_
_
_
_
Economía
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Los economistas tienen la culpa?

Los economistas se representaron como capaces de sanar todos los males, y al hacerlo se expusieron a la actual oleada de desconfianza y al escarnio público

Economistas
z_wei (Getty Images/iStockphoto)

Los economistas se consideran a sí mismos, y desde hace 100 años se han presentado así al público, como poseedores de las soluciones a los males sociales. Como un médico social.

Pero llevamos más de una década en que los males sociales se extienden al comportamiento cotidiano, el trato mutuo, la cultura, la política, la inseguridad, y se manifiestan en descontento, falta de civismo, agresividad, desconfianza y desesperanza. Ese inventario sobrepasa a los economistas.

Desde los jóvenes hasta los pensionados, pasando por los padres de familia, todos andan descreídos de las promesas del pasado. Los jóvenes no encuentran oportunidades o trabajo, y para muchos la educación resultó un fraude. A los viejos las pensiones no les alcanzan para una vida digna. Y los padres y madres enfrentan exigencias laborales, en la eventualidad de que tengan un empleo. Si no, su situación es desesperada.

Es natural que se vuelvan a mirar al médico, que supuestamente podía sanar a la sociedad, y le pregunten por qué sus curas no han funcionado.

Según la evidencia de las encuestas, en muchos países de América Latina la gente quiere, aparte de oportunidades económicas, dignidad y respeto. Se siente mirada por encima del hombro por las élites, ninguneada y tratada con un paternalismo condescendiente.

Los economistas les dicen que agradezcan que hay empleo, salud, carreteras y servicios públicos. Pero eso ya no lo agradece nadie. Es parte del paisaje. En cambio, la gente común y corriente siente que unos pocos se enriquecen en esas industrias.

Esa crisis social, política y cultural no se restringe a Colombia; contamina a un país tras otro. Chile, Perú, Ecuador, Argentina, el triángulo norte de Centroamérica, así como Reino Unido, España, Estados Unidos, y se sigue extendiendo.

De hecho, el columnista David Brooks encuentra que el problema actual en Estados Unidos es la mezquindad. (How America Got Mean, revista The Atlantic, septiembre de 2023). Menciona unas hipótesis que buscan explicarlo: 1) redes sociales; 2) aislamiento; 3) blancos en pánico por la inmigración y el ascenso de otras razas; 4) desigualdad económica y pesimismo. De estas, solo una es realmente económica.

En su opinión todas explican algo, pero ninguna pega en la médula, que para él es que no están, como en el pasado, educados para tratar a los demás con decencia (kindness). Han perdido la sensación de un propósito, de conducirse en la vida éticamente y de restringir el egoísmo.

La gente se siente víctima del estatus y deriva su propósito en la vida de una lucha política por el reconocimiento y la redistribución, llena de emociones fuertes y radicalismo. Terminan pidiéndole a la política y a la economía lo que no les puede dar. El vacío moral se convierte en la guerra moral, contra casi todo.

Tomemos el caso de Chile, sobre el que Sebastián Edwards acaba de publicar un libro, El Proyecto Chile. La Historia de los Chicago Boys y la caída del neoliberalismo. Un libro documentado y provocador sobre uno de los experimentos más publicitados de un país que en los años setenta estaba muy enfermo, y fue curado por unos médicos sociales: los Chicago Boys. A los países muchas veces hay que salvarlos de sus fracasos. A Chile hoy, irónicamente, hay que salvarla de su éxito.

Los males de Chile que alimentaron las protestas juveniles desde 2005, y que en 2019 llevaron a una explosión social, acusaron al médico, los economistas neoliberales, como el culpable de la crisis social y política.

Los llamados Chicago Boys, que regentaron la economía chilena durante la dictadura de Pinochet, y luego los economistas de los 30 años de La Concertación (una serie de gobiernos con una fusión interesante de socialistas promercado), posiblemente no fueron suficientemente sensibles al estancamiento de la distribución del ingreso y la desigualdad.

Fueron autocomplacientes por sus evidentes logros, abandonaron el debate de ideas y perdieron las mentes y los corazones de los votantes. No criticaron ni trataron de sanar una sociedad con fracturas sociales, en la que, para dar un ejemplo, el crack Alexis Sánchez se quejaba de ser maltratado por ser Sánchez y llamarse Alexis, hasta el día que se volvió estrella internacional de fútbol. Al fin se difundió que los economistas eran los principales culpables del descalabro social y político de Chile.

Con David Brooks el tema se remite no a si los economistas fueron o deben ser más iluminados y sensibles médicos sociales, sino a una pregunta más de fondo, de carácter antropológico: ¿cómo está constituido el ser humano? ¿Es naturalmente bueno, o se deja dominar por sus peores inclinaciones?

Rousseau, Marx y los diferentes izquierdismos y progresismos creen que el ser humano es naturalmente bueno. Por ende, cabe un relativismo moral. En contraste, los padres fundadores de Estados Unidos y vertientes conservadoras ven al ser humano como lábil y propenso a dejarse seducir por el resentimiento y sus inclinaciones menos aconsejables. Las instituciones necesarias son muy distintas en cada caso.

Tiene que ver con nuestro autoentendimiento como seres humanos, la forma como hemos elegido educarnos y educar a nuestros hijos, como sentimos la dignidad del prójimo. Si el verdadero hervidero está en la moral, la educación, la cultura, el irrespeto de las élites, la falta de dignidad en el trato y la ausencia de un propósito, esto es algo que sobrepasa a los economistas, e inclusive a los políticos.

Los mismos políticos se vuelven sólo el altoparlante del problema, pero no su solución. Actúan más como vendedores de soluciones fáciles que como líderes profundos. Basta ver la deficiente camada de dirigentes que ha ganado las elecciones en todos lados en décadas recientes.

No creo que los economistas tengan (toda) la culpa, así miembros ilustres de la profesión quieran ahora inmolarse. Varias sopas han estado hirviendo por décadas en la olla pitadora social, más profundas inclusive que la política pública o la justicia distributiva.

Creer que alguien “tiene la culpa” y “nos sale a deber” es parte del problema. Estoy del lado de David Brooks más que del lado de los economistas. Ni los economistas importan tanto, ni tienen tanta capacidad de gestión y transformación. Ahora bien, los economistas se representaron como capaces de sanar todos los males, y al hacerlo se expusieron a la actual oleada de desconfianza y al escarnio público.

Hay un profundo malestar en la cultura, como dijo Sigmund Freud hace un siglo en un famoso libro, y como recoge ahora Sebastián Edwards en su diagnóstico del neoliberalismo en Chile. Pero ese malestar va más allá del ámbito económico. Va a la médula de lo que creemos que es el ser humano y la forma como debe y puede conducirse en sociedad frente a los demás.

Es curioso que el médico austríaco (Freud) y el economista chileno (Edwards) cierran sus libros con pesimismo sobre el futuro. Mientras el comentarista conservador estadounidense (Brooks) termina optimista y propositivo.

Si dejamos de pensar en a quién echarle todas las culpas, podemos forjar una visión optimista y empezar a pensar en las muchas tareas por hacer.

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS sobre Colombia y aquí al canal en WhatsApp, y reciba todas las claves informativas de la actualidad del país.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_