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En colaboración conCAF
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Los tareferos, los cultivadores de la yerba mate, exponen el ‘lado B’ de la bebida más argentina

Detrás de la popular infusión, hay condiciones de trabajo indignas. Además, se temen despidos masivos por la desregulación de la economía impulsada por Milei

Un trabajador rural cosecha hojas de un arbusto de yerba mate, en la provincia nororiental argentina de Misiones, el 27 de agosto de 2015.
Un trabajador rural cosecha hojas de un arbusto de yerba mate, en la provincia nororiental argentina de Misiones, el 27 de agosto de 2015.Ricardo Ceppi (Getty Images)
Agustín Gulman
Buenos Aires -

“Que el placer de tomar mate no descanse sobre la esclavitud del tarefero”. La frase escrita en banderas y entonada en populares canciones fue un símbolo de la lucha de los trabajadores que cosechaban la yerba mate en los inicios de la década pasada. Se calcula que los argentinos consumen alrededor de 100 litros de mate, la bebida nacional. Sin embargo, detrás de la infusión considerada vital para millones —equivalente al café mañanero para muchos argentinos— hay condiciones de vida indignas, largas jornadas laborales con salarios decadentes, trabajo infantil, un hábitat insalubre y enfermedades. Además, hoy los cultivadores temen que la desregulación de la economía que impulsa el Gobierno del ultraderechista Javier Milei afecte al sector y se produzcan despidos masivos.

Cuando tenía 12 años, Sonia Lemos (Misiones, 43 años) acompañó por primera vez a su padre al yerbal en el que trabajaba. “Empecé de guaina (joven), no tuve la posibilidad de estudiar. Yo tenía que ir sí o sí con él, éramos diez hermanos. Ahí aprendí todo sobre la yerba”, cuenta. Treinta años más tarde, el cuerpo le pasa factura por el tiempo dedicado a la cosecha, una actividad sacrificada donde se cargan pesadas toneladas de hojas en jornadas que pueden superar las 12 horas, sin importar que el rayo del sol caliente la tierra roja del norte argentino, o que el frío invernal produzca heladas que congelen los huesos. Lemos, que hace más de una década es la secretaria general del Sindicato de Tareferos de Montecarlo – una ciudad ubicada a dos horas de Iguazú -, hoy sufre hernias de disco, un dolor agudo en una de sus muñecas y meses atrás se enfermó de neumonía, lo que le valió una discusión con su patrón, que no quería reconocer que se trataba de una enfermedad laboral. “El nuestro es un rubro muy complicado”, grafica en una entrevista con América Futura.

Oro verde

El mate es la bebida nacional de los argentinos. Entre enero y noviembre de 2023 se procesaron alrededor de 735.122 toneladas de yerba, según el Instituto de la Yerba Mate. En el país se bebe más mate que café, cerveza o vino y cada paquete cotiza en alza, más aún luego de la disparada inflacionaria registrada desde diciembre. En los supermercados, un kilogramo se consigue a 3.400 pesos argentinos (4,5 dólares al tipo de cambio oficial).

La contracara es elocuente: un yerbatero percibe 18.600 pesos argentinos por cada tonelada de yerba cosechada (unos 22 dólares). Se calcula que por mes se pueden recolectar seis toneladas y los salarios ascienden a unos 200.000 pesos mensuales, la mitad de lo que se debe ganar en el país para no ser considerado pobre, de acuerdo a las estadísticas oficiales de diciembre. En la región yerbatera —las provincias de Misiones y Corrientes—, se estima que hay unos 18.000 trabajadores, aunque la cifra podría ser mayor si se cuenta a aquellos que no se encuentran registrados. Pero además, sólo están en actividad entre cuatro y seis meses del año, en la época de zafra, y luego quedan desocupados y perciben un subsidio por desempleo.

La jornada de un tarefero que no vive en el yerbal comienza a las 4 de la madrugada recorriendo en camiones largas distancias para llegar a los cultivos, y puede extenderse por más de 12 horas, según la época y la zona de producción. Muchos pasan varios días en los establecimientos, alejados de sus hogares, en campamentos precarios donde duermen a la intemperie o con un mínimo resguardo del frío, el calor o la lluvia, sin sanitarios ni cocina.

Rubén Ortíz (55 años), docente y referente del Sindicato de Tareferos, advierte que hoy quienes cultivan la yerba mate “viven como esclavos”. “Cientos de compañeros están hambreados”, lamenta en diálogo con América Futura, y describe como indignas las condiciones de vida, incluso a pesar de que en los últimos años hubo mejoras. “No hay controles del Estado, el transporte es malo para llegar a los yerbales, faltan herramientas y ropa de trabajo adecuadas. Comen sobre cultivos que acaban de ser rociados con agrotóxicos y no hay medidas de seguridad e higiene”, dice.

