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Turismo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La catástrofe del continente flotante, el turismo

La industria turística masiva no tiene fábricas que echen humo y, sin embargo, puede deteriorar el espacio, la tranquilidad, y a una comunidad. Colombia no puede llegar tarde a este debate

Tourists wait to board a bus in Cartagena, Colombia.
Turistas aguardan para abordar un autobús en Cartagena, Colombia.Jose Isaac Bula (Getty Images)

Cuando era niño viajar era una gran aventura. En carro, bus o avión, cada destino era un descubrimiento, la posibilidad de encontrarse con la familia o unas emocionantes vacaciones. Recuerdo que, para muchas personas, el contacto con culturas internacionales solo era posible mediante los libros o por programas como “El Mundo la Vuelo” con Héctor Mora. Sin embargo, todo cambió. No tengo claro exactamente el momento, pero no hay duda de que el aumento de los ingresos de varios sectores sociales, la masificación de los medios transporte y la consolidación de un espíritu viajero potenciaron el turismo a niveles inimaginables.

Para tener una idea, según el Barómetro de ONU Turismo, solo en los primeros tres meses de 2024 cerca de 285 millones de turistas viajaron internacionalmente, un 20% más que en ese mismo periodo de 2023. Y es que, junto a las finanzas, el comercio y la energía, el turismo es uno de los principales sectores de la economía mundial. Eso lo confirma las ingentes cantidades de dinero que mueve. En 2023 los ingresos totales del turismo internacional superaron los 1,7 billones de dólares, un 96% de los niveles pre-pandemia, mientras el PIB directo del sector alcanzó 3,3 billones de dólares, equivalente al 3% del PIB mundial. Además, la misma organización calcula que el turismo superará niveles prepandémicos en 2024 y su crecimiento será de un 16%, con una tendencia al alza para los próximos cinco años.

Por eso, países y ciudades de todos los tamaños intentan volverse atractivos para una variopinta demanda nacional e internacional, conscientes de su poderoso impacto en la economía y el empleo. Al mismo tiempo, expertos y autoridades claman por un turismo sostenible, que se preocupe por el cuidado del medio ambiente, limite el consumo y reduzca los desperdicios. No obstante, las preocupaciones frente al turismo se han quedado cortas en cómo los gobiernos y quienes residen en estos lugares pueden gestionar, e incluso limitar, la presión excesiva de visitantes, así como (con)vivir con ellos.

Ahmed Al Khateeb, presidente del Consejo Ejecutivo de ONU Turismo y ministro de Turismo de Arabia Saudita, sostuvo en una entrevista que “el turismo de masas está creando una sensación de angustia, muy próxima al pánico. Se trata de ese sexto continente flotante, maleable, que se expande de forma exponencial por todos los ámbitos del planeta y arrasa con todo por donde pasa”. ¡Lo invade todo!

Como lo dice Jorgi Dioni López, “la industria turística no tiene fábricas que echen humo. Es invisible porque lo ocupa todo”. Por eso es tan difícil darse cuenta de su voraz paso. Lo que en un principio se ve como progreso realmente deteriora el espacio y la comunidad, y banaliza su espíritu. En palabras de José Masilla, el turismo vende lo que no es suyo. Y no es para menos. Esto se salió de control. Recientemente las voces sobre el rechazo contra el turismo de masas se han hecho oír, y ver, en Barcelona, Madrid, las islas Canarias y otras zonas de España. En París, Tokio, Cancún, Venecia, las islas griegas; Río de Janeiro, Balneario Camboriu y la amazonía en Brasil; Cartagena, Santa Marta, Filandia o Villa de Leyva en Colombia, las cosas no son diferentes: incremento de precios, ruido excesivo, aglomeraciones, alteración de la vida cotidiana, ruptura del tejido social y expulsión de los habitantes de la ciudad son algunos problemas.

¿Qué hacer? En Japón hay un boom del turismo. La debilidad de su moneda y la flexibilización de las restricciones postpandemia han convertido a este país en un destino apetecido. Se calcula que en 2024 llegará a 33 millones de turistas. Sin embargo, esto ha traído muchos desafíos, al punto que las cosas se salieron de control. Aunque económicamente es importante, la convivencia y la vida diaria se han visto afectadas. Hoy las autoridades toman medidas para reducir el turismo de masas y promover el buen comportamiento de los visitantes: establecieron el cobro de tasas a quienes lleven maletas grandes, multas a quienes tomen fotos a las geishas sin su permiso, buses exclusivos para turistas para liberar el transporte público, descuentos en restaurantes para los residentes y aumentos en las tasas de turismo que deben pagar quienes visiten el país.

En el mundo hay un movimiento llamado Cittaslow, que se originó en Orvieto (Italia), que promueve un turismo tranquilo, desacelerado, no invasivo, que involucra a los habitantes de sus pueblos y ciudades, que reivindica la identidad local y el consumo de productos de la región. En Colombia, en 2016 el municipio de Pijao (Quindío), se convirtió en la primera localidad en América Latina que integró oficialmente esta tendencia, gracias al liderazgo que ejerce de Mónica Flórez desde 2006. El camino no ha sido fácil, pero este pueblo montañero es hoy una referencia nacional e internacional de cultura, cocina, café, naturaleza y el patrimonio. El contraste con Salento, también en el Quindío, es total, pues a este pueblo le ha sido arrasado su espíritu por hordas turísticas.

Es momento de pensar no solo en los beneficios o las oportunidades del turismo. Ojalá no lleguemos tarde como ocurrió con la minería, el consumo de drogas, los transgénicos o la obesidad. Es fundamental cambiar nuestra predadora actitud como turistas, para proteger a quienes viven en los lugares que se convierten en mecas de las modas de viajeros. Una ciudad, un pueblo, una playa, una montaña no pueden ser destrozados por cazadores de fotos y likes en las redes sociales o convertidos en antros de depredación sexual.

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