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En colaboración conCAF

Las lecciones de Rosario y Encarnación a Buenos Aires y Asunción para no vivir de espaldas al río

Las dos primeras urbes tienen frentes fluviales accesibles y muy frecuentados, al contrario que las capitales de Argentina y Paraguay

Un grupo de kayakistas navega cerca del puente Nuestra Señora del Rosario, que une las provincias de Santa Fé y Entre Ríos, en Argentina.
Un grupo de kayakistas navega cerca del puente Nuestra Señora del Rosario, que une las provincias de Santa Fé y Entre Ríos, en Argentina.Paula López Barba

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La cuenca del río de la Plata es una de las mayores reservas de agua dulce del planeta. La segunda en América Latina, después de la Amazónica. En ella están las cataratas de Iguazú y el acuífero Guaraní, esa bolsa enorme de agua subterránea que fluye bajo Brasil, Paraguay, Argentina y Uruguay. No es casualidad que en torno a él también estén algunas de las ciudades principales de América, como São Paulo, Asunción, Montevideo y Buenos Aires; además de las secundarias Foz do Iguaçu, Ciudad del Este, Encarnación, Posadas, Corrientes, Resistencia, Santa Fé y Rosario. Desde que los colonos europeos navegaron por estas aguas, las poblaciones ribereñas han visto pasar toneladas de materias primas americanas para enriquecer a países lejanos. Las ciudades de paso se han consolidado y hoy se relacionan de maneras diversas con los ríos que las atraviesan. El río principal de la cuenca del Plata es el Paraná, un pariente del mar en lengua tupí guaraní, que ha marcado el desarrollo urbano de ciudades como Rosario y Encarnación.

Mapa de la cuenca del Plata.
Mapa de la cuenca del Plata.CIC

Rosario es una de esas ciudades de las que se dice que miran al río. Nació como puerto y gracias a él es la tercera ciudad más poblada de Argentina, con dos millones de habitantes en su área metropolitana. A 300 kilómetros de Buenos Aires, río arriba, y es relativamente nueva, de 1852. No se fundó durante la colonia española como muchas de la región, era solo un cruce de caminos entre Asunción, Córdoba y Buenos Aires. Pero un lugar tan estratégico se ha convertido en uno de los puertos más importantes de América, de los primeros en agroexportaciones, que compite con Nueva Orleans, en Estados Unidos y Santos, en Brasil. Aunque hace décadas que los puertos industriales rosarinos se sacaron del centro, y a partir del Plan Estratégico de 1998 el frente fluvial se convirtió en un gran espacio de ocio para la ciudadanía.

Hoy, Rosario es conocida por su relación con el río. Para bien y para mal. Además de distribuir soja y maíz de los grandes monocultivos de Brasil, Paraguay y Argentina, es un epicentro del narcotráfico internacional. Y allí se multiplica por cinco la tasa de homicidio media argentina. Pero la ciudad más violenta de Argentina es también la más verde del país, según el Banco Interamericano de Desarrollo, con un promedio de 12 metros cuadrados por habitante. El margen derecho del Paraná es un parque lineal y la mayoría de las infraestructuras portuarias se han transformado en espacios de uso público; como las escalinatas emblemáticas del parque España, construido sobre muelles antiguos, o los silos que albergan el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (MACRo). En Rosario, miles de personas pasean, practican deporte o toman mate junto al río, viendo pasar los barcos de carga. En la otra orilla está ‘la isla’, un ecosistema de humedales que forman parte del gigantesco delta del Paraná.

Es domingo, hace sol y Julio Menna recoge su kayak para ir a la isla. Hoy no ventea como ayer, cuando el río se llenó de velas y cometas. Rema 20 minutos para juntarse en la playa con amigos y asar un par de sábalos, peces abundantes del Paraná. Ama el río desde que tiene memoria: “De niño venía a remar y nadar con mis padres y abuelos”, dice el arquitecto y artista plástico. Sus murales colorean la ciudad, inspirados en los paisajes rosarinos. Al lado está Pablo Borsani Savoini, que trabaja con los materiales y formas del río. “Uso arcillas para crear esculturas y pinturas, centradas en esa temática a partir de los incendios provocados por ganaderos en la isla, que gestaron un movimiento ciudadano en defensa de los humedales”, explica. Recuerda cómo esos días todo se llenaba de humo. Hoy el cielo es azul y detrás de la playa, las vacas pastan tranquilas junto a una laguna, con los rascacielos rosarinos de fondo.

Dos kayakistas en una playa de ‘la isla’, como se llama a los humedales de Rosario.
Dos kayakistas en una playa de ‘la isla’, como se llama a los humedales de Rosario.Paula López Barba

“La ganadería despeja de vegetación y transforma el ambiente de los humedales, sobre todo por la infraestructura relacionada. Se crean terraplenes y diques que modifican su funcionamiento”, afirma Damián Lescano, rodeado de peceras. Es biotecnólogo y acuarista en el acuario Provincial Río Paraná, uno de esos nuevos equipamientos junto al río. Cree que las actividades en los humedales deberían regularse: “Se ven como tierras improductivas, pero hay que valorar sus servicios ecosistémicos: evitan inundaciones y gracias a ellos, en Rosario tenemos buena calidad de aire y agua. El Paraná es marrón rojizo por la arcilla que arrastra, pero las lagunas internas de la isla son transparentes por la filtración de las plantas, que también purifican los vertidos de actividades humanas”, dice, y explica que en Rosario todo va directo al río porque su enorme caudal lo diluye, pero que tiene límite: “No podrá absorberlo si la ciudad sigue creciendo”.

