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Amazon
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Jeff Bezos y la desigualdad

El caso del fundador de Amazon muestra que no se debe limitar la capacidad de crear empresa, ni restringir el avance de los negocios con el argumento de que empeoran la inequidad

Jeff Bezos
Jeff Bezos habla en un evento antes de presentar el módulo de aterrizaje lunar Blue Moon de Blue Origin, en Washington, el 12 de julio de 2021.Patrick Semansky (AP/LaPresse)

Jeff Bezos, el fundador de Amazon, es uno de los hombres más ricos del mundo. Por esa condición debiera tener varias cosas de qué arrepentirse, según una vertiente de opinión pública y de educación escolar y universitaria en boga, que considera que quien aumente la desigualdad social es culpable en materia grave. Jeff Bezos, de hecho, ha deteriorado substancialmente la desigualdad en el mundo. Veamos cómo lo hizo, cómo se consumó su pecado y su culpa.

Abundan las anécdotas sobre la decisión de Bezos de embarcarse en la venta de libros en línea. En 1989, a los veinticinco años, trabajó en un startup de sistemas para transacciones financieras. Pronto se dio cuenta de que la plata grande se hacía en Wall Street y no con programas de computador para instant-trading. Dejó la computación, que había estudiado en la universidad, se empleó en D. E. Shaw & Co., una firma financiera, y se dedicó a desarrollar ideas arriesgadas con internet, que para muchos de nosotros no pasaba de ser una herramienta muy chévere para comunicarnos.

En esas estaba cuando se le ocurrió la idea de “The everything store”, la tienda de todas las cosas (es además, el nombre de un libro sobre Amazon). El momento eureka fue imaginar un intermediario en internet, entre productores y consumidores, que evadía el comercio físico basado en un local en la calle, vitrinas y estantes. ¿Por qué no facilitar a los fabricantes vender en línea directamente a los consumidores? Como lo cuentan Ben Gilbert y David Rosenthal, en su imperdible podcast Acquired, la idea era volver logaritmos todo lo que sucedía una tienda de ladrillo y cemento.

Hoy suena obvio, pero en ese momento era una idea pionera. No era evidente cómo iba a funcionar internet. La pregunta inicial era cuál categoría de bienes podía ser un buen comienzo para esa idea. Una vez escogido el producto, debían crear una forma fácil de comprar y vender, promover una base de consumidores, tener una forma confiable de pagos, atraer un tráfico de esos bienes y ver si volaba. Si había éxito, luego se podría sumar más categorías de productos.

Pensó en vender libros, que no parece los más obvio. Pero el libro tiene varias características apropiadas: irónicamente es un “commodity”, es decir un producto idéntico, con empacado y transporte estándar, del cual se puede vender todas las copias que la gente quiera. Los CD de música era una alternativa. Pero optó por los libros.

A la sazón, en Estados Unidos había 42.000 casas editoriales y tres millones de libros en el mercado. Funcionaban con dos grandes distribuidores que centralizaban el gran inventario editorial. De manera que si Bezos y sus amigos se conectaban con éstos, podían comercializar prácticamente cualquier libro.

La competencia serían las dos megalibrerías de EE UU, Barnes & Noble y Borders, que ofrecían unos 80.000 títulos en sus estantes; pero no los tres millones a los que aspiraban Bezos y sus colegas. Ahora bien, Bezos no fue el primero ni el único que ofreció libros por internet. Books.com y otros tenían ese servicio. Pero ninguno pensaba en ofrecer una selección casi infinita de títulos.

Usar internet con base en ingeniosos códigos de sistemas escritos desde cero, para un negocio de envíos de libros por correo, podía ser una gran idea o un gran fracaso. Pero una cifra indicaba un tremendo potencial: entre el 1 de enero y 31 de diciembre de 1993, justo antes de que Bezos y su equipo crearan este mercado, el tráfico en internet creció 230.000%.