Ortiz era maestro rural en una escuela a la que asistían los hijos de los tareferos y se convirtió en uno de los referentes sindicales luego de una crisis en el sector después de 2004, en un contexto de extranjerización de tierras que llevó a que en pocos años se redujeran de 8.000 a 4.000 las hectáreas plantadas con yerba y fueran reemplazadas con pinos para la producción de celulosa, lo que provocó despidos masivos. En 2008, los trabajadores crearon el sindicato en medio de denuncias por salarios paupérrimos, empleo infantil y esclavitud. “El problema hoy – reflexiona – es que los trabajadores no participan de la renta. Hay una cultura de explotación. Los tareferos viven muy mal, muchos de ellos a los 42 años no sirven más porque tienen muchos problemas de salud”.

Lemos cuenta que en la última década obtuvieron mayor reconocimiento, aunque aclara que siempre fue producto de protestas. “Antes cargábamos a mano los raídos de 40, 50 kilos, y logramos tener cargadores hidráulicos. También había mucha violencia de género y se logró mayor respeto”, valora. “En 2023, hubo muchos adolescentes que comenzaron a trabajar como tareferos porque no tienen la posibilidad de estudiar, hay pocos recursos, entonces los padres se acercan al juzgado y dan la autorización”, lamenta. Uno de esos jóvenes es su hijo mayor. “Dejó los estudios y fue a trabajar para ayudar a la casa porque yo no podía darle todo lo que deberían tener”, cuenta.

En la Argentina, el trabajo infantil está prohibido por ley y en el sector rural sólo se autoriza a que jóvenes de entre 16 y 18 años sean empleados bajo el consentimiento de sus padres. Aunque ahora hay más relevamientos, durante muchos años era habitual ver a niños en los yerbales. En junio de 2023, en una serie de fiscalizaciones se relevaron “indicios de explotación laboral” en dos establecimientos de cultivo de yerba en Misiones, según el Registro de Trabajadores Rurales y Empleadores, que detectó que había un chico de 15 años y otros cinco adolescentes cumpliendo labores.

Pedro Galeano (Misiones, 25 años) comenzó a trabajar como tarefero junto a su padre cuando tenía 16 años, unos meses después de dejar la escuela. “Ahora estamos parados, la zafra comienza en marzo-abril”, responde ante la consulta de América Futura. Mientras no hay cosecha, se gana la vida como peón en chacras de su ciudad, Montecarlo. “Este era el único trabajo que podía hacer. Al principio iba dos veces por semana porque me cansaba”, recuerda el joven. “Si el cultivo queda lejos, salimos a las 4 de la madrugada. Llegamos al yerbal dos horas después y trabajamos de ocho o nueve horas. Ahora mejoró un poco la situación, pero cuando empecé tenía que cargar a mano el camión con los raídos. Ahora hay más máquinas”, dice. “No me gusta mucho el trabajo, pero es la única alternativa laboral”, expresa.

Desafíos y temores

Los trabajadores temen que la desregulación de la economía que impulsa el presidente Milei perjudique al sector, con el cierre de establecimientos y despidos masivos. Los indicios no son menores: el ultraderechista derogó mediante por decreto el Instituto de la Yerba Mate, creado por ley en el año 2002 para regular la cadena de producción y comercialización. Según pequeños productores y cooperativas, la medida otorga facilidades para que los grandes capitales arrasen el sector y los trabajadores consideran que es una afrenta a sus derechos básicos.

“Hay 17.500 pequeños productores que están en peligro y la bebida nacional puede terminar produciéndose con un 80% de mano de obra esclava. Esto debe avergonzarnos”, se indigna Ortíz.

El sindicalista considera que para mejorar las condiciones se debería masificar una propuesta educativa que profesionalice la actividad. “No alcanza con una capacitación, debe haber técnicos en producción, elaboración y comercialización. Si no forman al que seca la yerba, por más que incorporen máquinas, se pierde un saber esencial, artesanal”, razona.

Lemos remarca que defenderán los puestos de trabajo “hasta lo último”. “Es es una lucha justa, peleamos por nuestra dignidad. Hay muchas familias que pueden quedarse sin el pan en la mesa”, agrega. “Los que cosechamos la yerba – dice emocionada - hacemos un trabajo muy sufrido, es el único que hay en la zona, la mayoría no tenemos estudios, somos muy humildes. Cada vez que tomen mate acuérdense de todos los tareferos, es una yerba que se obtiene con mucho sacrificio y dolor”.

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