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En colaboración conCAF

Un laboratorio de semillas en el corazón de la Amazonia para restaurar la selva

El proyecto Amazonía Emprende, en el departamento colombiano de Caquetá, trabaja por recuperar las especies autóctonas de la selva

Julie Hernández, cofundadora y directora ejecutiva de Amazonía Emprende, en Florencia, Caquetá, el 10 de febrero del 2024.Foto: Nathalia Angarita | Vídeo: Nathalia Angarita
Noor Mahtani

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Los días de recolecta, el profesor Iván Gómez se enfunda en unas botas de lluvia, ata su machete a un lado del cinturón, carga una nevera portátil y se echa a andar. Se adentra en el bosque como lo hacía cuando era pequeño: con ilusión y algo de adrenalina. “Yo creo que vamos a encontrar muchas semillas”, augura. Minutos más tarde, se mueve entre los árboles de amplias copas y anchísimos troncos con los ojos clavados en el cielo; el terreno se lo conoce a la perfección. “Ajá, ahí está. Este es de caucho nativo, también hay copoazú. Y este de aquí es caimo colorado. Estamos de suerte”, cuenta. Recoge un fruto amarillo del suelo, lo pela y extrae unas pepitas negras que guarda con mimo en un papel de periódico que señaliza como “Caimo 1″. Un par de horas más tarde, cada una de las simientes estará sometiéndose a un tratamiento diferente de germinación para ver cuál es más eficaz. La idea, cuenta este autodidacta reconocedor de especies nativas, es restaurar poco a poco la Amazonia con especies que estaban mucho antes de que los machetes entraran a la selva con otro propósito.

Bryan Castillo, Julie Hernández e Iván Gómez buscan semillas en el bosque de la finca de Amazonía Emprende.
Bryan Castillo, Julie Hernández e Iván Gómez buscan semillas en el bosque de la finca de Amazonía Emprende. NATHALIA ANGARITA

Esta selva que conoce como la palma de su mano es un pedacito de la finca que ocupa la empresa Amazonia Emprende en Caquetá, uno de los seis departamentos amazónicos de Colombia. Estas 30 hectáreas de bosque restaurado se han convertido en un oasis en medio de otros modelos extractivistas que imperan en la zona. Pero fue precisamente la industria maderera la que afinó la vista de Gómez, quien se dedicó a la tala de árboles hace unos años y aprendió a reconocerlos con avidez. Ahora, usa todo ese conocimiento para revertir lo que él mismo y miles de madereros más han provocado. En las expediciones lo suele acompañar también Brayan Castillo, de 20 años. Este joven lleva el registro de todos los datos de cada simiente que recolectan: la geolocalización, la cantidad, el estado en el que la encontraron... “Nos sirve mucho saber de dónde viene cada una de las semillas por la trazabilidad. Es importantísimo”. La selección es tan minuciosa que parece que lo que buscan son piedras preciosas. “Solo nos llevamos las que estén en óptimo estado”, dice.

Una vez en el vivero, empieza la alquimia. Las semillas se cuidan con ese mismo esmero y a cada una de la misma camada se les somete a un proceso diferente: riego con agua caliente, fría, combinado con agua de coco, con una pequeña sutura... “Hemos conseguido que semillas que tardan meses en germinar lo hagan en apenas dos semanas”, dice con orgullo.

Amazonia Emprende empezó en 2019 a investigar sobre los procesos de restauración sin imaginarse que cuatro años más tarde se convertirían en un referente de la técnica y la conservación en el país. Aunque imparten talleres en su Escuela Bosque, ubicada a una hora en coche desde la capital, Florencia, el proyecto que tiene más llama la atención es el Centro de Semillas de Especies Nativas de la Amazonia. No existe otro igual en el bioma aunque es central para su restauración. Esta selva está tan deteriorada que empieza a asomarse al punto de no retorno. Según la comunidad científica, si llega a un 20% de deforestación, perdería la capacidad de regenerarse. Actualmente, la Amazonía alcanzó el 17%.

Por eso para Julie Hernández, cofundadora de la empresa, es fundamental que la restauración se convierta también en una opción competitiva con otras fuentes de ingreso en la región como la ganadería, impregnada en el ADN de los caqueteños. “Hay que empezar a generarle ingresos a los dueños de los árboles semilleros porque, en este momento, para el dueño de la finca ese árbol es igual que cualquier otro. Entonces, cuando llegan las épocas de quema le prenden candela”, explica Hernández a dos alumnas de uno de los talleres de fin de semana. “Pero, ¿qué pasaría si yo le digo al dueño que tiene un tesoro y que le voy a pagar por sus semillas?”. Para esta bogotana que se empeña en ver el vaso medio lleno, restaurar la Amazonía puede -y tiene que- ser también rentable.

Actualmente, el Centro de Semillas cuenta con un acervo de 61 especies y monitorea alrededor de 15.000 árboles. Los procesos de reproducción y germinación de estos solo han generado un 5% de mortalidad en las plántulas que siembran posteriormente. Este proyecto será escalado gracias a una generosa inversión del BID Lab. Otra organización no gubernamental, Acumen, analiza actualmente realizar una inversión en esta iniciativa. “Lo que hacemos tiene un efecto multiplicador porque al ecosistema que existe hoy, como es mucho más rico, llegan decenas de dispersores [aves, murciélagos…] que llevan las semillas a otros rincones”, cuenta Julio Andrés Rozo, cofundador de Amazonía Emprende. “Usamos la ciencia y la experiencia que hemos ido adquiriendo. Y funciona, por eso queremos difundirlo con otros vecinos o campesinos. Esto no se trata de competir. Restaurando ganamos todos”.

“La torta es tan grande que hay para todos”

La nueva financiación abre también nuevos escenarios. Hernández querría empezar a pagar por las semillas, como comentaba en el taller, para aumentar el acervo e implicar en el proceso a más gente. Además, quisieran escalar el laboratorio, la red de viveros y diseñar un modelo de venta y marketing para monetizar todo ese material. “Toda la ciencia que generemos será pública. La torta es tan grande que hay para todos”, dice.

Semilla de caimo en el bosque de la finca de Amazonía Emprende.
Semilla de caimo en el bosque de la finca de Amazonía Emprende. NATHALIA ANGARITA

Aunque lleva años subiendo con los demás reconocedores de especie al terreno, Hernández no deja de sorprenderse. Se ilusiona como una niña cuando encuentra semillas mordidas por los animales o cuando encuentra plántulas cada vez más firmes en el suelo. A cada duda, Gómez responde como una enciclopedia andante: “Este fono negro no tiene semillas pero es muy valioso; la cáscara del costillo rosado se usaba para curar el paludismo; el ahumado negro está en riesgo, toca cuidarlo bien...”. Hernández anota mentalmente cada uno de los detalles nuevos. “Cuando ves plantines como estos ya no pisas el suelo igual, porque sabes que está el bosque en crecimiento. Si la sociedad tuviera estos ojos, también miraría diferente la Amazonia”, dice. “Protegerla será importante no solo para mantener este enorme sumidero de carbono; sino para cuidar este banco de alimentos y medicinas de la que sabemos aún muy poquito”.

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