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El freno a la inflación y el precio del petróleo marcan un alivio para la economía colombiana

La rápida apreciación del peso frente al dólar crea un debate de sus causas, pero hay consenso sobre su efecto positivo

Camilo Sánchez
Peatones en un mercado callejero en Medellín, Colombia
Peatones en un mercado callejero en Medellín (Colombia), en mayo de 2021.Edinson Arroyo (Bloomberg)

Sobre los hilos comunicantes entre las políticas del presidente colombiano, Gustavo Petro, y las fluctuaciones en el precio oficial del cambio del peso frente al dólar se han desplegado todo tipo de discursos argumentativos en las últimas semanas. Para explicar el fenómeno, los economistas prefieren apelar a factores como la buena salud del precio del barril de petróleo, la disminución en la brecha de la balanza comercial o el ímpetu de la inversión extranjera directa, entre otras. Desde amplios sectores financieros se argumenta, sin embargo, sobre la deriva de las reformas sociales del primer Gobierno de izquierdas en el país y su incidencia sobre la actitud de inversores internacionales que en teoría desconfían de los cambios abruptos.

Una postura paradójica y que retrata a unos invisibles actores del mercado con una sonrisa maléfica ante las brumosas perspectivas legislativas de un Gobierno contrario a sus intereses. El economista y político por el centrista Partido Verde Salomón Kalmanovitz llegó incluso a calificar en una columna de opinión en el diario El Espectador de “maliciosos” a quienes subrayan la hipótesis. Repasa, en cambio, una serie de factores macroeconómicos para sustentar su artículo titulado La economía, bien. A la vista de lo ocurrido con los bandazos cambiarios de las últimas semanas, no parece prudente, en todo caso, descartar ninguna de las fórmulas que entre la jerga económica y financiera han aportado para llegar a un improbable veredicto final.

El dólar en Colombia se cambia hoy a unos 4.168 pesos y los movimientos de la aguja son moderados. La inflación de mayo se situó en un 0,43%, la mitad de la registrada en el mismo periodo hace un año. Hoy ya son pocos los analistas que proyectan un inesperado sacudón con fuerza suficiente para empujar de nuevo la divisa a la baja, como en noviembre de 2022 cuando rompió la barrera psicológica de los 5.000 pesos. Felipe Campos, analista de Alianza Fiduciaria, explica que hay dos reglas que han sido bastante difíciles de rebatir en los últimos 20 años: “El comportamiento del dólar en la región es muy similar. La estructura económica de cada país aporta matices, pero hay una conexión evidente en la dirección de los movimientos. De la misma manera, el dólar en la región va hacia donde va el dólar en el mundo. Es muy atípico ver a un país romper con la tendencia regional o mundial”.

El economista Andrés Zambrano, académico de la Universidad de los Andes, coincide y advierte de que todas las gráficas evidencian que desde agosto del año pasado el peso colombiano ha tenido un desempeño mucho más modesto que el de otras monedas frente al dólar. “Los números macroeconómicos que los economistas han utilizado para explicar la reciente apreciación del peso, como la cuenta corriente, son buenos desde el año pasado”, argumenta Campos. “La economía colombiana tuvo uno de los mayores crecimientos del mundo en el 2022. Variables positivas y que, sin embargo, no lograron bajar el nivel del dólar”.

El análisis de Andrés Pardo, director de estrategia para la región de XP Investments, gira en torno a conceptos como la confianza y la incertidumbre, dos instrumentos tan ancestrales como llenos de incógnitas. Pardo cuenta que desde el año pasado ha hablado con cientos de grandes inversionistas del mundo inquietos por el comportamiento del peso y el rumbo de las políticas del Gobierno. “Antes de asumir la presidencia, Petro ya había anunciado que iba a declarar un estado de emergencia económica. Después fueron las promesas sobre el fin de los contratos petroleros en un país cuyas cuentas fiscales dependen mucho de la renta petrolera”, explica Pardo. Y remata: “A nadie le gusta que le digan que las dificultades políticas de un Gobierno se ven reflejadas de manera positiva en los mercados. Pero tampoco es un secreto que los Gobiernos de izquierda despiertan mucha desconfianza en los inversores”.

Para aterrizar los movimientos del mundo financiero conviene recordar que se trata de un universo algo etéreo, sensible, y lleno de aprehensiones. Sus transacciones se apoyan, por ejemplo, en los informes de riesgo-país, como los de Moody´s, que establecen una calificación para cada país según su solvencia para pagar deudas en los mercados internacionales. Por eso, justo cuando el presidente Petro asumió el poder en agosto pasado, cientos de inversionistas clientes de firmas como la de Pardo empezaron a “mover su participación o acciones o bonos colombianos para invertir sus activos en otro país emergente. Los inversores siempre quieren disminuir su exposición, no les gusta tanto el azar ni los riesgos políticos que afectan en los indicadores económicos que les interesan”, afirma el también exviceministro de Hacienda.

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Felipe Campos añade que el del dólar es un mercado como cualquier otro. Y que sus movimientos están marcados por las reglas más básicas de la economía: la oferta y la demanda. Si por cualquier motivo los inversionistas extranjeros, a través de los canales financieros, retiran sus dólares de un mercado altamente dependiente de la divisa de referencia, la onda expansiva es fácilmente perceptible en el día a día de sus ciudadanos. Y si la demanda de dólares se halla por encima de la oferta, la cotización de cada billete estadounidense sube y, en general, la vida de los colombianos se hace más costosa. A lo anterior, queda claro, se suman las capas de los factores estructurales, domésticos y locales, mundiales e incluso algunos especulativos.

Las transacciones masivas de unos inversores que, probablemente, jamás han pisado suelo latinoamericano, y su influjo en los acontecimientos locales, forman parte de un esquema al que los analistas le tienen la línea de tiempo marcada desde la primera presidencia del brasileño Lula da Silva en 2002, pasando por el mexicano Andrés Manuel López Obrador en 2018, hasta la destitución del peruano Pedro Castillo el año pasado. El patrón se repite: candidatos de izquierda que proponen subvertir el orden de países con ciertas debilidades institucionales y un proceso súbito de depreciación de sus divisas frente al dólar. “Al inversionista poco le importa que haya más o menos inversión social en un país”, resume Felipe Campos, “al inversionista solo le interesa que haya una claridad en el manejo económico del país y que eso se traduzca en estabilidad fiscal y en un plan donde sus inversiones tengan un retorno asegurado”.

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Sobre la firma

Camilo Sánchez
Es periodista especializado en economía en la oficina de EL PAÍS en Bogotá.

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