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Murui Buue, una lengua que vive en las canciones y una forma de resistir en la selva

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Murui Buue, una lengua que vive en las canciones y una forma de resistir en la selva

Zoila Ochoa lidera la lucha por la recuperación de las palabras y costumbres de su etnia, golpeada por las fiebres extractivistas en la Amazonia peruana

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Un canto comunitario, desplegado en forma de ronda, suena en medio del bosque y se confunde con el trinar de algunos pájaros. Varios integrantes de la etnia Murui Buue giran danzando en torno al tronco de un árbol, al pie del cual Desiré, una pequeña de seis años, escarba en la tierra, como si buscara raíces sumergidas en la profundidad del barro y la memoria.

Zoila Ochoa, líder de Centro Arenal, una comunidad ubicada a una hora de Iquitos por el río Amazonas, está en el círculo y tiene una corona de plumas azules de guacamayo. Alza los brazos al cielo y canta en su lengua, en la cual su nombre es Nofikɨ Komekɨ (Corazón de piedra). Desiré se llama Buinaño (Sirena) y una pequeñita que salta cerca es Safia (Flor).

Safia es la única persona de esta comunidad inscrita en el Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (Reniec) con su nombre indígena. Todas las demás, que suman más de 40, tienen un nombre en castellano, pero a la vez en Murui Buue, un idioma que aún no está reconocido como una de las 48 lenguas indígenas que se hablan en todo el Perú.

El Ministerio de Cultura sí reconoce al Murui Muinani. Aunque Ochoa sostiene que tal lengua no es igual a la que, desde el año 2000, ella procura preservar. Lo hace en la Escuela Autónoma Murui Buue Centro Arenal Río Amazonas, hoy ubicada en su casa, una acogedora cabaña de madera donde cuelgan varios carteles de colores que representan objetos, plantas, animales y frutas.

Uno de ellos dice Oogodo, significa plátano; otro, tiene el dibujo de un cóndor y dice Urujaiño; y en otro hay un árbol y dice Amena. Con este y otros métodos didácticos, los miembros de esta comunidad salvan sus palabras, su cosmovisión, su forma de estar en la selva. Y también salvan el bosque sembrando árboles y plantas medicinales.

Los Murui Buue, según testimonios recogidos por el antropólogo Carlos Quispe, llegaron a esta parte de la Amazonia a comienzos del siglo XX, cuando la fiebre del caucho arreciaba. Julio César Arana, un individuo que emprendió un genocidio para expandir sus plantaciones de shiringa (Hevea brasiliensis), los trajo a la fuerza desde la cuenca del río Putumayo.

Niñas y mujeres escuchan al sabio de la comunidad, Santiago Pérez, contar historias de su pueblo bajo las estrellas, en Centro Arenal.
Niñas y mujeres escuchan al sabio de la comunidad, Santiago Pérez, contar historias de su pueblo bajo las estrellas, en Centro Arenal. SEBASTIAN CASTAÑEDA

Una noche reciente, frente a una fogata, el sabio anciano Santiago Pérez Flores cuenta la historia de una niña indígena que se encontró con una cría de boa. Después, Zoila relata que su padre llegó “caminando durante la guerra con Colombia”, un conflicto fronterizo selvático que este país libró con el Perú en 1932. Ella sabía que ya había gente de su etnia acá.

Todo eso hace que, hasta hoy, el recuerdo de la ‘fiebre del caucho’ sea tormentoso para los Murui Buue. Cuando terminó esa época maldita, hacia 1912 y debido a que los británicos sembraron shiringa en el sudeste asiático, fueron estableciéndose de manera permanenteen estas tierras, que deben su nombre a la arena que hay entre el bosque.

Luchando contra el despojo

En 1975, durante el Gobierno del general Juan Velasco Alvarado, Centro Arenal logró ser titulada como comunidad nativa. Pero ahí comenzaron otros problemas: al pasar el Perú de la fiebre del caucho a cierto boom petrolero llegaron a la comunidad, como explica Quispe, migrantes de otros lugares atraídos por el trabajo que daban los hidrocarburos.

Zoila Ochoa Garay se prepara para la danza típica en la maloca.
Zoila Ochoa Garay se prepara para la danza típica en la maloca. SEBASTIAN CASTAÑEDA

La presencia de comuneros no indígenas provocó que, en el año 2000, algunos de los nuevos habitantes presentaran una demanda para que el territorio sea parcelado (y eventualmente vendido por sus parceleros), según ellos porque allí ya no vivían indígenas. “Fue entonces que mi tío Arturo Garay se levantó en una asamblea a protestar”, relata.

Garay, el último hablante de Murui Buue de esta comunidad, impulsó el rescate de las danzas, las costumbres, las canciones, la lengua misma. Sin su impronta no existirían hoy los vestidos típicos (blancos y con figuras geométricas negras), los nombres indígenas que usan los comuneros, ni el manejo tradicional del bosque.

