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En colaboración conCAF

Los Waorani se convierten en águilas para proteger la Amazonia ecuatoriana

Un grupo de monitores conocidos como Kenguiwe o “águilas arpías” vigila el territorio de esta nacionalidad indígena para evitar el avance de la deforestación, la extracción ilegal de madera y el extractivismo

Nancy Guiquita, presidenta de la comunidad Obepare viaja en una canoa sobre el río Ñushiño.
Nancy Guiquita, presidenta de la comunidad Obepare viaja en una canoa sobre el río Ñushiño.Patricio Terán

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José Nenquimo se sube cada semana a un pequeño monte desde donde observa el bosque primario que rodea al territorio Waorani en la Amazonia ecuatoriana. Sin necesidad de anteojos o binoculares, logra identificar un espacio donde se ha talado madera a más de 20 metros de distancia. Como si tuviera alas, él corre a través de la vegetación de la selva para tomar fotografías de la amenaza con su celular. Su destreza no sorprende a sus compañeros. Nenquimo es parte del equipo de “águilas arpías”, que protege y monitorea el hogar de esta nacionalidad indígena.

De acuerdo a la cosmovisión de los Waorani, una de las 11 nacionalidades indígenas de la Amazonia ecuatoriana, estas aves son como los centinelas de su mundo. Con su visión, hasta siete veces más poderosa que la de los humanos, y con sus garras, del tamaño de un oso, las águilas arpías vigilan las 800.000 hectáreas que pertenecen a este pueblo en las provincias de Pastaza, Napo y Orellana.

Para complementar esta protección que reciben desde el aire, los Waorani formaron un grupo de hombres y mujeres que han adquirido las destrezas de las águilas arpías. Nombrados los Kenguiwe, como se conoce a estas aves en la lengua Wao Terero, recorren todos los días el territorio para evitar el avance de actividades como la tala de madera, la caza y pesca, la contaminación y la minería ilegal.

“Ya me están saliendo plumas en los brazos”, bromea Nenquimo, quien integra este grupo desde sus inicios en 2021. Primero fue monitor de su comunidad Konipare, después coordinador del grupo de Napo y ahora dirige a los 12 monitores Kenguiwe que se distribuyen por las tres provincias donde habitan los Waorani. Durante estos casi cuatros años, el equipo ha logrado registrar y mapear 1.063 alertas, incluyendo aprovechamiento de madera y flora, deforestación, invasiones, caza y pesca ilegal, contaminación, construcción de vías, así como minería ilegal en su territorio.

La Nacionalidad Waorani instaló una estación de control en el cantón Arajuno, provincia de Pastaza.
La Nacionalidad Waorani instaló una estación de control en el cantón Arajuno, provincia de Pastaza.Patricio Terán

Gracias a sus recorridos y a la coordinación con las comunidades, los Kenguiwe han elaborado mapas de calor para identificar las zonas con más amenazas, han emprendido acciones para evitar que extraños ingresen a su territorio y han combatido la tala ilegal de madera, que es una de las principales amenazas para su hogar y para el Parque Nacional Yasuní, también considerado parte de su territorio ancestral.

Conocimiento tradicional y tecnología

El monitoreo es milenario, dice Ene Nenquimo, vicepresidenta de la Nacionalidad Waorani del Ecuador (NAWE). En la antigüedad, sus ancestros se dividían en clanes o tribus para resguardar las cabeceras de los ríos Napo, Villano y Pitacocha, al igual que la actual Reserva de Biósfera del Yasuní.

Tuvieron su primer contacto con el mundo occidental hace 60 años, cuando ingresó la industria petrolera a su hogar. A pesar de que aún viven rodeados de bosques primarios, las actividades extractivas avanzan en la zona.

Según datos de la plataforma MapBiomas, el 63% del territorio indígena de la Amazonia ecuatoriana está concesionado a bloques petroleros y esta región ha perdido 379.000 hectáreas de bosque entre 1985 y 2020. A estos impactos, se suman los más de tres derrames de petróleo semanales que se registran en las provincias amazónicas, según el Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica (MAATE).