Eso pasa en el río de la Plata, incapaz de absorber los vertidos y que está entre los más contaminados del mundo. Buenos Aires apenas se relaciona con su río enorme porque, a diferencia de Rosario, hay pocos accesos. Uno de ellos es la reserva ecológica Costanera Sur, junto al flamante barrio Puerto Madero, donde el agua de los canales está sucia y los peces asoman constantemente sus bocas para sobrevivir. La orilla del río de la Plata está llena de escombros y vallada, pero algunas personas lo saltan para acercarse al río que parece un mar. Ya le queda poco al ambicioso proyecto para descontaminar la cuenca Matanza-Riachuelo, que arroja toneladas de desechos al río de la Plata hace siglos, desde La Boca. Un gran paso para que Buenos Aires recupere el paisaje que tiene delante y sus habitantes vuelvan a disfrutar del río.

Vacas pastando en los humedales de Rosario, con el centro de la ciudad al fondo.
Vacas pastando en los humedales de Rosario, con el centro de la ciudad al fondo.Paula López Barba

Encarnación, la ciudad sumergida; Asunción, la ciudad que se inunda

Comparada con Buenos Aires o Rosario, Encarnación, en el sur de Paraguay, es una ciudad muy modesta. Su área metropolitana apenas supera los 250.000 habitantes, medio millón si se suman los de Posadas, la capital de la provincia argentina Misiones, justo al otro lado del Paraná. Encarnación existe desde 1615, cuando la fundaron los jesuitas, pero su relación con el río cambió drásticamente a finales del siglo XX cuando se construyó la represa de Yacyretá, la central hidroeléctrica que comparten Paraguay y Argentina. Se inundaron 1.600 kilómetros cuadrados de bosques, campos agrícolas y varias poblaciones, incluido parte del centro histórico de Encarnación, donde se ahogaron edificios, el ferrocarril y relaciones sociales. A cambio, la nueva Encarnación ganó un frente fluvial con paseo y playas. Desde que se inauguró el primer tramo de la Costanera en 2010 lo llaman ‘Encarna York’.

La avenida bordea 27 kilómetros del embalse que ensanchó el Paraná y reafirmó a Encarnación como destino turístico, ahora famoso por sus playas urbanas, además de por las ruinas jesuíticas de sus alrededores. La playa de San José es la más emblemática, con puestas de sol sobre el Paraná y buenas vistas de Posadas. Al lado, siguen en pie el molino harinero y el silo que atestiguan que allí estuvo el centro de Encarnación, antes de sumergirlo.

Bajo las explanadas y el agua del embalse de Yacyretá está el centro histórico de Encarnación, al fondo, la ciudad argentina Posadas.
Bajo las explanadas y el agua del embalse de Yacyretá está el centro histórico de Encarnación, al fondo, la ciudad argentina Posadas.Paula López Barba

Con él bajo agua, miles de personas perdieron su arraigo, y fueron desplazadas a barrios periféricos construidos a toda prisa, donde apenas tenían conexiones sociales ni fuentes de ingresos. “Se pasó por encima de lo local”, dice Jorge Toledo, arquitecto y urbanista español experto en procesos participativos y que conoce bien la ciudad. Trabajó en Ecosistema Urbano, un equipo internacional especializado en diseño social urbano y regeneración urbana sostenible que, tras un proceso participativo intenso, se encargó de redactar los planes de Desarrollo Sustentable y de Ordenamiento Territorial de Encarnación. Fueron aprobados en 2021 y son la hoja de ruta para el futuro de la ciudad.

“En Encarnación el proceso de transformación fue muy traumático, la inundaron y después diseñaron la costa”, afirma Toledo, que prefiere las soluciones basadas en la naturaleza a la ingeniería dura del nuevo frente fluvial. “No hubo diálogo con lo existente, había vegetación autóctona y ahora es una línea de arena y agua”. Tampoco lo hubo con muchos habitantes de las zonas inundadas que se sintieron ignorados, especialmente los pueblos originarios, a pesar de que su idioma dé nombre a la hidroeléctrica Yacyretá. Según la EBY, entidad binacional que la gestiona, significa ‘lugar donde brilla la Luna’ o ‘lugar de aguas difíciles’ en guaraní.

Pero Encarnación se percibe como un caso de éxito en Paraguay porque ahora la ciudad mira al río y se puede disfrutar de él. No es así en Asunción, donde el río Paraguay es la trastienda. Su orilla es un cinturón de pobreza que se conoce como “los bañados”. Allí están la mayoría de los barrios informales, que se inundan cada vez que el río crece. Solo en una parte del centro de Asunción hay una pequeña costanera con una playa muy frecuentada los fines de semana, cuando las personas pescan y se bañan, aunque esté contaminado. En una ciudad con un clima subtropical húmedo y temperaturas cada vez más altas, quieren disfrutar del agua y disponer de más espacios públicos exteriores donde reunirse. Una buena relación entre la ciudad y el río mitigaría las consecuencias de la crisis climática y mejoraría la calidad de vida de sus habitantes humanos, animales y vegetales.

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