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Bananeras
Columna
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El legado económico de Macondo

La United Fruit Company se convirtió en el verdadero Melquíades, que traía los adelantos del mundo a la puerta de los habitantes originales de Macondo. Pero la matanza de las bananeras también trajo una oleada de indignación nacional y alimentó la inquina contra las multinacionales

Líderes de la huelga de los trabajadores en las plantaciones bananeras, en una imagen sin datar.
Líderes de la huelga de los trabajadores en las plantaciones bananeras, en una imagen sin datar.United Fruit Company

Muchos años después de publicado Cien años de Soledad, el historiador Marcelo Bucheli había de emprender la tarea de contar la historia de la United Fruit Company en Colombia. Ya no como novela, sino como un recuento científico de lo ocurrido. El premio Nobel contó los hechos “no como ocurrieron, sino como mi abuela creyó que ocurrieron.” Con capacidad previsora digna de Melquíades, Gabriel García Márquez vaticinó que su tarea era escribir la fábula mágica y la poesía del Caribe, antes de que aparecieran los historiadores a poner en orden los datos y los eventos.

Bucheli fue profesor de historia económica en la Universidad de los Andes y enseña hoy en la Universidad de Illinois. Su libro se llama Bananas and Business (2005), y fue traducido como: Después de la Hojarasca, United Fruir Company en Colombia, 1899-2000 (2013). Con ocasión de la serie de Netflix, que recrea a Cien años de soledad, repasamos el legado de Macondo.

Macondo estuvo siempre lejos, solo y desamparado. Dedicado a su música vallenata y sus pestes de olvido. Ese remanso era interrumpido por las guerras civiles, las visitas de Melquíades y, luego, por el arribo de la compañía bananera. Hay que aclarar que para García Márquez Macondo iba desde el sur de Estados Unidos hasta el norte de Brasil; pero nos remitimos al Macondo original, en el Caribe colombiano, alrededor de la Sierra Nevada de Santa Marta.

Cada año, por el mes de marzo, el señor Melquíades llevaba a Macondo los últimos adelantos del ingenio humano. Aquellas cosas fascinantes que estaban ocurriendo en el mundo exterior —como el hielo, que aparece en la primera frase de la novela—, el imán, al astrolabio y el sextante. Cuando los hombres no estaban maravillados con los aparatos del mundo de afuera que traía Melquíades, estaban en guerras interminables entre conservadores y liberales.

En esas estaba el pueblo cuando, de repente, sin que los locales lo vieran venir, llegó la United Fruit Company. Esa compañía se había originado en Boston por la fusión de dos empresas que aprendieron en Centroamérica el negocio de la plantación y exportación del banano, curiosamente a raíz de un tren que no había como pagar.

Trabajadores de United Fruit Co en Port Barreo, Guatemala, en 1950
Trabajadores de United Fruit Co en Port Barreo, Guatemala, en 1950Pictorial Parade (Getty Images)

El negocio de poner bananos en la mesa de los norteamericanos implicaba coordinar inmensas plantaciones en los países del Caribe, donde trabajaban decenas de miles de personas, a las que se cada día había que alimentar y dar techo, poner escuela para sus hijos, ofrecer servicio de salud y etc. Al tiempo, debían construir y operar ferrocarriles, puertos, líneas de telégrafo y barcos cargueros, lo cual, en las primeras décadas del siglo XX, sobrepasaba las capacidades de gerencia y financiación de los actores locales.

La compañía bananera se convirtió desde entonces en el verdadero Melquíades, que traía los adelantos del mundo a la puerta de los habitantes originales de Macondo, y de los miles de inmigrantes, como el propio Gabriel Eligio García, padre del escritor, que llegó como radiotelegrafista. La compañía bananera iba a cambiar del todo y para bien la vida de Macondo, de los Buendía y de los García Márquez.

En 1925 la Yunai, como le decían a la United Fruit Company, contrataba 25.000 personas en los puertos y las plantaciones. Trajo el comisariato del campamento, donde había desde una aguja hasta un refrigerador, además de muebles y enseres importados, camas, platos, cubiertos y enlatados al alcance de los trabajadores. Todo aquello era del completo gusto de doña Luisa Santiaga Márquez Iguarán, mamá de Gabriel García Márquez, y de todas las mujeres y trabajadores de ese pueblo en expansión. Por supuesto trajo el tren, ese reguero de cuartos halados por una cocina, como lo describe el Nobel.

Con la Compañía también llegó a Macondo el hecho más revolucionario para los niños, una escuela Montessori. García Márquez atribuyó parte de su ingenio al tipo de educación, sensorial y de constante admiración ante el mundo, plantada en su mente por esa escuela maravillosa. ¿Cómo llegó allí, en la segunda década del siglo pasado, una escuela Montessori? No fue por los diligentes políticos del departamento del Magdalena.

A pesar de los tremendos avances que vinieron con la compañía bananera, al acabar la novela, la Yunai queda como la mala de la trama, culpable de una matanza cruel de 3.000 personas, y de haber dejado sólo hojarasca, pesadumbre y olvido.

El origen del conflicto con los trabajadores, en 1928, radicó en que solamente 5.000 estaban contratados directamente por la empresa. Los demás eran subcontratados a través de intermediarios. No es muy diferente que hoy, pues en Ecopetrol, por ejemplo, hay unos 10.000 empleados directos y hasta 40.000 más a través de empresas contratistas. Eso es típico en un sinnúmero de industrias.

