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FILOSOFÍA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La proximidad y la amistad social

Una sociedad que premia la fuerza y la invulnerabilidad, se convierte en un campo de guerra, necesitado de crear diferencias y estigmas

Puente Nayero
Jóvenes y niños se divierten en el espacio humanitario de Puerto Nayero en Buenaventura (Colombia).Santiago Mesa

El tradicional mensaje Urbi et Orbi del Papa Francisco para la Pascua, en este 2024, acude de nuevo a un llamado a la fraternidad, en un entorno en el que se agudiza la enemistad, tal como lo hizo en su tercera encíclica Frattelli Tutti sobre la amistad social. Su mensaje convoca a la solidaridad con todas las víctimas de los conflictos en el mundo, cita una amplia lista de dramas humanos y exhorta a la mirada de todos hacia tantos pueblos del planeta que sufren en medio de la guerra y la indiferencia. Será posible meditar sobre ¿qué nos ayuda a crear vínculos de amistad social y fraternidad? ¿Cómo contribuir desde nuestra pequeñez a la armonía del mundo?

La amistad ha sido un tema de amplio interés para la filosofía y, tal vez, uno de los vínculos más cotidianos para el ser humano. Desde el momento en que nos encontramos con el otro, nuestra naturaleza se debate entre el miedo, la vulnerabilidad y la desconfianza -en especial con el que nos es desconocido-; y, a la vez, la necesidad inminente de expandirnos, de hacernos próximos y queridos por ese otro, que implica conquista y emoción.

Podría decirse que el amor de la amistad es un amor cordial, de corazón a corazón. Es una convivencia simbólica en la que somos capaces de entregar nuestra vulnerabilidad y donde la proximidad no requiere de cercanía física. A nuestros amigos los amamos, aún en la mayor de las distancias, gracias a un vínculo estrecho de afecto sin expectativas, un encuentro que nos acontece y abraza.

La gran cuestión es cómo hacer de ese vínculo humano entrañable e íntimo llamado amistad, un fenómeno social que provoque fraternidad o, lo que podemos llamar, amistad social. Con el concepto de proporción, Aristóteles ofrece una idea valiosa al respecto, al expresar el equilibrio y la justicia en la relación. Para que una amistad sea virtuosa exige aprecio mutuo, al igual que reciprocidad, respeto y confianza en doble vía. Sin duda, todos ellos elementos que permiten el equilibrio para la vida en sociedad, algo más cercano a la amistad civil, a la vida de los ciudadanos en equilibrio.

¿Qué hay entonces en la amistad que traspasa la relación civil y se establece en un código antropológico común, que es el de ser humano? Esa relación es más parecida al amor fraterno, el reconocimiento de sentirnos parte del mismo estatuto existencial por el hecho de ser humanos en convivencia con el mundo. Y esto es tremendamente problemático porque contiene dificultades naturales propias, justamente, de nuestra condición humana, que también tiene de animal. Aquí aparecen dos nociones claves para la reflexión y, sobre todo, para la educación: aprender sobre la vulnerabilidad y la proximidad.

Desde que nacemos somos un ser en vulnerabilidad. Además, en nuestro desarrollo surgen emociones básicas, y hay una en particular de la que hablamos poco y es la repugnancia (no nos gusta ni reconocerla), esa sensación de rechazo y repudio por lo contaminado, lo sucio, primero en nuestro propio cuerpo y luego hacia los demás en quienes proyectamos el rechazo. Es una manera de odiar en el otro lo que no queremos en nosotros, su vulnerabilidad, su contaminación. Esto conduce a que desde temprana edad desarrollemos brechas en el relacionamiento. En este sentido la educación es clave porque el aprendizaje sobre la debilidad básica humana, como decía Rousseau en su tratado sobre la educación, Emilio, es fundamental para reconocemos como seres sociales. Una sociedad que premia la fuerza y la invulnerabilidad, se convierte en un campo de guerra, necesitado de crear diferencias y estigmas sobre los diversos grupos. Y cuando nos relacionamos con un grupo de personas que nos genera vergüenza y/o repugnancia, nos es difícil ver el mundo desde su perspectiva.

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Esa tendencia binaria a dividir el mundo entre unos y otros, a crear distancia entre lo conocido y lo desconocido, debe abordarse para cultivar mayor proximidad. Las personas somos naturalmente empáticas, somos capaces de ponernos en el lugar del otro, de imaginar su pensamiento y sentirlo; la limitación está en que lo logramos con quienes nos son próximos. La tarea es amplificar el alcance de lo próximo, su universalización, eso que nos hace parte del mismo cuerpo; y aquí la conversación, como creadora de sentido y cercanía, nos permite expandir el poder de ver al otro que ya no se nos hace tan diferente.

El llamado entonces es a traducir en nuestra vida diaria esta filosofía de vulnerabilidad y proximidad, mediante el encuentro con el otro, donde nos sepamos todos seres frágiles y reconozcamos nuestra naturaleza precaria y necesitada. También a que habilitemos la facultad de imaginar qué nos ofrece interioridad y, a la vez, la posibilidad de comprender la historia del otro, por más lejano que se nos haga, para ponernos en sus zapatos. La fuerza de una amistad social es el tejido de la confianza al sentirnos parte de un mundo que compartimos y que es bien común.

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