La vertiginosa difusión del internet entre la gente común y corriente del mundo entero era algo sin precedentes en la historia. Algo que nunca había pasado iba a ocurrir y conectar a chinos con peruanos, a sudafricanos con rusos, a productores americanos con compradores japoneses, y viceversa. Miles de millones de seres humanos nos íbamos a redescubrir tanto personal, artística, política, humorística, deportiva y económicamente.

Hasta ese momento los seres humanos habíamos estado separados por la geografía. Desde entonces los mares, las montañas y las distancias iban a importar menos frente a los bits de información (binary digits) que viajan a través de satélites y cables interoceánicos. Quien aprendiera cómo surfear esa ola, sin caerse, podía hacer mucho dinero. Alguien con el olfato, la idea, la técnica y la ambición, no podía dejar pasar semejante oportunidad. Otros más lo intentarían, como no ha dejado de pasar desde entonces.

Para tomar la decisión de dejar su lucrativo trabajo en Wall Street y embarcarse en una startup, Bezos usó el método de “minimizar el arrepentimiento.” Es decir, preguntarse de qué se arrepentiría menos cuando viejo, ¿De dejar pasar esa idea loca y permanecer en un puesto bien pago y con mucho futuro? O ¿Lanzarse a lo desconocido, crear el comercio de libros en internet, y averiguar si la sacaba del estadio o se quebraba? Dejó el puesto.

El nombre Amazon apareció mientras Bezos buscaba ideas en el diccionario, empezando por la letra A; lo que además era apropiado pues en esa época inicial los motores de búsqueda como Yahoo listaban las entradas por orden alfabético.

Su papá adoptivo, el cubanoamericano Mike Bezos, empleado de Exxon en Miami, le aportó 200.000 dólares, después de que el joven Jeff advirtiera que la probabilidad de perderlos era del 70%. La leyenda de esos años habla de unos jóvenes escribiendo código sobre puertas convertidas en escritorios, en el garaje de la casa de los Bezos en Seattle.

Su herramienta era la ingeniería de datos y el código de sistemas de computación. Debían ingeniar cómo pagar con tarjetas de crédito vía email, o a través de la web. Un brillante asociado de Bezos optó sólo por la web y acertó. Luego vino la idea de sugerirle al comprador en cada transacción: “Usted también puede estar interesado en este otro producto…”. Tengan en cuenta que en esa época no había “Aplicaciones” y, por supuesto, tampoco desarrolladores. Todo eso se creó con base en estos experimentos.

El éxito de los libros vendidos en línea fue inmediato y contagioso. En sólo cuatro semanas habían vendido libros en todos los Estados de EE UU y en 40 países alrededor del mundo. No gastaron un peso en publicidad, pues el voz a voz fue tremendo. Una apuesta tan arriesgada como vender libros, que no son precisamente pan caliente, financiada con plata de la familia y los amigos, se volvió un fenómeno popular, se puso en boca de todo el mundo, y convirtió a Amazon en el mayor cliente de Oracle, el gigante de software de bases de datos y computación en la nube.

Imaginen el problema logístico para unos jóvenes de 30 años, que funcionaban escribiendo código en el garaje de una casa, a quienes de repente les llegaba una demanda inusitada de libros para muchos países del mundo, sin poseer inventarios, y tener que encargarlos a librerías, distribuidores o cientos de editoriales. Los obligó a crear de ceros una logística nueva para el comercio electrónico, que no existía hasta entonces. Gilbert y Rosenthal dicen que esa fue la clave de su ventaja competitiva. Sus fortalezas salieron de sus problemas, que a su vez, salieron de su éxito temprano y su arrojo.

Nadie más en el mundo tenía esa logística, ni la estaba desarrollando. Los consumidores no podían estar más felices, pues era un servicio creado de la nada. Ni el gigante del comercio al detal, Walmart, ni el de los libros, Barnes & Noble, poseían o estaban en el proceso de desarrollar algo así. No habían tenido la idea y aún no imaginaban que esos chicos en un garaje de Seattle fueran a ser una amenaza para sus negocios. Amazon le apuntaba a miles de millones de personas alrededor del mundo, ellos sólo a clientes alrededor sus tiendas físicas.