Ese mismo año comenzó la enseñanza de la lengua, mediante cantos, danzas y relatos. En 2004, se formó el grupo de danza ‘Tuhuayo’, que es el que se presentó en medio del bosque, donde Buinaño revolvía la tierra. En 2010, la enseñanza se trasladó a la casa de Zoila, donde además de los carteles, hay carpetas, una pizarra, un manguaré.

Alumnas cantan el himno nacional de Perú en el idioma Murui Buue en la Escuela Autónoma Murui Buue, fundada por Zoila Ochoa.
Alumnas cantan el himno nacional de Perú en el idioma Murui Buue en la Escuela Autónoma Murui Buue, fundada por Zoila Ochoa. SEBASTIAN CASTAÑEDA

Garay murió en 2018, pero ya Zoila había asumido el liderazgo en esta tarea. Creó también la Asociación Mujer Semilla, una de cuyas labores consiste en sembrar plantas en un área de 1,7 hectáreas, de las 1.900 que tiene en total la comunidad. Allí siembran especies forestales, medicinales y frutales, como el umarí (Poraqueiba serícea), al que llaman Nekana.

O el sacha ajo (Mansoa alliacea), una especie medicinal que incluso fue usada como paliativo durante la pandemia. Al borde de un camino, hay un plantón de cedro (Cedrela odorata), un árbol que puede demorar décadas en crecer. La mirada de Zoila hacia el bosque parece apuntar también al futuro, mientras sus nietos corretean por las inmediaciones.

Cuidar el bosque

Se trata de un asunto crucial. Según estudios de Conservación Internacional (CI), una institución que en el 2022 le otorgó a Zoila la beca del Programa Mujeres Indígenas de la Amazonía para que fortalezca el trabajo en la comunidad, los bosques, humedales y manglares son gigantescos depósitos de carbono, por la ingente capacidad que tienen de capturar CO2.

Pescados cocinados a la parrilla envueltos con  hojas de árbol 'Parangua Panga'.
Pescados cocinados a la parrilla envueltos con hojas de árbol 'Parangua Panga'.SEBASTIAN CASTAÑEDA

Si se degradan más los bosques que hay en el territorio de Centro Arenal, se producirá un punto de ‘carbono irrecuperable’, es decir una pérdida de carbono que demorará mucho en ser revertida, y que hará más difícil la lucha contra el cambio climático. También en este rincón de la Tierra donde la biodiversidad aún se respira.

Un tucán (nokaido en Murui Buue) acaba de posarse sobre un árbol cercano a la cocina de la casa de Ochoa, como para evidenciarlo. Mientras, ella y su familia cocinan el pescado boquichico (Prochilodus nigricans) envolviéndolos en hojas de una palmera llamada paragua panga, que ella extrajo del bosque a punta de hachazos.

Para beber habrá cahuana, bebida tradicional que se prepara con esencia de almidón de yuca y extracto de frutas como el aguaje (Mauritia flexuosa), que en la Amazonia es conocido como el árbol de la vida. Hay una enorme olla en la cual hombres y mujeres de la Escuela Autónoma se van turnando para mover el líquido con un cucharón de madera.

La cultura indígena acá vive, y los bosques sobreviven, pero nuevas amenazas, parecidas a las que en el pasado golpearon a los ecosistemas y a los indígenas, asoman. Los Murui Buue tienen un Sistema de Alerta de Delitos Ambientales y Territoriales (SAAT) para contener los intentos de invasión de sus territorios. Para ello, cuentan con un dron.

Zoila Ochoa cuida a las plantas de su vivero junto a Desiré, en la comunidad de Centro Arenal.
Zoila Ochoa cuida a las plantas de su vivero junto a Desiré, en la comunidad de Centro Arenal. SEBASTIAN CASTAÑEDA

La lucha continúa

Zoila recuerda una ocasión reciente, cuando un grupo de colonos trató de meterse en un sector de la comunidad. Su hijo Arthur Cruz Ochoa, jefe comunal, cuyo nombre es Monilla Amena (Árbol de la abundancia), acudió con un grupo de comuneros a enfrentarse a los invasores. Ella también estaba y cuenta que “hubo gritos y por poco una pelea”.

Cerca avanza una carretera que pretende ir de Iquitos hasta El Estrecho, en la frontera con Colombia, atravesando parte del territorio de la comunidad. “Si se hace, se meterán solo los que quieren hacer negocio”, declara, como imaginando un futuro lleno de tiendas y no de bosques. El Estado les tendrá que consultar, pero eso aún no ha ocurrido.

Al fin, esta comunidad resiste y, como dice un estudio preliminar de la Escuela de Antropología de la Universidad de la Amazonia Peruana (UNAP), conducido por Juan Pablo Moncada, está en un “proceso de revitalización cultural”. De ello dan buena fe Safia, Buinaño y Jai Nao Anedu Moto (Raíz de esta Tierra) que danzan con grandes sonrisas.

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