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Economía
Columna
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Humildad al entender

Las matemáticas y la estadística son herramientas clave para entender la economía, pero no logran abarcar la complejidad de los fenómenos sociales que se esconden detrás de los indicadores

Entender la economía
Una cafetería Starbucks en Milán (Italia), en 2018.Luca Bruno (AP)

Una persona sensata comentó hace poco: hay PhD en economía que no saben economía. “¿Cuánta economía se enseña realmente en las facultades de economía?”, agregó.

En parte la culpa la puede tener la matematización, lo cual es una gran ironía. Las matemáticas son una herramienta clave y junto con la estadística, han coronado a la economía como la reina de las ciencias sociales. Pero que se sepa despejar dos ecuaciones simultáneas que supuestamente describen un mercado no quiere decir ni de lejos que se entienda qué es un mercado.

Las leyes de la oferta y la demanda y sus respectivas curvas, en el gráfico más famoso de la economía, han simplificado y banalizado el entendimiento de los mercados. Decirle a un estudiante que si entiende eso, entiende los mercados, puede ser equivalente a un fraude intelectual.

No se le explica que el mercado es un proceso de descubrimiento en el que lo más fundamental que se “descubre” es quién es el propio consumidor; pero aún más crucial, quién es el empresario y qué es la organización que lidera; para qué sirve; qué es lo que hace mejor que los demás; cómo es su particular relación con personas, procesos y tecnología que lo llevan a pretender vender en un mercado, e inclusive a crear constantemente ese mercado.

Un ejemplo de cómo los empresarios crean mercado y espacios completos de productos está en el excelente podcast ACQUIRED, Every company has a story, en particular el episodio sobre Starbucks y Howard Schultz. O para el caso, cualquier empresa. Las mismas reglas del empresario como un proceso de descubrimiento, y el mercado como un proceso mutuo de aprendizaje, frágil, dinámico, continuamente creativo, rige para la totalidad del sistema de mercado.

Howard Shultz en Milan en 2018, al anunciar que abrirían una su primera sucursal en Italia.
Howard Shultz en Milan en 2018, al anunciar que abrirían una su primera sucursal en Italia.Luca Bruno (AP)

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La matematización ha desprovisto a la economía de esas reflexiones y narraciones esclarecedoras, y ha dado la falsa pretensión de que los modelos de ecuaciones simultáneas tienen buen poder descriptivo y predictivo. Es una estrategia mental peligrosa.

Un economista (PhD y profesor universitario) adicionó lo siguiente: hemos confundido el concepto de proyección con el de predicción; y cuando la proyección y la predicción coinciden, creemos descubrir fuerzas de la naturaleza, las famosas leyes, a las que aspiran las ciencias duras.

Pretendemos operacionalizar procesos que no se entienden a profundidad. Esa ingenierización de la economía lleva casi 70 años. Milton Friedman y los economistas austríacos se opusieron a ella, en la crítica a la llamada Cowles Foundation, que aspiraba a producir modelos económicos-matemáticos exhaustivos (de inspiración intelectual socialista), que pudieran predecir con precisión el curso de la economía.

De allí hasta hoy no hemos hecho sino profundizar esa visión. Nos parecemos a los monjes medievales manteniendo como “comunidad epistémica” conversaciones profundísimas sobre el sexo de los ángeles, o cuántos caben en la punta de una aguja. Y damos prescripciones que en ocasiones pueden tener consecuencias muy graves.

Viene a la mente la más emblemática. Uno de los instrumentos matemáticos famosos de mi época del doctorado era el llamado Hamiltoniano, que adaptó a la economía dinámica una herramienta matemática desarrollada para describir la trayectoria de cohetes. Se modelaba el comportamiento dinámico de la economía como una trayectoria que tenía una “variable de control”, para guiarla por una senda, y observar si su “variable de estado” iba acercándose a un objetivo.

En China, un científico experto en cohetes aplicó el Hamiltoniano a lo que debía ser el manejo “óptimo” (término peligroso, abusado por los economistas) de la población china. De allí salió la decisión de autorizar máximo un hijo por familia, y castigar sus desviaciones (variable de control). Resulta que la trayectoria de las decisiones de las familias chinas (variable de estado), fue optar por tener solo hijos hombres, pues la vida de las hijas mujeres ya no iba a ser lo que era, sino peor. Años más tarde, las pocas mujeres resultantes del experimento han decidido que la carga de ayudar a mantener a sus papás y además adelantar una carrera es tan pesada que no quieren adicionarle hijos a su exigente vida cotidiana. La consecuencia ha sido una crisis de hombres sin poderse casar, y una generación de mujeres que no se quiere reproducir. Una predicción reciente dice que China pasará de 1.400 millones de personas hoy, a 500 millones en el año 2100.

