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Educación
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por qué apostar por la ternura en la primera infancia

De la misma forma que las experiencias adversas en la niñez generan efectos a largo plazo, el cuidado también perdura

Patricia Rodríguez juega con su nieta Yoselyn en Soacha, Colombia.
Patricia Rodríguez juega con su nieta Yoselyn en Soacha, Colombia.NATHALIA ANGARITA

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Los primeros años de vida representan una oportunidad única e irrepetible. Durante este período se establecen las bases neurológicas, cognitivas, emocionales y sociales que determinarán las capacidades, desarrollo y bienestar futuro de los niños y niñas. Cuantiosas investigaciones como la de James Heckman, Nobel de Economía, confirman el impacto que las inversiones realizadas en este periodo tienen en la educación, salud, productividad, inserción al mercado laboral y en la reducción de comportamientos de riesgo a lo largo de la vida. Además, esta es la inversión con mejores tasas de retorno y la más costo-efectiva en el largo plazo para los países.

El desarrollo óptimo de las habilidades y capacidades de los niños y niñas depende esencialmente de la calidad del cuidado proporcionado durante la etapa de gestación y en los primeros años de vida. Lamentablemente, numerosos niños y niñas en América Latina y el Caribe, especialmente aquellos que residen en contextos socioeconómicos desfavorecidos, vulnerables, privados de servicios básicos y en contexto de inseguridad, están lejos de recibir una atención adecuada en esta etapa crucial. Para algunos niños y niñas, las privaciones comienzan incluso antes de nacer, específicamente en la etapa de gestación, ya que muchas mujeres reciben atención médica insuficiente durante el embarazo y sufren de carencias y estresores en su entorno social.

Posteriormente, en los primeros años, se observan comúnmente experiencias adversas tipificadas en tres grandes rubros: el abuso (físico, emocional y sexual), la negligencia (física y emocional) y la vulnerabilidad familiar (abandono/carencia, violencia de género, salud mental, encarcelamiento y uso de drogas/adicciones), tal y como lo analizan los estudios de Mathey A. Harris. Estas experiencias tienen efectos negativos a lo largo de la vida ya que incrementan los riesgos en salud, salud mental, retraso en el desarrollo cognitivo y, además, pueden aumentar los riesgos de lesiones, infecciones de transmisión sexual e involucramiento en el tráfico sexual. También pueden incrementar los riesgos para la salud materna e infantil, incluyendo el embarazo en adolescentes, complicaciones en el embarazo y la muerte fetal.

Hagamos un breve recuento de las cifras más relevante para la región. Según Unicef, las estadísticas indican que solo una de cada diez mujeres embarazadas en América Latina y el Caribe se realiza más de cuatro controles durante el embarazo, lo que repercute en su propia salud y en la del bebé. Se estima que en la región casi 10% de los niños que nacieron en 2020 lo hicieron con bajo peso. Hasta el año 2022, alrededor de 5 millones de niños menores de cinco años padecían retraso en el crecimiento, indicador alarmante de la desnutrición crónica infantil.

De acuerdo con datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en América Latina y el Caribe fallecen diariamente 255 bebés antes de alcanzar el primer mes de vida, una cifra que representa un riesgo 2,5 veces mayor en comparación con los países de ingresos más elevados. En el mismo sentido, con relación a la estimulación temprana y desarrollo cognitivo, según datos de Unicef, un preocupante 18% de los niños entre tres y cinco años no alcanzaban un desarrollo apropiado en al menos tres de cuatro áreas clave: cognición, desarrollo motor, habilidades socioemocionales y aprendizaje.

Antes de la pandemia, el 11,4% de la población de la región vivía en pobreza extrema, cifra que aumentó al 13,1% en el caso de niños y adolescentes. En 2021, esta brecha se amplió significativamente. Además, la pandemia profundizó las desigualdades en la protección social y redujo la inversión en políticas sociales dirigidas a la infancia, aumentando los riesgos de transmisión intergeneracional de la pobreza. Para 2023, el 29% de la población de América Latina y el Caribe vive en situación de pobreza, proporción que asciende al 42,5% si se considera únicamente a niños y adolescentes. En materia de violencia, Unicef estima la tasa regional de homicidios de niños, niñas y adolescentes (12,6 por 100.000) es cuatro veces mayor que la media mundial (3 por 100.000).

Todos estos factores tienen impacto a lo largo de la vida en los niños y niñas latinoamericanos y generan un dolor social que será una carga para el futuro de la región. Pero no todo está perdido. Últimas investigaciones (Hillis, 2010, Bethell, 2019, Lieberman, 2015) muestran que , de la misma forma que las experiencias adversas en la niñez generan efectos perdurables, también las experiencias de cuidado y ternura tienen un efecto a lo largo de la vida. Estas experiencias rescatadoras como lo son apoyo y cuidado familiar, seguridad, predictibilidad en rutinas, disfrute en el juego y escuela, apertura emocional, entre muchas otras, tienen efectos en prevención de embarazo adolescente, contra riesgos psicosociales, problemas familiares, laborales, afectaciones de salud, especialmente en salud mental.

En este sentido, CAF -banco de desarrollo de América Latina y el Caribe promueve una inversión integral en la primera infancia desde el cuidado cariñoso. La apuesta por la primera infancia es una apuesta por la resignificación, la ternura y por las nuevas oportunidades para los niños y niñas latinoamericanas.

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