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Miguel Urrutia, el arte y la ciencia de la economía

El exministro, académico y mecenas del arte falleció este 9 de julio. Fue parte esencial de la construcción de la estabilidad económica que ha caracterizado a Colombia

Miguel Urrutia
Miguel Urrutia, en una imagen de archivo.universidad de los andes

A través de los años, como lo cuenta Isa López Giraldo en el excelente perfil que escribió sobre él[1], el Dr. Urrutia estuvo en distintas calidades en entidades del Distrito de Bogotá, la CAR, la Universidad de los Andes, Fedesarrollo, Planeación Nacional, el Ministerio de Hacienda y el de Minas y Energía, la Junta Monetaria, el Banco de la República, el BID en Washington D.C. y la Universidad de las Naciones Unidas en Tokio.

Aparte de su actividad como académico y funcionario, fue un mecenas del arte. En el Banco de la República construyó una magnífica colección de cuadros y esculturas, fue el motor detrás del museo Botero que está en La Candelaria y fortaleció la agenda cultural de la biblioteca Luis Ángel Arango. Promovió la descentralización de la investigación económica, y la creación de excelentes centros de estudios del Emisor en Medellín y Cartagena.

Urrutia fue un intelectual prolijo que escribió su tesis doctoral en la Universidad de Berkeley sobre el sindicalismo en Colombia, y luego se dedicó a temas macroeconómicos e historia. Tiene un excelente artículo que busca entender por qué Colombia no ha sido proclive al populismo, a diferencia de los demás países de América Latina. Es un texto que hoy adquiere una tremenda vigencia.

Conjugaba el intelectual que llegaba a ser ministro, regresaba a la investigación privada o la docencia; volvía al sector público; iba a una entidad internacional, y regresaba al país, e iba enriqueciéndose y aportando. Esa actitud es estigmatizada en la actualidad, pero ha sido uno de los grandes diferenciadores positivos de Colombia.

Un par de frases del Dr. Urrutia, extraídas del texto de Isa López, son particularmente elocuentes: “Con certeza te digo que uno aprende es en el trabajo, no en la universidad”. Y esta sobre el papel del técnico frente a los políticos y ministros es clave: “El objeto de los asesores era proponer a la Junta Monetaria las medidas que había que tomar en esa materia, pero buena parte del trabajo tenía que ver con hacer documentos oponiéndose a las propuestas de los ministros miembros porque las suyas eran generalmente propuestas de ‘alguna emisión que solucionara los problemas de sus carteras’, y contradecir ministros es siempre complicado”.

Aprendamos de la experiencia y trayectoria de personas como Miguel Urrutia y recuperemos el respeto por los técnicos, los que aprenden durante toda la vida, los que regresan al gobierno y aportan, y luego pueden hacer otras cosas, pero siempre con un ojo honesto puesto en lo público y en el interés general.

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Cuento una anécdota que conocemos solo tres personas, y que ilumina el carácter del Dr. Urrutia. Era prácticamente imposible sacarlo de casillas, pues era la personificación de la buena educación y las buenas maneras. Pero, como cualquier persona seria y con responsabilidades, hay un punto donde traza la raya. Eso sucedió un día, durante el gobierno de Ernesto Samper, al salir de una reunión con algunos directores de la Junta Directiva y el equipo técnico del Emisor, liderado por Alberto Carrasquilla, que más tarde llegaría a ser Ministro de Hacienda. La discusión no podía ser más trascendental. El gobierno y sus representantes en el Emisor pedían una política monetaria más laxa que reactivara la economía, mientras que los técnicos pedíamos limitar la liquidez y así evitar la devaluación y la crisis. El Dr. Urrutia era el fiel de la balanza, y ningún bando cedía. Después de una reunión particularmente álgida, nos llamó a Carrasquilla y a mí a su oficina y nos increpó con un tono firme y palabras mayores. Él era quien tenía la responsabilidad y la última palabra, y nosotros éramos parte de su equipo y debíamos acompañarlo. La reunión terminó en un tono cordial, pero supimos que habíamos cruzado un límite, y eso no era admisible.

Al salir el Dr. Urrutia del cargo de Gerente del Banco de la República, luego de 12 años en la entidad, yo estaba de decano de economía de la Universidad los Andes. Él llamó a preguntar si lo recibía como profesor. Imaginen a una personalidad de ese calibre que quiera volver a la academia, y lo haga con esa sencillez, en una llamada a su exsubalterno. Eso refleja el talante modesto y directo de Don Miguel.

De los años transcurridos en la docencia, transcribo algo que escribió un exalumno suyo, Luis Felipe Sáenz, hoy profesor en la Universidad de Carolina del Sur: “Que tristeza. Es uno de los mejores profesores que tuve. Un gran señor y una persona muy cálida y amable, además de un gran intelectual. Vi dos clases con él y me marcaron. Nunca olvidaré su respuesta cuando le pregunté sobre el llamado Consenso de Washington: ‘Mira, eso no es así como lo escribe Stiglitz. Yo hice parte de lo que llamaron Consenso de Washington”.

El Dr. Urrutia escribió sobre historia y es parte esencial de nuestra historia y nuestra economía. Junto con muchos economistas de su generación, fue constructor de la estabilidad que ha caracterizado a Colombia, para lo cual libró batallas tenaces, basado en su formación académica y su sentido de lo que es correcto en cada momento del tiempo. Y fue el creador de una de las colecciones de arte más impresionante del país, que hoy está al alcance de todos en museos y bibliotecas, gracias a su meta de ser un conocedor y divulgador del arte colombiano.


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