En esa historia hay, como en todo, más elementos que la aplicación del Hamiltoniano de cohetes a la realidad económica de la decisión de procreación. Pero el Hamiltoniano y la arrogancia matemática de pretender describir y entender algo que no se entendía en realidad, tuvo consecuencias fatídicas.

Estoy persuadido de que mucha de la sofisticación y pirotecnia matemática y estadística incurre en riesgos similares. La estrategia pedagógica en economía está viciada del espejismo de la matematización. La práctica de la economía también. De eso somos víctimas todos, y con esas herramienta obtenemos nuestro sustento. Recuerdo quejándome en el Banco de la República de “dejar que los modelos matemáticos pensaran por nosotros”.

Sucede a diario. Los modelos econométricos no son más que una forma sofisticada de sacar promedios, como iluminadamente dijo el profesor James Ramsey. Saber qué pasa “en promedio” en la economía es distinto de saber qué hace que la economía real funcione.

Sobre todo porque los promedios son de variables observadas, ex-post, cuando lo crucial e interesante de la economía son las decisiones ex-ante. Esa diferencia entre ex-ante y ex-post es una de las claves de entender la economía.

La matematización simplifica eso, pues trabaja sobre variables ex-post, una vez ya se despejaron los mercados y se dieron las transacciones a determinados precios, y con la venta de determinadas cantidades.

Se supone que la ecuación de demanda y oferta describen el comportamiento (ex-ante) del consumidor y el empresario. Pero la esencia de ese ex-ante es el descubrimiento. No el cumplimiento de una ecuación sencilla. Es justo lo opuesto.

Lo que sucede dentro de la empresa es todo menos el cumplimiento de una ecuación sencilla. Cuando, además, el empresario está tratando de entender a fondo “la humanidad” del consumidor para poder entrar en ella con su producto, que muchas veces aún no existe en el mercado. Pensemos en Inteligencia artificial hoy, o en streaming y redes sociales hace diez años.

Eso es lo que describe Howard Schultz en el podcast mencionado. La experiencia del café de buen grano, tostado a la perfección y escogido de 30 orígenes nacionales distintos, cargado en la mano en la calle en la mañana, al salir del local, en el recipiente diseñado por Starbucks, que fue otra de sus innovaciones claves, etc., era un espacio y una industria que literalmente no existían. Su creación y su expansión a bebidas frías ha creado un mercado de trillones de dólares, expandido a Japón, luego China, e inclusive Italia, la cuna del espresso.

Eso claramente no es describirle con una elemental ecuación de oferta del mercado de café. Lo que le sucede a los consumidores, que los lleva a pagar 6 dólares o más por una taza en la cual hay una cantidad de café que jamás habrían imaginado que comprarían cada mañana, tampoco es describible con la ecuación de demanda. O mejor, ambos son describibles ex-post. Cuando, después de 20 años, todo ha cambiado y se ha creado el nuevo espacio de productos y comportamientos.

Pero se pierde la verdadera “economía” que sucedió allí. Lo interesante se deja sin aprender. La simplificación matemática banaliza lo que ocurrió en ese mercado, y en esa creación de mercado, en esos 20 años. Es decir, son sistemas tan complejos que es imposible que unas ecuaciones permitan predecir su comportamiento, así se conozcan bien todas las condiciones iniciales.

Ese tipo de falta de entendimiento, acompañada de la arrogante pretensión de que contamos con las herramientas suficientes, es algo que estamos promoviendo. Una consecuencia es que aparecen personas que creen que cambiando decretos aquí y allá pueden arreglar la economía a su acomodo. Es la fatal arrogancia de los planeadores, que vemos todos los días, atropellando al empresario y matoneando al consumidor.

No pretendo escribir un memorial de agravios contra las matemáticas ni la estadística, y su uso en la economía. Son fundamentales, pues son las herramientas que nos sirven para imponer rigor en el análisis, permitir chequeo de coherencia en el raciocinio, y manejar simultáneamente una visión unificada de un problema, con una definición clara de las variables.

Pero las tres, la economía, las matemáticas y la estadística, no deben ser el pretexto para evitar la humildad de reconocer lo inmensamente difícil que es la realidad económica. Matematizar no es entender. Solo entender es entender. Y cada que se intenta entender, sólo logramos aceptar el limitado alcance de las herramientas a disposición.

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