres provenientes del tráfico ilegal, afectados por la deforestación o por los incendios.

El parque, de unas 1.000 hectáreas, es un buen ejemplo de cómo los incendios y el avance de la frontera agrícola afectan a los ecosistemas y la biodiversidad. “Cuando se compró el terreno en 2002, todavía estaba rodeado por el bosque”, cuenta Swysen. “Pero ahora es como una isla en medio de potreros y cultivos”. En periodo de incendios, de junio a octubre, la clínica del parque admite a muchos animales quemados o deshidratados traídos por la población local. Aves, perezosos, monos o tortugas reciben atención veterinaria y, después de unos días de recuperación, son liberados. A eso, “se suman los animales silvestres que se refugian ellos mismos aquí. No tienen otro lugar donde ir. Entonces, en general, la capacidad de carga [del parque] se ve sobrepasada”, comenta Iván Márquez, biólogo en CIWY.

Oportunidad para la caza ilegal

Unos meses después del fin de los últimos grandes incendios de Bolivia, los de septiembre de 2024, que devastaron más de 10 millones de hectáreas, Ambue Ari se ve todo verde. El bosque es exuberante, lleno de graznidos de aves y aullidos de monos, y las zonas húmedas se están recuperando gracias a las lluvias. “Eso no quiere decir que los incendios no tuvieron consecuencias”, advierte Swysen. “Muchas zonas de la selva se vuelven menos densas”. Los fuegos y las sequías más frecuentes transforman poco a poco el lugar. “Hay un proceso de sabanización, y durante la temporada seca, la selva, las lagunas, los pantanos, no tienen agua”.

Maria Rodriguez Sorioco y su marido en la comunidad de Bella Vista.
Maria Rodriguez Sorioco y su marido en la comunidad de Bella Vista.Nils Sabin

Desde hace varios años, Ambue Ari es directamente amenazado por los fuegos. Además de rescatar y cuidar a los animales silvestres, los voluntarios y el equipo del santuario pasan semanas vigilando que no entre el fuego y, cuando no pueden evitarlo, pasan noches enteras luchando para controlarlo y apagarlo. El año pasado, las llamas entraron por el cerro del santuario, una zona de difícil acceso, y se acercaron a un área de pampa húmeda que se había secado y vuelto muy inflamable. “Para evitar que toda esta zona se queme, tuvimos que entrar allí con un bulldozer y crear un camino cortafuego”, recuerda Juan Carlos Charasiri, encargado de seguridad del parque. Eso permitió parar el avance del incendio, pero surgieron nuevos problemas: “Con todos los animales refugiados en Ambue Ari, la gente aprovechaba este nuevo camino para entrar y cazarlos”.

Gracias a las lluvias, la pampa húmeda que se había transformado en pólvora, ha cambiado radicalmente. Ahora el agua llega hasta las rodillas y es bastante difícil encontrar el camino cortafuego creado por la maquinaria por la vegetación. Pero todavía quedan vestigios del fuego: se ven árboles de troncos negros y bebederos aéreos colocados por voluntarios durante los incendios. “En esa temporada, los animales estaban desorientados por el humo, por el correteo del fuego, entonces elegían un bebedero donde volvían cada día y allí venía la gente a cazarlos”, explica el encargado de seguridad. Ahora, el nivel del agua y las patrullas ahuyentan a quienes quieren ingresar al parque.

Sobrevivir como se puede

A unos 200 kilómetros por carretera del parque Ambue Ari, se ubica el pueblo de San Javier. Allí, las llamas arrasaron el bosque y también a las comunidades indígenas. Muchas familias, que producen su propia alimentación, tuvieron que migrar y encontrar un trabajo asalariado para sobrevivir. Así lo cuenta Brian Vaca Talamas, técnico en la central indígena Païkoneka: “De las 1.500 familias que tiene la central, unas 300 tuvieron que salir”.

En la sede de Païkoneka, en San Javier, está Enrique Pesoa, de la comunidad Los Amigos: “Perdí casi todo lo que había trabajado, la tierra. Tengo a mi mujer y a mis dos hijos, así que no tuve otra opción que salir”. Es un relato que se repite entre los comunarios: “Estamos sobreviviendo, cada uno como puede”, dice Agustín Parapaena, de 57 años y originario de Los Tajibos. El fuego llegó a unos metros de su casa. “Incluso destruyó mi baño que todavía no he podido reconstruir. No tenemos tiempo porque hay que salir a trabajar”.

La central indígena Païkoneka está acostumbrada a combatir el fuego. Incluso tienen unos 50 bomberos voluntarios, capacitados y con equipamiento. “En temporada de incendios, con datos meteorológicos e imágenes satelitales, analizamos las zonas que tienen alta probabilidad de quemarse y enviamos una cuadrilla de bomberos a una comunidad cercana, para que puedan intervenir rápidamente”, detalla Vaca Talamas, que también es coordinador de los bomberos forestales païkonekas. A pesar de esto, no es una lucha fácil tanto por cuestiones de accesibilidad, como porque en su inmensa mayoría los fuegos inician fuera de las comunidades. “Monitoreamos los chaqueos [las quemas realizadas tradicionalmente por los agricultores que a veces se salen de control] en nuestras comunidades para que no se descontrole, y hay épocas donde no se quema”, dice Vaca Talamas. “Pero no podemos controlar lo que hacen los vecinos”.

María Rodriguez Sorioco y sus nietos caminando hacia el chaco familiar en la comunidad de Bella Vista.
María Rodriguez Sorioco y sus nietos caminando hacia el chaco familiar en la comunidad de Bella Vista.Nils Sabin

Ayudar en la producción agrícola

A unos 40 minutos de San Javier, está la comunidad de Bella Vista. Se llega por un camino rodeado de potreros de vacas y a veces se atraviesan vaqueros en caballos. “Hace años, todo esto era bosque, pero ahora son puras estancias”, comenta el técnico de la central. En Bella Vista, unas 1.500 hectáreas, el 72% de la comunidad, quedó hechas ceniza. Dentro de las 23 familias de la comunidad, muchas tienen que ir a trabajar en las estancias cercanas para poder comer. “¡No tenemos de que vivir!”, lamenta María Rodríguez Sorioco, de 65 años. Rodeada de sus cuatro nietos y de dos perros, nos conduce al pequeño y único chaco que tiene con su familia. “No hemos podido plantar la yuca, el maíz o el arroz, que es lo que siempre cultivamos para el sustento de la familia y de la comunidad”, cuenta. “Solo tenemos esa parcelita, pero no tenemos lo suficiente para alimentarnos correctamente”.

La central païkoneka había pensado en un plan postincendio para situaciones como la de Bella Vista. “Se tenía previsto entregar una canasta de víveres. Lo hemos hecho, pero no es una buena solución”, reconoce Vaca Talamas. Hablando con los damnificados, se dieron cuenta de que era más útil ayudar en la producción agrícola para evitar que la gente emigre. “El nuevo plan consiste en apoyar con semillas de buena calidad, sea el maíz, el frijol o el arroz”. Esa medida será puesta en marcha a final de año, cuando se espera que vuelvan los incendios.

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