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Gobierno de Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Colombia aguanta todo?

Sería un alivio que en lugar de poner a prueba nuestra capacidad de aguante, más bien se pusiera de inmediato a prueba la capacidad efectiva de gobernar del próximo que gane

Gustavo Petro
Gustavo Petro en Bogotá, en mayo de 2022.Cristian Bayona (Getty Images)

Los presidentes de la República sienten que tienen la prerrogativa de poner a prueba la capacidad de aguante del país. Uno puede ir tan atrás en la historia como quiera y con mucha frecuencia encuentra ese comportamiento. Belisario Betancur, por ejemplo, consideró que podía validar la insurgencia con una teoría de las causas objetivas del conflicto. Teníamos que aguantarla, así lo veía él. Se llenó de razones, hasta que el M-19 le dio en la cara con la toma del Palacio de Justicia.

César Gaviria consideró que el país aguantaba una nueva Constitución, que llevamos más de tres décadas tratando de pagar. Y que debíamos aguantar un acuerdo con Pablo Escobar, el criminal más tenebroso de nuestra historia, hasta que le dio en la cara con sus desafueros en La Catedral y la escapada de la cárcel. Ernesto Samper consideró que el país debía aguantar un proceso 8.000 y la interinidad de un presidente acusado de ser elegido con dineros del narcotráfico, con el predicamento de sostenerse en el poder con el presupuesto público.

Andrés Pastrana, en cuyo Gobierno honrosamente trabajé, en Planeación Nacional, consideró que el país aguantaba un larguísimo proceso de paz con el grupo de Tirofijo, cosa que intentó por casi todo su periodo presidencial, hasta que le dieron en la cara con el abuso de la zona de distensión y la silla vacía. Álvaro Uribe consideró que Colombia aguantaba el cambio del articulito; pocos años después se puso de nuevo el articulito en la Constitución colombiana, pero reforzado, al prohibir no solo la reelección inmediata, sino cualquier tipo de reelección. Hoy agradecemos esa nueva versión. A Uribe le dieron en la cara los militares que hicieron los imperdonables, abyectos e irreparables falsos positivos.

Juan Manuel Santos, en cuyo Gobierno también tuve el honor de participar en Hacienda y Ecopetrol, consideró que el país aguantaba una paz con un texto de 270 páginas, que ponía condiciones onerosísimas y dificilísimas, para reintegrar a la sociedad al grupo de Tirofijo. Desde 2016 llevamos sin saber si se puede cumplir o no con las condiciones acordadas, bien sea por falta de ganas, falta de plata, falta de un Estado el doble de eficaz, o falta de una economía el doble de productiva para pagar por lo puesto allí. O por falta de cojones, pues quién será el guapo que compre las tres millones de hectáreas, cuando será imposible probar que no las pagó a sobreprecio.

Iván Duque consideró que el país aguantaba tres meses de caos y desgobierno, intimidación y parálisis por parte de encapuchados que nunca se atrevió a contener, más preparados que un kumis, bajo el velo falaz de la espontaneidad de la juventud. Al mismo tiempo, se le vino encima el covid y llevó una tributaria que puso a prueba el límite de aguante de la gente.

Gustavo Petro, sin embargo, puede ser el campeón de las pruebas de aguante de los colombianos. Considera que el país aguanta: 1) pagar una tributaria abrasiva que vacía los bolsillos de las familias y los PyG de las empresas; 2) acabar con un sistema de salud que funcionaba, y poner en su lugar uno que pronto costará el doble para atender a los pacientes la mitad de bien, o menos; 3) socavar la construcción de vivienda e infraestructura; 4) confundir la planificación del sistema energético; 5) promover el declive de la industria de hidrocarburos y la minería; 6) matonear a los empresarios que crean empleo y pagan impuestos; 7) dejar colgado el propósito de justicia social al ser incapaz de ejecutar un presupuesto como Dios manda.

Como si esa lista fuera poco, ahora sí mencionemos los problemas de fondo: 8) permitir la invasión del país por las bandas de bárbaros y criminales de todas las pelambres, que se han tomado un tercio del territorio, y 9) la toma del presupuesto y las instituciones por la incompetencia y la venalidad. Hasta ahora, Colombia parece haber aguantado. Pero es posible que hace rato el país haya agotado su entereza. No nos hemos dado cuenta porque 50 millones de personas se tienen que levantar cada día a vivir y trabajar, bajo las condiciones que les pongan, pues no tienen más remedio.

Ese puede ser un error óptico. Puede ser que muchos empresarios ya hayan desistido de los planes que tuvieron, y que aumentaban nuestra capacidad de aguante. Puede que muchos padres de familia hayan desistido de seguir buscando la prosperidad y la felicidad, y se contenten con tan solo mantener a sus hijos alimentados con una o dos comidas al día, y haciendo lo posible para alejarlos de las drogas y el microtráfico, que los acosa en el barrio y el colegio.

Puede ser que una parte importante de la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas hayan migrado hace rato a dejar de luchar contra el mal, se hayan vuelto facilitadores del crimen y beneficiarios de su generosidad. Puede ser que hace rato la mayoría de los políticos hayan abandonado la aspiración de trabajar por un país mejor y se hayan dedicado a usar sus investiduras para un mejor futuro personal y familiar.

Puede ser que los profesores hayan desistido de enseñar lo que los alumnos necesitan, y se hayan dedicados a adoctrinarlos con visiones antisistema que no les servirán para entender el mundo, encontrar un empleo y prosperar. Puede ser que los economistas hayamos olvidado hace rato que la meta era ayudar de todas las formas posibles a que los 12 millones de subempleados y las cinco millones de mujeres que no pueden siquiera vincularse al mercado de trabajo encontraran empleos productivos, en empresas promisorias. Esas 17 millones de almas ni siquiera tienen la solución del salario mínimo. Los economistas sólo atinamos a decir que es muy alto en Colombia; una explicación extrañísima. Ninguna comparación internacional hace pensar que el costo del trabajo es alto en Colombia. Aparte, ¿la clave del desarrollo no es que los salarios suban? Si no, para qué.

Las encuestas desde hace rato muestran a los padres de familia desesperanzados y a los empresarios desanimados. Puede ser que Colombia haya dejado de aguantar y no nos hemos dado cuenta. Hacia adelante, no se puede limitar la prerrogativa presidencial, pero sí exigirle a los que vienen dar unos pasos previos antes de que intenten su personal prueba de resistencia al país.

Empezar por asegurar un buen gobierno, que es en sí una tarea inmensa. Que un equipo a la altura de las circunstancias se emplee de manera armónica en producir resultados, siguiendo una estrategia realizable para el período presidencial. Y partir del: “Primero, no haga daño” de Hipócrates, principio primordial de los médicos ante un paciente.

He llegado al convencimiento de que es pernicioso gastar el primer año elaborando y aprobando un plan de desarrollo para los siguientes tres. Así mismo, querer imponer una visión general a realidades tan distantes como las de las siete principales regiones de Colombia. El centralismo dejó de ser opción. Pero esto requiere una capacidad gerencial que hoy no hay. De hecho, reconozcamos que la capacidad de gestión de los gobernadores y alcaldes de ciudades grandes supera la del Gobierno nacional.

Por ahí hay que empezar. Por repotenciar la capacidad gerencial del Gobierno nacional. De lo contrario imperará el caos y la descoordinación del que somos testigos. Sería un alivio que en lugar de poner a prueba nuestra capacidad de aguante, más bien se pusiera de inmediato a prueba la capacidad efectiva de gobernar del próximo que gane.

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