En síntesis, a punta de escribir código, ingeniar logística y crear valor, inventaron un mundo nuevo, un tipo de comercio global, crearon consumidores con base en internet, los acercaron a bienes que nunca habían sospechado, a poder comprar en el mundo entero y a que llegaran las mercancías a su puerta.

Bezos se volvió el hombre más rico del mundo y la primera persona en la historia en alcanzar una riqueza de 200.000 millones de dólares. Hoy es el segundo más rico, luego de Elon Musk. Sus colegas, familiares e inversionistas se volvieron millonarios.

Volvamos ahora al efecto de Bezos sobre la igualdad social. Cualquier persona que crea riqueza crea desigualdad. Por definición. Pero, ¿qué sería del mundo y de nuestra vida cotidiana sin empresarios, pioneros, tomadores de riesgo, personas que entienden el reto de organizar el esfuerzo de muchos colegas y empleados para hacer realidad una idea nueva, crear valor, crear nuevas formas de hacer las cosas, satisfacer necesidades, e incluso crear necesidades?

Un ejercicio numérico de desigualdad resulta ilustrativo. Se habla del coeficiente Gini, que mide la desigualdad en la distribución del ingreso en una población. Su valor varía entre cero y uno. Es cero si todos tienen el mismo ingreso, y uno en una situación de que alguien tenga todo el ingreso y el resto nada, es decir desigualdad absoluta. Entre más cercano a uno, más desigual una sociedad. Colombia tiene un índice Gini de 0.56, y se lo describe como uno de los países más desiguales.

Pensemos en una sociedad de diez personas, totalmente igualitaria, en la que cada persona tiene un ingreso de un peso ($1). El índice Gini de esa sociedad es cero; es decir, repito, es totalmente igualitaria. Si se pasa a que un empresario gane $10 y las otras nueve personas ganen $2, el Gini pasa de cero a 0.3. Dense cuenta de que las 10 personas están mejor que antes ($2 versus $1 de ingreso, para los nueve distintos al empresario), pero se creó desigualdad, pues el empresario gana $10.

Ahora, partamos de una situación de completa igualdad (las diez personas con ingreso de $1), y simulemos cómo se puede llegar al Gini de Colombia (0.56), a raíz de la llegada de un empresario. Con su empresa, él trae más ingresos a sus inversionistas (tres personas pasan de $1 a $5, llamémoslos clase media alta), a sus empleados (tres personas pasan de $1 a $2, llamémoslo clase media), pero tres personas, que no están conectadas con ese nuevo emprendimiento, se quedan igual que antes, con ingreso de $1 (llamémoslo personas en situación de pobreza). En este ejemplo, para que haya un coeficiente Gini de 0.56 se necesita que el empresario gane $25.40.

El ejemplo muestra a una persona que creó riqueza y un avance en la sociedad, y que una mayoría quedaron mejor que antes. Pero el 30% quedó igual que antes, lo cual los deja en situación de pobreza. La sociedad del ejemplo se volvió “una de las más desiguales del mundo”.

Muchos dirán que se debe castigar al creador de riqueza, sus inversionistas y empleados. Con base en este tipo de reflexiones, la moda intelectual igualitarista que se ha tomado las mentes de muchos intelectuales y profesores, e inclusive inspira a consejos de universidades sobre lo que se debe enseñar a las juventudes, corre el riesgo de llevar a imponer castigos a los que crean riqueza.

El caso real de Jeff Bezos, y el ejemplo numérico del Coeficiente Gini muestran que no se debe limitar la capacidad de crear empresa, innovar, mover a la sociedad a nuevos horizontes, ni restringir el avance de los negocios y los mercados con el argumento de que deterioran la desigualdad. Del ejemplo se deriva que con impuestos y transferencias se puede mejorar el Gini. Pero, de nuevo, que toda persona que crea riqueza crea desigualdad. La creación de riqueza viene primero que la redistribución. De otra manera, basaremos la igualdad en volver a la pobreza.

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