Bucheli cuenta lo siguiente sobre sobre el episodio sucedido en diciembre de 1928, en la Plaza de Ciénaga. El ejército abrió fuego contra un grupo de huelguistas pacíficos, cuyas demandas se ajustaban a la legislación colombiana vigente. La solicitud más importante era completamente razonable: convertirse en empleados de la compañía bananera, lo cual habría representado un importante avance para la época. A pesar del tono revolucionario de algunos líderes, los trabajadores no tenían ningún interés en que se fuera la United Fruit, ni en destruir la industria de exportación de banano, ni en volverse propietarios colectivos de las plantaciones.

Sobre el tema del número de muertos, Bucheli aclara las distintas versiones. Pueden haber sido menos de veinte personas, lo cual no la hace menos execrable. El propio García Márquez contó que el número de 3.000 que llenaban vagones y vagones del tren, lo inventó para que fuera compatible con la dimensión narrativa de su libro, y luego la leyenda fue adoptada como historia.

La matanza de las bananeras trajo una oleada de indignación nacional, alimentó la inquina contra las multinacionales y un acérrimo nacionalismo que dura hasta nuestros días. Es un antecedente clave del nacionalismo de Hugo Chávez Frías, que acabó con la industria petrolera venezolana, o a la anti-minería y anti-petróleo de Gustavo Petro Urrego. Cien años después repetimos la historia.

A lo largo de los años treinta del siglo pasado, los gobiernos mejoraron la legislación y neutralizaron la represión laboral. De hecho, hubo otra huelga en 1934 en que la United Fruit cedió a las demandas de los trabajadores. La relación de los trabajadores con la compañía bananera está descrita en el libro de Bucheli en palabras de los propios sindicalistas: “Los sindicatos nunca pensaron qué pasaría en el largo plazo. La compañía cedió más y más a las exigencias de los trabajadores, y tuvo una actitud paternalista que malcrió a los trabajadores… Nos daban leche gratis, las casas de los campamentos tenían de todo, muebles, platos, cubiertos, luz eléctrica, agua corriente, cañerías. La limpieza de la casa era gratis, y no pagábamos arrendamiento. Al contrario, nos pagaban por vivir ahí”.

No quiere eso decir que todo fuera color de rosa. Entre 1900 y 1942 los contratos de la United Fruit con los dueños de la tierra establecían que la fruta le pertenecía a la compañía desde el momento que se la cortaba de la mata. Cualquier defecto o rechazo iba por cuenta de los dueños de la tierra. Si vendían la finca, el nuevo propietario debía mantener el contrato. A su vez, los comerciantes locales veían con recelo que los muebles y enseres vendidos en el comisariato eran importados por la compañía, lo que los sacaba de ese negocio.

Mural con la imagen de Gabriel García Márquez en Aracataca (Colombia)
Mural con la imagen de Gabriel García Márquez en Aracataca (Colombia)Ricardo Maldonado Rozo (EFE)

Cuentan que la mamá de García Márquez lloró cuando se fue la compañía. Imagino que ella entendía el inmenso progreso que había traído, por el trabajo, los salarios, la educación, el tren y los demás avances. Sin el empleo masivo de la bananera, se corría el riesgo de que los hombres se quedaran sin qué hacer, y se pusieran a pelear por lo poco que quedaba. De ahí a que apareciera el chantaje, el abigeato, el secuestro, desplazamiento y el tráfico de cosas ilegales, solo había un paso. La falta de trabajo los podía llevar a odiarse unos a otros y ponerse de nuevo a guerrear, ya no entre conservadores y liberales, sino entre comunistas y empresaristas, o entre paracos y guerrilleros. De hecho, la sanción reciente a Chiquita Brands por la financiación de grupos armados paramilitares en Urabá, cierra otro capítulo oscuro del banano en Colombia.

En 1966, luego de décadas de problemas en las que declinó la industria bananera, la United Fruit Company terminó su operación en el Magdalena. Sin embargo, la hojarasca de la novela, como destino final y fatal de la zona bananera no fue verdad. La visión de los progresistas, inspirada en la llamada Escuela Dependentista Latinoamericana, predecía que las industrias “de enclave” como el banano dependían de las multinacionales. A tal punto que cuando estas se iban, la actividad no podía sobrevivir.

Sucedió lo opuesto. Por espacio de los siguientes sesenta años, en la zona bananera de el Magdalena los empresarios nacionales han mantenido pujante a esa industria. Lograron hacer los cambios tecnológicos, de variedades y logística, y competir en el mercado mundial. Hoy el banano colombiano se vende por todos lados.

La transición de la United Fruit a los empresarios locales fue exitosa, contrario a la hojarasca apocalíptica que vaticinaban. Al final del siglo XX las exportaciones de banano de Colombia eran 1.500 millones de kilogramos, mientras que en 1928, el momento de mayor exportación de la United Fruit, alcanzaron 250 millones de kilos: una sexta parte.

Si el mundo de afuera estuviera detenido, se podría vivir en el “déjennos solos y tranquilos” que planteaba García Márquez para América Latina. Pero el mundo va en tren bala mientras Macondo va en bicicleta. Microchips, internet, fracking, inteligencia artificial, 5G, celulares, redes sociales, biotecnología, satélites. En fin, nadie espera a que Macondo despierte de su letargo.

Melquíades y las multinacionales aún traen los adelantos tecnológicos, los avances empresariales, los conocimientos, logística y mercados, y muy rápido los locales aprendemos, somos creativos e industriosos, y nos dedicamos a crear riqueza y a vender por el mundo.

Para eso el nacionalismo y la antipatía a la inversión extranjera son malos consejeros. Ambos se han alimentado de la leyenda de la bananera y han hecho mucho daño a Macondo. Debemos gozar la historia de los Buendía tanto en la novela como en la serie de Netflix, debemos evitar los errores del pasado, como lo muestra el caso de Chiquita Brands, pero también debemos leer al historiador Marcelo Bucheli y poner cada cosa en su sitio.



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