“Ya sentimos los efectos del cambio climático por la tala de árboles y el daño a los suelos amazónicos”, dice José, quien explica de memoria cómo la deforestación libera carbono a la atmósfera, y describe el temor de iniciar el ‘punto de no retorno’ en la próxima década, como lo han previsto investigadores como Carlos Nobre. El problema es latente en la Amazonia ecuatoriana. En los últimos ocho años, la Unidad de Protección del Medio Ambiente de la Policía Nacional (UPMA) ha retenido 25.200 metros cúbicos de madera en esta región.

 Kleber Andi y Laura Enqueri miran una aplicación de celular donde se coloca información de las posibles amenazas a la selva amazónica.
Kleber Andi y Laura Enqueri miran una aplicación de celular donde se coloca información de las posibles amenazas a la selva amazónica. Patricio Terán

Por eso, la Nacionalidad Waorani del Ecuador, mediante una Asamblea, decidió activar su sistema de monitoreo que abarca a las 87 comunidades. Con el apoyo técnico de la Fundación Ecociencia, los Waorani implementan la vigilancia satelital y en campo. Javier Vargas, coordinador de Gobernanza y Gestión Territorial de Ecociencia, explica que desde el 2017 se empezaron a construir las metodologías. En función a las presiones socioambientales, los Waorani designaron cuatro personas para que monitoreen Pastaza, cuatro en Orellana y cuatro en Napo.

“La diferencia es que en el pasado nos defendíamos con lanzas y ahora nos ayudamos de la tecnología”, dice Ene, mientras toma fotografías de un ceibo con su celular, la principal herramienta de monitoreo. Laura Enqueri, coordinadora territorial Kenguiwe de Pastaza, camina hasta ocho kilómetros diarios por la selva amazónica. Cuando encuentra una actividad ilícita, registra en su teléfono las coordenadas, la fecha, el tipo de presión y el tamaño del área afectada. También sube imágenes que funcionan como evidencias.

Una vez que tiene conexión a Internet, los hallazgos se cargan automáticamente en una plataforma en línea. Para la monitora de 27 años, que ahora domina el proceso, lo más difícil fue aprender a “coger el punto de ubicación”.

Luego, José Nenquimo analiza la información en la oficina de la NAWE en Puyo, la capital de Pastaza. Durante estos cuatro años se ha convertido en un experto en esta tecnología. Cada semana, se asegura de que los datos reportados sean fiables y determina la gravedad de cada evento en el mapa satelital. Al final del mes, entrega un reporte con las conclusiones al Consejo de Gobierno de la NAWE para evaluar los siguientes pasos.

Controles en las vías

Carolina Rosero, directora del programa Amazonia de Conservación Internacional (CI) Ecuador, considera que el monitoreo comunitario es indispensable para proteger esta región, ya que el 63% de la selva ecuatoriana está en manos de pueblos y nacionalidades indígenas. La deforestación, dice, es una de sus principales amenazas. Esta no solo tiene implicaciones en el cambio climático, sino también en la regulación de los ciclos hídricos y en los modos de vida de las poblaciones. Al talar los árboles, se pierde biodiversidad, que es el alimento de estas comunidades, y se cambian las propiedades del suelo, lo que afecta la siembra de productos vitales para su dieta.

Gracias al monitoreo de las águilas arpías han constatado que el aprovechamiento de flora, deforestación y tala ilegal de madera están entre las principales amenazas. Las tres suman el 49,17% de los 1.063 reportes obtenidos en estos casi cuatro años.

Un letrero en la selva amazónica.
Un letrero en la selva amazónica.Patricio Terán

La pérdida de la selva es una de las mayores preocupaciones para los Waorani. El equipo ha reportado la deforestación de 306 hectáreas de bosque, lo que equivale a 756 canchas de fútbol.

“¿Sientes el oxígeno? Esto solo se siente en el bosque primario. Es lo que queremos proteger”, dice Ene, mientras camina con los monitores de Pastaza por la vía Nushiño-Toñampare, que atravesará 42 kilómetros de selva virgen. Durante su recorrido, a solo tres kilómetros de la entrada, encontraron las huellas de árboles talados.

Debido al alto número de reportes, los Waorani instalaron un puesto de control en la entrada a la vía, que se empezó a construir en 2022. En marzo de 2023, la Organización Waorani de Pastaza (OWAP) presentó una denuncia al Ministerio del Ambiente para que se suspenda la construcción hasta que se asegure la protección de los ecosistemas.

En esta estación también controlan el paso de los vehículos hacia Obepare, una de las tres comunidades con el número más alto de reportes. El 61% de los eventos de extracción de madera en Obepare está relacionado a personas ajenas a la comunidad.

Verónica Enqueri, monitora de Pastaza, es la encargada de los controles en la vía. Su personalidad risueña y amigable cambia de forma drástica al detener a los vehículos. “Tengo que ser más seria para explicarles que está prohibido entrar al territorio”, dice. Les pregunta sus datos personales y el motivo de su visita. Si detecta algo sospechoso, les niega el ingreso. A mediados de julio un grupo de mineros ilegales intentaron ingresar. “Me asusté y no pude dormir toda la noche”, dice Enqueri, al recordar que incluso recibió amenazas.

Juan Bay, José Nenquimo y Roberto Ima, observan los puntos de inspección en un mapa.
Juan Bay, José Nenquimo y Roberto Ima, observan los puntos de inspección en un mapa.Patricio Terán

La estación cuenta con Internet, que funciona con energía solar, para comunicarse ante emergencias. Esa mañana, pidieron refuerzos a la presidenta de la comunidad Obepare, a la NAWE y a la Policía Nacional, quienes acudieron en su apoyo. En esos casos, cuenta José, se activa un protocolo para proteger a los monitores, ya que están conscientes de los peligros que implica combatir actividades ilegales. Además del puesto de control Nushiño- Toñempare, a finales de julio instalaron un centro en la entrada a la comunidad Meñepare, en Napo, otro punto conflictivo.

Ojos de águila en el Parque Nacional Yasuní

En Orellana no hay estaciones fijas. Los monitores caminan o recorren en canoa las áreas más amenazadas. Uno de los mayores logros del equipo Kenguiwe ha sido el trabajo con los guardaparques del Parque Nacional Yasuní. Roberto Lima, encargado de Gobernanza de la NAWE y parte de Kenguiwe, cuenta que en octubre de 2023, coordinaron acciones para decomisar motosierras y madera que iba a ser extraída del Yasuní.

Según la Unidad de Policía del Medio Ambiente (UPMA), la extracción ilegal de madera representa el mayor problema en este área protegida, la más grande de Ecuador continental. Se presume que las especies son transportadas hacia Perú a través del río Curaray. Uno de los principales problemas de las reservas en Ecuador, es la falta de vigilancia y accesibilidad.

Para acompañar el trabajo en esta zona, se realiza un monitoreo satelital. Jorge Villa, especialista en Sistemas de Información Geográfica y Sensores Remotos en Ecociencia, explica que movilizarse por estas zonas es costoso, demorado e inseguro. Con este proceso, se obtienen reportes para facilitar el trabajo de los Kenguiwe.

Miembros de la comunidad Waorani realizan un recorrido por el río Ñushiño.
Miembros de la comunidad Waorani realizan un recorrido por el río Ñushiño.Patricio Terán

Los datos satelitales permiten analizar los cambios de uso de suelo a lo largo del tiempo y la modificación del territorio con la apertura de vías. El equipo Waorani de Orellana logró demostrar la deforestación de 13 kilómetros de la selva virgen en Bataboro para abrir una vía para la minería ilegal. Pusieron una denuncia en Fiscalía y los militares retiraron a los invasores.

Para Juan Bay, presidente de la NAWE, es necesario reforzar la presencia de los monitores en campo, instalar más puntos de control y contar con tecnología para supervisar todo el territorio. Para sostener el proyecto a largo plazo, están en búsqueda de más fuentes de financiamiento.

La experiencia de los Waorani ha funcionado como un ejemplo para otras nacionalidades, como los Shuar y Achuar, que han implementado sistemas de monitoreo. Mientras tanto, los Kenguiwe siguen planificando nuevas rutas de vigilancia y moviéndose silenciosamente a lo largo del territorio Waorani para preservar los últimos bosques primarios, guiados por el vuelo de las águilas.


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